Jumanji, una aventura en la selva, especial para
niños que se aburren y no pueden quedarse quietos.
Chris Van Allsburg, Jumanji
En 1981, el escritor e ilustrador estadounidense Chris Van Allsburg publicaba uno de los libros más aclamados por la crítica literaria infantil: Jumanji, en el que, con su pulida y característica técnica de dibujo en grafito, narraba una tarde en la vida de un par de fastidiados hermanos que tienen el infortunio de cruzarse con un juego de mesa que les obliga a enfrentar retos mortales dentro de su propia casa. Extendiendo ligeramente la historia pero manteniendo los detalles importantes en su lugar, en 1995 el cineasta Joe Johnston realiza una exitosa adaptación al cine con gran aceptación del público —incluso con el correr de los años—, que introduce en la historia original una reflexión sobre infancias rotas, al tiempo que enfatiza la aventura, convirtiéndose en un ícono pop prácticamente desde su estreno.
Después de 22 años y congruente con la fiebre nostálgica que invade hoy a los grandes estudios de cine estadounidenses, Jake Kasdan filma Jumanji: bienvenidos a la jungla (Jumanji: Welcome to the jungle, 2017) que, aunque anunciada como secuela de aquella, pareciera más bien estar pensada como su contraparte. Si en la primera adaptación la acción salía del juego y alcanzaba a los personajes, en ésta la cámara y el punto de vista acompañará a los protagonistas por su viaje dentro del juego. Si la anterior reflexionaba sobre infancias solitarias y niños abandonados, la nueva versión se orienta, en cambio, al drama para adolescentes; si en la adaptación noventera la acción tomaba lugar dentro del hogar, la segunda la traslada por completo a la jungla, el lugar «desconocido». De entre todas, la oposición más interesante tal vez sea que, mientras en la primera los personajes tenían que aprender a vivir con ellos mismos a pesar de sus vidas trágicas, en la secuela el conflicto gira en torno a la posibilidad de ser alguien diferente, con cuerpos y habilidades inesperadas. No obstante cada una de estas decisiones parecen estar más orientadas por el beneficio comercial y un cambio en su público meta, que por un interés en el desarrollo narrativo de la propuesta, pues este tránsito hacia la madurez no se traslada nunca al apartado formal de la cinta.
Si bien el trabajo actoral del elenco principal rescata con gracia un guion basado principalmente en estereotipos —es inevitable la referencia a The breakfast club (John Hughes, 1985)— Jumanji: bienvenidos a la jungla fracasa por la poca imaginación depositada en sus encuadres. Su principal problema, al distanciarse de la propuesta original, es que sus imágenes se vuelven parte del montón. La jungla desconocida que nos presentan es un pastiche de todo lo que el imaginario pop ha impuesto a este lugar y resulta tan artificial como en un parque de diversiones. Nada en ella sorprende. Si la adaptación de Johnston funcionaba, a pesar de sus respectivos fallos, se debía a que rescataba del impreso un componente inherente a la cualidad de libro ilustrado y que el cine potencia: generar imaginación —y con ello pensamiento— a partir de proponer imágenes imposibles e irremediablemente emocionantes por su naturaleza fantástica en un contexto cotidiano (como la tormenta tropical dentro de una casa o la estampida atravesando una ciudad). La versión de Kasdan opta por lo seguro, poniendo elementos de la jungla en la jungla, no solo ya vistos mil y un veces, sino filmados a la manera de siempre, apoyando todo el atractivo del filme en el humor del diálogo.
Herzog, cineasta que como ningún otro ha filmado lo infilmable de la jungla, cuestionaba: «¿Qué le hemos hecho a nuestras imágenes? ¿Qué les hemos hecho a nuestros paisajes degradados? Ya lo he dicho antes y volveré a repetirlo mientras tenga voz: si no desarrollamos imágenes adecuadas nos extinguiremos como los dinosaurios».[1] En el panorama actual, repleto de material audiovisual sinsentido, y tomando en cuenta su alcance mundial en taquillas, el cine de aventuras tendría que preguntarse cómo generar nuevos desafíos a la imaginación, alejarse de las fórmulas y escarbar en sus posibles imágenes para volver a emocionar. Volcar su atención hacia aquellos espectadores que «se aburren y no pueden quedarse quietos», y lograr seducirlos para reclamar las emociones que le corresponden.
NOTAS:
[1] Werner Herzog, Herzog por Herzog, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2014, p. 83.