Fragmento de Cuadernos de los sesenta.

Escritos 1958-2010

Las catedrales invisibles de Joseph Cornell


Por Jonas Mekas

Fragmento de Cuadernos de los sesenta.

Escritos 1958-2010

Las catedrales invisibles de Joseph Cornell


Por Jonas Mekas

 

TAMAÑO DE LETRA:

Cuaderno de los sesenta. Escritos 1958-2010, editado por Caja Negra, es una selección de textos secretos, incendiarios y contestatarios realizados por Jonas Mekas (Lituania, 1922) sobre la vida cultural de los años sesenta en Nueva York, un momento que marcó con fuerza la segunda mitad del siglo XX. El capítulo reproducido a continuación, dedicado a revisar de un modo muy personal la obra de Joseph Cornell, representa, desde nuestro punto de vista, la oportunidad de entender otro ángulo y postura de enfrentarse a la crítica de cine.

Las catedrales invisibles de Joseph Cornell
Diario de cine.
31 de diciembre de 1970

¿Qué puedo escribir sobre las películas de Joseph Cornell? ¿De dónde puedo obtener la liviandad, la gracia, la ausencia de toda pretensión y la franqueza para hacerlo? Frente a mí está mi máquina de escribir, es muy real. También lo son el papel y las llaves. Busco las palabras, letra a letra, para rendir homenaje a un artista único.

Una de las características más apasionantes del trabajo cinematográfico de Cornell es que constantemente nos recuerda que hay un gran número de personas involucradas en su realización, tanto desde lo fotográfico como desde el montaje. Él es el primero en resaltar y recordarnos esto. Pero cuando uno ve sus films, de los cuales se proyectaron nueve en el Anthology Film Archives hace dos fines de semana, reconoce las mismas cualidades cornellianas. A todos los definen las mismas marcas inconfundibles, sin excepción. Le mencioné esto a Stan Brakhage, que operó la cámara en varios de los films de Cornell, y me comentó que él sostuvo la cámara, pero que no fue más que un médium al servicio de Cornell, siguiendo sus indicaciones, sus movimientos y sus sugerencias.

Cornell jamás tocó la cámara, pero dirigió cada movimiento, eligió cada plano. Rudy Burckhardt, quien se encargó de la fotografía de otras tantas películas de Cornell, relata su experiencia casi en esos mismos términos.

Sí, el espíritu invisible de un gran artista sobrevuela todo aquello que hace; hay un cierto movimiento, una cierta cualidad que impone a todo lo que toca. Cuando conecta con la gente, esta cualidad emana nuevamente de su trabajo, como una niebla dulce. Nos toca, interpela a nuestros ojos y a nuestra mente. El arte es el opio de los pueblos, y la niebla de Cornell, su fragancia, es a la vez única y muy sencilla y discreta. De hecho, es tan discreta que no sorprende que sus películas hayan escapado, hayan pasado desapercibidas ante la sensibilidad más vulgar de cierto tipo de espectador, de ciertas personas que necesitan que sus sentidos sean bombardeados feroz y sonoramente para poder percibir algo. Los films de Cornell forman parte de la esencia de la película hogareña. Tratan de cosas que nos son muy cercanas, de lo cotidiano, de lo que está en todas partes. Cosas pequeñas, no demasiado grandes. No hablan de guerras, de emociones tormentosas ni de situaciones o enfrentamientos dramáticos. Sus imágenes son mucho más simples. Filma a ancianos en el parque, un árbol lleno de pájaros, a una niña de vestido azul en la calle, mirando lo que la rodea, con todo el tiempo del mundo en sus manos. El agua que gotea en una fuente circular. El ángel presente en todo cementerio, debajo de un árbol, y su rostro, que es el más bello de todos. Una nube pasa sobre el ala del ángel, qué imagen. «Una nube pasa, acariciando suavemente el ala del ángel.» La imagen final de Angel es, a mi gusto, una de las metáforas más hermosas que el cine haya producido.

Las imágenes de Cornell son muy reales. Incluso cuando las toma de otras películas, como ocurre en Rose Hobart, cobran una nueva realidad. La irrealidad de Hollywood se transforma en irrealidad cornelliana, que a su vez es muy, muy real. Es un claro ejemplo de que el artista tiene el poder de modificar la realidad con sus elecciones, al seleccionar solamente esos detalles que se corresponden con un movimiento interior, con una mirada sutil, con un sueño. Sin importar qué elija, sea una realidad totalmente “artificial” o fragmentos de una realidad “concreta”, todo lo transforma. Cada pieza que selecciona se convierte en una nueva unidad, en una cosa nueva, en una caja, en un collage, en una película que no se parece a nada que exista en este planeta. He presenciado, a lo largo de los años, el proceso a través del cual Cornell las ensambla en su estudio. Vi como las monta, o tal vez como ellas mismas se montan, a partir de la materia de los sueños que brota de la tierra. Se nutre de esos materiales que la gente suele descartar, cosas a las que nadie presta atención, detalles que ignoramos al pasar a su lado, tomándolos por sentados: una bandada de pájaros, el ala de un ángel, la mirada melancólica de una muñeca en el escaparate de una tienda. La gente solo está interesada en temas importantes…

Ah, pero no se dejen confundir por mi escritura, por el modo en que hablo de las pequeñas películas realizadas por Cornell, ni por la aparente simplicidad de las películas mismas. No asuman ni por un segundo que se trata de la obra de un artista de películas “hogareñas” o de un aficionado. No, los films de Cornell, al igual que sus cajas o sus collages, son el producto de muchos años de trabajo, de recolectar y pulir, con mucho cuidado. Crecen como crecen muchas otras cosas en la naturaleza, poco a poco, hasta que llega el momento de liberarse. Así es todo lo que Cornell hace. Así́ funciona su estudio, su sótano. Estuve dentro de su estudio y me maravillé al ver el gran número de pequeñas cosas, cuadros, cajas, rollos de película y todo tipo de objetos misteriosos que almacena en las paredes, en las mesas, sobre cajas, en el suelo, en bolsas de papel, encima de bancos y sillas. Allí donde mirara encontraba cosas misteriosas en estado de progresivo crecimiento. Algunas aún estaban naciendo, contaban con apenas uno o dos rasgos, eran quizás un trozo de fotografía o el brazo de un juguete. Había otras cosas más desarrolladas, y otras tantas que se acercaban a su completitud, a punto de comenzar a respirar. Sobre la mesa encontré una pila de objetos que una niña había desparramado meses antes, cuando visitó el estudio; Cornell no los tocó, pensando que la creación ya era perfecta. El lugar parecía una especie de invernadero mágico, repleto de capullos y flores de arte. Y ahí́ estaba el mismísimo Joseph Cornell, caminando gentilmente entre ellas, acariciando primero a una, luego a otra, agregando detalles o simplemente observando o quitando el polvo. Podría bautizarlo El Jardinero, aquel que vigila el crecimiento de las cosas más perfectas, de todo aquello que es frágil, sensible, sublime y que todo lo abarca.

En una ocasión cometí el error de preguntarle a Cornell sobre las fechas exactas en que había terminado sus películas. ¿Cuándo había realizado Cotillion, cuándo había acabado Centuries of June? –«No»–, dijo Cornell, –«no me preguntes las fechas, las fechas solo atan a las cosas a un punto en el tiempo. ¿Cuándo las realicé? En algún punto, hace muchos años…»–. Me sentí un idiota, haciendo una pregunta tonta. ¡Las fechas! El arte de Cornell es atemporal, tanto en el proceso de gestación (o de transformación) como en su esencia. Sus trabajos, sean las cajas, los collages o las películas, se definen por existir en un área temporal suspendida. Son extensiones de nuestra propia “realidad” en otra dimensión, donde esa realidad puede ser arreglada. Nuestras dimensiones van y vienen, pero las dimensiones de Cornell permanecen, y afectan a cada sensibilidad que se acerca a tocarlas. Sí, su obra cuenta con espacios, dimensiones. No sorprende que en el trabajo de Cornell haya tanta geometría y astronomía. Se debe a que nos ayuda a rastrear nuestros propios sentimientos, pensamientos y sueños, nos lleva a otra dimensión desde la cual nos devuelve nuestra imagen a través de la música de las esferas.

Las niñas atemporales que pueblan el trabajo de Cornell son o bien ángeles o bien simplemente niñas; en cualquier caso, tienen esa edad en la que el tiempo se suspende, deja de existir. Las ninfas no tienen edad, tampoco los ángeles. Una niña de diez años con un vestido azul que pasea por el parque sin nada que hacer, dueña de su tiempo, puede darse el lujo de observarlo todo, porque vive en un sueño atemporal.

¿En qué estaba? Hablaba de las películas de Joseph Cornell. O al menos eso creí. Estaré un buen tiempo hablando de sus films, ya no quedan tantas cosas sublimes a nuestro alrededor de las que se pueda hablar. Estamos hablando de catedrales, de la civilización. ¿Cómo se llama? ¿Profesor Clark? Las catedrales actuales, dondequiera que estén, no impresionan, pasan desapercibidas. Las cajas, los collages y las películas caseras de Joseph Cornell son las catedrales invisibles de nuestro tiempo. Son casi invisibles, como las mejores cosas que el hombre puede encontrar hoy en día. Son casi invisibles, a menos que uno las busque.