
La vida desde sus albores, corre impasible, indiferente a nuestros ruegos. Lo mismo que un río, es otra a cada momento y no hay fuerza posible que evite su persistente tránsito. El cambio es la única constante. Esta es la idea seminal de la obra del realizador portugués João Pedro Rodrigues, presente también en El ornitólogo (O ornitólogo, 2016), cuyos ojos científicos sobre la naturaleza nos devuelve una mirada extraña de nosotros mismos, enunciando así una indeterminación ¿Cómo nos mira aquello que miramos?
Fernando, el protagonista, es un ornitólogo cuya labor se ve interrumpida por un accidente aparentemente mortal que lo abandona a la salvaje corriente de un río. Al despertar, se encuentra en brazos de un par de peregrinas chinas cuyas intenciones, después de salvarle, se revelan oscuras. A partir de entonces el filme se bifurca; forma y fondo se refutan. Por un lado, retoma la estructura clásica del viaje del héroe; al igual que el Odiseo de Homero, Fernando debe enfrentar varias pruebas en su camino de vuelta a casa (las mencionadas brujas chinas, el pastor sordomudo, las amenazantes criaturas nocturnas y las guerreras amazónicas), solo para descubrir al final que ya no es el de antes, que se ha trascendido a sí mismo. Pero por el otro, la cinta se convierte en un juego de apariencias y dualidades, nada es lo que dice ser en un principio y tenemos que obligarnos a observar con mayor atención, a desconfiar de lo que se nos presenta. Las miradas desde lo alto —las aves mirando al ornitólogo— nos descubren que bajo la superficie la vida nos oculta algo.
En un movimiento inverso al acto de sacralización con el que los pintores medievales convertían a sacerdotes ordinarios en santos venerables, Rodrigues explora la humanización de lo divino. Nos presenta a San Antonio de Padua, a través de Fernando, como un cuerpo cualquiera: (des)poseído, sexualizado, que suda y sangra. Desmitifica al santo y lo vuelve carne. Fernando parece morir varias veces a lo largo de la película pero esto nunca queda claro porque en algún punto la irrealidad se torna más consistente que lo real. Por medio de él, lo inmortal se hace visible en nuestro mundo transitorio.
Al final de la cinta, tras el largo proceso de observación al que hemos sido arrastrados, la naturaleza se adivina distinta. En esencia El ornitólogo es un filme sobre lo sagrado —apenas oculto— en lo tangible a nuestro al rededor y de las virtudes de prestar mayor atención. En ese sentido observar es también pensar y la observación atenta nos permite capturar el devenir del tiempo con la mirada, haciendo de lo profano algo divino.