La antropofagia, acto ritual de algunas comunidades alrededor del mundo, convertido en sinónimo de lo barbárico por el hombre civilizado, es uno de los motivos que mayor fascinación y horror siguen provocando. Es un acto que, se supone, separa lo humano de lo monstruoso, sin embargo parece inevitable no caer seducidos ante la posibilidad de traspasar la frontera del tabú, al menos en la pantalla. Voraz (Grave, 2016) de la francesa Julia Ducournau se inscribe en un cine que propone pensar el cuerpo en su potencia animal y que recurre al canibalismo como una vía para desahogar la animalidad reprimida y con ello alcanzar una forma más pura de lo humano.
El film nos narra la historia de Justine, una adolescente vegetariana que tras ingresar a la facultad de veterinaria, siguiendo los pasos de toda su familia, accede a comer de las entrañas de un conejo a propósito de una prueba de valor con el fin de ser aceptada en la comunidad estudiantil, una forma de asegurarse la pertenencia a la manada. A partir de aquel momento desarrollará una voracidad carnívora que la pondrá en crisis. La película se encuadra en el llamado cine de adolescentes coming of age, que explora las dificultades del tránsito a la edad adulta pero de manera inteligente, extiende sus límites y lo convierte en un pretexto para indagar en lo primitivo del ser humano a partir del despertar sexual.
En ese sentido la cinta es una reflexión sobre el deseo como fuerza que lo atraviesa y lo avasalla todo a su paso, abandonando el cuerpo a su animalidad y encontrando en esta liberación su estado natural. Hay algo en este retorno a lo primigenio que tiene que ver con permitir que la vida nos llene. Así también nos muestra seres desprovistos de dicha energía, carne sin relación con el cuerpo que la contiene, y por ello reducidos fácilmente a objetos de consumo. El canibalismo no es mostrado como una enfermedad ni como vulgar apetito sino como una condición genética, es un ansia que tiene su origen en lo más profundo y, en oposición, el vegetarianismo opera como una forma de reprimir las pulsiones del cuerpo. Una vez roto el encanto, cada personaje sufre su condición de manera distinta: mientras Alexia, la hermana, abraza el inminente deseo y encuentra una forma de sistematizar el subsidio de su alimentación desconectándose de vínculos afectivos, Justine intenta reprimirlo, cediendo a él sólo en momentos de tensión sexual fortuita. Se percibe en el trabajo de Julia Ducournau influencia de la también francesa (y siempre genial) Claire Denis, en específico de la cinta Trouble Every Day (2001), generando una suerte de diálogo entre ellas, ya que mientras los personajes de Denis se tornan caníbales cuando tienen deseos sexuales, en Voraz será a través de la consumación del acto sexual desenfrenado en donde Justine encontrará el control.
Acaso la seducción que el tema provoca tiene que ver con los deseos profundos de cada individuo, pilares que nos rigen incluso reprimidos, y que van más allá de la formas privadas de configurar el mundo.