Las palabras que un realizador emite sobre su propia película guardan cierta relevancia por dar cuenta del proceso creativo, pero de ninguna manera agotan la totalidad de la expresión cinematográfica materializada en un filme (idealmente la película es más inteligente que su realizador). Uno de los problemas críticos que se suscitaron con el estreno de La región salvaje (2016) fue atender de sobremanera las intenciones que Amat Escalante tenía con su película y que no necesariamente están ahí; las palabras que compartió en entrevistas, aquello que lo inspiró, así como sus referencias, se fueron multiplicando de boca en boca hasta hacerse verdad.
La baraja manejada de referentes que aparentemente pueblan La región salvaje es infinita: empieza con Possession (1981) de Andrzej Żuławski, invocando tanto al monstruo como el tema del deseo, sin lograr acercarse a la nota que implica ver cristalizado el deseo del otro, como sí lo hace el cineasta polaco. Desde luego está la xilografía El sueño de la esposa del pescador de Hokusai, las fotografías de Nobuyoshi Araki, Post Tenebras Lux (2012) del mentor Carlos Reygadas, el tono de Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013) y Alien (Ridley Scott, 1979), las películas de David Cronenberg, los retablos de El Bosco, la nota roja, la mágica habitación de Stalker (Andrey Tarkovski, 1979), la atmósfera de Arrival (Denis Villeneuve, 2016) y The Witch (Robert Eggers, 2015), los monstruos de Guillermo del Toro y hasta un plano cenital repetido de The Shining (Stanley Kubrick, 1980). Es tal vez una exageración, algunas están, otras ni se asoman, pero me interesa la idea que esta diversidad congrega: un pastiche de elementos desconectados. La forma en que Escalante se apropia del cine y la pintura se queda ahí, desentendiéndose del mundo que las atraviesa, como si fueran objetos inertes encontrados en el museo.
No es un problema menor, pues nos deja un paisaje mixto de imágenes «bellas» pero sin profundidad. Un ejemplo central es la creatura elaborada con base en muchas otras, y que toma el lugar de una metáfora (que a lo largo de la historia de las artes se han utilizado para hablar —en momentos tensos, de guerra o censura— sobre aquello que es imposible nombrar de forma directa). Esta creatura, lejos de evocar una serie de hechos, los esencializa y acota. Inclusive los diálogos en la película se preocupan constantemente por evidenciar lo que los elementos fílmicos no pueden. La realidad acaba por explicarse mejor a sí misma que la aparente metáfora. ¿Dónde está la representación de la violencia que ocurre en México dentro de la película?, o en todo caso, ¿cómo se concreta en las imágenes y los sonidos?
Por un lado, se presenta una trama con una serie de personajes entre los que hay hipocresía, violencia y una sexualidad juzgada y reprimida, y por el otro, un enigmático personaje que introduce a la creatura que habita en una cabaña de dimensiones insospechadas (tal vez el rasgo más interesante de la película), donde se abre un abanico de posibilidades sobre el deseo. Esta dualidad entre la sexualidad que transcurre en la vida social de modos insípidos y violentos, frente al espacio mágico y atemporal de la cabaña donde todo cobra un tamiz cósmico y vinculado a lo prístino, comprenden la idea de que la violencia existe porque hemos roto un lazo con nuestros rasgos primigenios. La caracterización de lo primitivo de cualquier modo queda en un nivel muy llano: animales teniendo sexo o mujeres masturbándose (retomando Antichrist de Lars von Trier [2009]).
La cabaña se convierte en el escape de la realidad y en la liberación frente al costumbrismo que pone a la sexualidad como tabú. ¿La cabaña es la imaginación o una naturaleza velada? Tal vez es el factor que, al trastocarse, origina la violencia social. El malentendido ocurre cuando Amat Escalante quiere tratar como mito lo que en verdad es una situación contextual que no se explica por arquetipos, y mucho menos cuando vienen impregnados de una mirada tan masculina como en La región salvaje (sacralizando la feminidad, por ejemplo), que no logra poner en cuestión su propio lugar de enunciación. Resulta vital encontrar otras claves para dar nuevas texturas a las representaciones de lo que se vive en México, pero si la fantasía solamente es una ilustración de representaciones gastadas y hasta dominantes, deja de ser una mirada para convertirse en un callado y tímido instrumento.