Escribir es como llorar

Angélica [Una tragedia] (2016) de Manuel Fernández Valdés


Por Eduardo Cruz 

Escribir es como llorar

Angélica [Una tragedia] (2016) de Manuel Fernández Valdés


Por Eduardo Cruz 

 

TAMAÑO DE LETRA:


Todos perduraremos en el recuerdo,
pero cada uno será grande con relación a aquello con que batalló.
Y aquel que batalló con el mundo, fue grande porque venció al mundo,
y el que batalló consigo mismo, fue grande porque se venció a sí mismo.
Pero quien batalló con Dios fue el más grande todos.
Kierkegaard, Panegírico de Abraham

En una conferencia impartida en Buenos Aires en 1940, el escritor austriaco Stefan Zweig se propuso arrojar luz sobre el origen de las posibles coincidencias que pudieran sucederse detrás de la realización de una obra de arte. «De todos los misterios del universo, ninguno más profundo que el de la creación»[1] sentenciaba al inicio, para después desarrollar un ameno aparato argumentativo con el que buscaba esclarecer la figura del artista, la importancia del trabajo constante y la disciplina y el papel del espectador de la obra en medio del delirio aurático que suponía su lectura, ya fuese visual o auditiva. Dicha conclusión no es exclusiva de Zweig pero sus textos destacan por su composición, por la delicadeza de sus letras y la calidad de su prosa. Es decir, porque sus ensayos al respecto son considerados reflexiones sobre el arte en forma de arte.

En un ejercicio similar y emparentado también al realizado en años recientes por Wenders en Pina (2011) y en La sal de la tierra (2014) entre otros,  Angélica [Una tragedia] (2016) de Manuel Fernández Valdés, hace un estudio de la vida y obra de Angélica Liddell, reconocida escritora y dramaturga española, aproximándose a ella en vida y retratando no sólo sus procesos sino sometiéndose a su ritmo, trabajando bajo sus términos y permitiendo que su forma de concebir el acto creativo se cuele dentro del proceso mismo de la película, explorando además las posibilidades del cine frente de otras disciplinas artísticas. El filme toma la estructura de un diario, es un registro cronológico del montaje de Todo el cielo sobre la tierra: el síndrome de Wendy, puesta en escena presentada por única vez en Viena en 2013, y que se nos muestra no sólo en forma de ensayos, sino también a partir de los bocetos y notas de la misma Angélica, enfocándose además en el desarrollo de sus ideas, en el trabajo con sus actores y las relaciones (de rasgos socráticos) que instaura sobre el escenario. Valdés construye la figura de Angélica desde la posición de un estudioso de su trabajo pero también con admiración absoluta por la persona, la retrata como fuerza natural, un ciclón que arremete contra sí mismo y que sin embargo, alcanza lo sublime a partir del caos que provoca. Presenciar cada día este acto sea tal vez la causa de que los intereses de la artista permeen en los del cineasta. El sacrifico se vuelve el motor del film.

En sus textos, de matices cercanos a la poesía de Alejandra Pizarnik y a la obra de Sophie Calle, Angélica Liddell se pone en escena ella misma. Dice no ser un personaje de su propio teatro, pero ¿esto ocurre también en la película? Valdés aprovecha esta disyunción para problematizar la consciencia del uno dentro de la obra, abismándola, y se convierte él mismo en un personaje, tomando el papel del narrador directo, casi exclusivo del documental, permitiéndonos verlo a momentos a través del espejo, materializándose frente a la cámara y haciéndonos saber que la misma no es un ojo omnipresente sino la extensión de su mirada, sin la interferencia de otros jueces. El reflejo, desde Narciso, ha sido motivo de cavilaciones profundas. El mito original no refería tanto a la egolatría como a la posibilidad de observación propia sin mediadores. Y es a partir de ello que Valdés construye también una reflexión sobre el cine y sobre el arte en general. 

«Escribir es como llorar» sentencia Angélica, como en una confesión. Una frase que nos abre una ventana a su interior, que nos permite atestiguar la profundidad de su propuesta estética. El teatro es su vida. Pero entonces, ¿qué es el cine para Valdés? Acaso otra forma de reconocerse. En cualquiera de los casos, tal vez Zweig tenga una posible respuesta: «El arte es una lucha eterna, nunca es un fin, sino siempre un comienzo».[2] 

FUENTES:
[1] Stefan Zweig, El misterio del acto creativo, Madrid, Ediciones Sequitur, 2015, p. 13.
[2] Ídem, p.67.

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