Inocencias que inquietan

La figura del infante en el cine de Michael Haneke


Por Diana López

Inocencias que inquietan

La figura del infante en el cine de Michael Haneke


Por Diana López

 

TAMAÑO DE LETRA:

En el cine de Michael Haneke (1942) se pueden vislumbrar dos formas de la inocencia: la primera, aquella que aparece en su total pureza, espontánea como el gesto de cualquier niño que desconoce todo «bien» y todo «mal»; y la segunda, aquella inocencia que no logra sobrevivir en un ambiente de culpabilidad y castigo. Esta última solo aparece como señuelo: una cinta blanca en el brazo o en el cabello. Por un lado, en la película La cinta blanca (Das weisse Band, 2009), el austriaco explora la pérdida de la inocencia de un grupo de infantes que son arrancados de la ingenuidad más pura para ser arrastrados hacia los confines morales y religiosos de su entorno. Y, por otro lado, en cintas como El video de Benny (Benny’s Video, 1992) y su última obra Final feliz (Happy End, 2017), nos confronta con niños que exploran el mundo desde una inocencia inquietante, perturbadora.

En este escrito quiero presentar un enfoque de la inocencia que atisbé en los filmes antes mencionados del realizador austríaco e interpretarla desde la filosofía de Friedrich Nietzsche a partir de dos perspectivas: la inocencia como existencia culpable y la inocencia como personificación del devenir; y, con dicho panorama, responder a las preguntas: ¿en qué medida los niños de Haneke representan una mirada ajena a toda moral, una mirada que encarna la mirada misma del devenir? y ¿en qué medida quebrantan toda moral conocida, instaurada y toman en sí mismos otra posibilidad de autoafirmación de su inocencia?

I


La fuente bondadosa y pura que no puede eliminar nunca más una gota de basura
que ha caído en ella, hasta que finalmente se torna amarilla
y venenosa por completo: los ángeles corruptos.

Friedrich Nietzsche

La cinta blanca se encuentra instalada en las vísperas de la primera guerra mundial en una aldea de Eichwald, un lugar ficticio. La película comienza con una tragedia, el médico del pueblo llega a su casa en caballo, pero este se tropieza con un cable imperceptible que provoca una caída aparatosa que lo dejará internado en un hospital, alejado de la aldea en la cual comenzarán a desencadenarse diversos accidentes, fatalidades que interrumpirán la tranquilidad de la población. Los hijos del Pastor del pueblo, Martin y Klara junto con sus hermanos más pequeños, se dirigen a casa de Anna (hija del médico) al salir de la escuela para brindarle su ayuda. Este acto de compasión de los niños hacia Anna será motivo de una reprimenda atroz que será ejercida por el Pastor sobre sus hijos mayores. Este suceso, marca la trama de la película al ser aquí en donde comenzarán a identificarse los rasgos de la moral imperante, la autoridad paternal que ejerce su poder sobre la figura del infante, los niños que sufrirán la transformación de lo más característico de la infancia: su inocencia.

El pastor, como figura autoritaria de la religión y portador de la moral, castiga a todos sus hijos, pero la peor parte del castigo se la llevarán los hijos adolescentes, Klara y Martin, quienes serán azotados. A su vez, se les colocará una cinta blanca en el brazo o en el cabello para recordarles la pureza e inocencia de la infancia, inocencia que los niños han perdido, según la visión del Pastor, por desobedecer. Después de este suceso, el profesor del pueblo quien es el narrador de la película, es testigo de un evento que le deja atónito: Martin se tambalea sobre las barandas del puente que atraviesa el río, con cautela y valor juega, provoca a Dios. Cuando el profesor le grita y corre hacia el puente para salvarle, Martin se baja de las barandas y responde a la inquietud del profesor: «Le di a Dios la oportunidad de matarme. Él no quiso. Entonces debe de estar satisfecho conmigo». ¿Qué significa este acto soberano de Martin? Este acontecimiento es el primer acercamiento a la visión que los niños tienen sobre la existencia que se encuentra rodeada de castigos, una existencia que les obliga a sentirse culpables, que les exige retornar a una inocencia que ya han perdido por los mandatos morales, por la violencia de la que sus cuerpos y sus mentes son parte. Latigazos que provocan el germen del odio, del resentimiento en las miradas que ya han perdido toda pureza.

El resentimiento es la mirada con la que los débiles valoran el mundo y a los fuertes, aborda Friedrich Nietzsche en el primer tratado de La genealogía de la moral. Los fuertes son estos seres malvados que ejercen su poder sobre los buenos, los bondadosos, los protegidos de la moral cristiana. Sin embargo, para el filósofo la primera transvaloración de los valores fue precisamente la inversión de lo bueno (lo noble y lo fuerte) con lo malo (lo plebeyo y lo débil). Lo bueno ha aparecido en la historia moral como un rasgo de bondad, pero los buenos, para Nietzsche, eran «los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos, quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea, como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo».[1]Estos últimos son portadores del espíritu débil que tanto ha ensalzado y protegido el cristianismo.

Es así como lo noble es lo fuerte, lo bello, lo bueno. El plebeyo será el débil, el cobarde, el malo; los buenos son fuertes porque su fortaleza se encarna con la guerra, el combate, sus cuerpos se enfrentan en el campo de batalla mientras que los débiles —y aquí Nietzsche acude a la figura del sacerdote—, son los hombres impotentes, que en la excentricidad de ser puros someten su cuerpo a diversas acciones que los debilitan y ante la impotencia, el odio brota y germina en la figura sacerdotal. El espíritu de venganza crece en ellos, venganza contra los fuertes, es por ello que realizan la inversión de los valores aristocráticos: los fuertes pasarán a ser los malos, y los débiles los buenos. A partir de esta transvaloración surge un nuevo ideal, un redentor quien justifica el rencor de los débiles por los fuertes, el sufrimiento, la culpa y el castigo; es este ideal al que apela el Pastor para castigar a sus hijos.

Por consiguiente, el triunfo de esta valorización envenena a todo lo que pueda nacer como fuerte; las fuerzas se aniquilan, se busca siempre la debilidad. Así los niños en su inocencia más pura terminan infectándose con el resentimiento y el anhelo de venganza. La venganza es la piedra angular que Haneke nos muestra en La cinta blanca, y esto se evidencia a partir de la fiesta de cosecha en casa del Barón, una fiesta en donde nobles y plebeyos confluyen y celebran. Un poco de alegría y baile se ven interrumpidos por la destrucción de la huerta de coles de la Baronesa y más tarde la desaparición de Sigi, su hijo. La fiesta se interrumpe, buscan al pequeño, lo encuentran atado de cabeza a un árbol y golpeado brutalmente en las nalgas. Se desconoce al autor de este crimen.

Sin embargo, surgen algunos indicios. Sigi, al ser hijo de una figura de autoridad en la población, es un artificio, si hay algo que dañar es alguien que denote extrema pureza, un niño que, desde la percepción del agente vengativo, representa el poder. Es de esta manera como las figuras de autoridad (los padres, el barón, el pastor) emergen como un enemigo, el enemigo contra el cual se reacciona. El enemigo desde el punto de vista del resentido, es un ser malvado, «precisamente el ‘bueno’ de la otra moral, precisamente el noble, el poderoso, el dominador, solo que cambiado de color, interpretado y visto del revés por el ojo venenoso del resentimiento».[2]¿Quién representa la nobleza en Eichwald? El Barón, su familia, ¿a quién se debe hacer pagar por tener una flauta, una mansión? A Sigi que, a pesar de su inocencia, es el enemigo. Si bien la familia del Barón representa este ideal del noble, al igual que el Pastor, ya no lo es a la manera nietzscheana: aquel que despliega su querer, que afirma en la acción su propia fuerza. Pero el Barón no es un ser fuerte sino un ser débil como cada individuo de la aldea, atravesado por el espíritu del resentimiento.

II


Amo el soberbio alborozo de una joven fiera que
juega con delicadeza y al jugar desgarra.

Friedrich Nietzsche

En La cinta blanca, los niños reaccionan. Cada injusticia cometida contra su inocencia responde con un perjuicio. Si el Pastor regaña a Klara por permitir que los niños de la escuela jueguen mientras una figura de autoridad se encuentra ausente, ella es culpable por no ser responsable. Si es culpable recibe un castigo: la humillación. Ante la humillación, Klara reaccionará matando al ave de su padre, atravesándola con unas tijeras y dejándola en el escritorio —en forma de cruz— para que su padre no dude que fue ella quien cometió el crimen.

Son los niños que se encuentran entre la infancia y el paso a la adolescencia, entre la pérdida de la inocencia a la confirmación religiosa, los que cometen los crímenes de la aldea, pero nadie sospecha de ellos porque aún son niños, pureza e inocencia resalta en su listón blanco. Sin embargo, son ellos quienes buscan vengarse ante el abuso de autoridad de sus padres y su última represalia tomará como ardid al símbolo de mayor pureza: Karli, un niño con una enfermedad de nacimiento e hijo de la partera del pueblo. Karli aparece brutalmente golpeado, de forma similar a la de Sigi, pero con una nota: «Por mí, oh señor, tu Dios, soy un Dios celoso castigando a los niños por los pecados de sus padres, pecados de las terceras y cuartas generaciones». Los niños saben que todo el sufrimiento viene de una interminable cadena de culpa y castigo en nombre de un ideal.

A pesar de que estos niños cometen crímenes, que ante el ojo espectador aparecen como hechos atroces, los crímenes extraídos del contexto moral expresan aquello que Nietzsche llama barbaridad. El concepto bárbaro implica el de la inocencia, la rapacidad es una característica de los nobles que en su superioridad

…retornan a la inocencia propia de la conciencia de los animales rapaces, cual monstruos que retozan, los cuales dejan acaso tras sí una serie abominable de asesinatos, incendios, violaciones y torturas con igual petulancia y con igual tranquilidad de espíritu que si lo único hecho por ellos fuera una travesura estudiantil, convencidos de que de nuevo tendrán los poetas, por mucho tiempo, algo que cantar u ensalzar. [3]

El noble es el que deja tras de sí un escenario de barbaridad, destruye porque su propia fuerza se extiende más allá de él, es una voluntad creadora que para dominar lucha con otras fuerzas, pero no lo hace desde el resentimiento sino que actúa desde su propio querer. El animal rapaz es una de las figuras que Nietzsche utiliza para dar cuenta de la fuerza, del instinto e impulsos que devienen de la voluntad de poder. La fortaleza es «un quantum de pulsión, de voluntad, de actividad —más aún, no es nada más que ese mismo pulsionar, ese mismo querer, ese mismo actuar—»;[4] y, en palabras de Deleuze, «toda fuerza se refiere a lo que ella puede, de lo que es inseparable»,[5] es esta relación consigo misma de la fuerza, la que es inocente. Es decir, un querer que se despliega y se afirma como voluntad, tal como lo hace el animal rapaz.

Los niños de La cinta blanca son despojados de su instinto rapaz, son corderos, animales mansos y domésticos[6] porque se les ha educado con los instrumentos de la cultura: la reacción y el resentimiento. Opuesto a esta figura reactiva[7] del impúber, Michael Haneke en El video de Benny nos muestra un ángulo diferente de la figura del infante. La película comienza con la escena de un cerdo en primer plano, la cámara le sigue hasta el momento de su muerte, la cinta se rebobina y ahora desde un ángulo más cercano nos muestra el instante en el que una bala atraviesa por la frente del cerdo, este cae y convulsiona lentamente. ¿Por qué comenzar con la descripción de un evento totalmente azaroso? La vida orgánica es en sí fortuita, dice Klossowski, tal como un cuerpo es el lugar en donde confluyen fuerzas o impulsos de manera azarosa sin un porqué necesario: «una asociación fortuita de los impulsos».[8]

De esta forma, encontramos la relación entre fuerza y azar. Es el azar lo que pone en relación a las fuerzas y la voluntad de poder, pues solo a través de esta relación puede corporalizarse: «la voluntad de poder comprende al azar en su centro, solo ella es capaz de afirmar todo el azar».[9] Desde esta perspectiva, dos voluntades se relacionan por azar: Benny y una joven afuera de un centro de vídeo. Benny le muestra a la joven el vídeo del cerdo, más tarde ellos jugaran con el instrumento con el cual se le dio muerte al animal. Ambos se retan a utilizarlo, la chica desiste. Benny no. En este juego ella cae herida y comienza a gritar, Benny intenta ayudarle, pero ella solo busca alejarse de él. Para detener esta lucha Benny utiliza nuevamente el artefacto y dispara. La chica cesa de gritar. Lo que sigue es un niño que en ningún momento se inmuta, procede a limpiar su recámara salpicada de sangre.

Los gestos de Benny no rebelan arrepentimiento, sentimiento del espíritu del rebaño. Benny solo se posa como una voluntad que materializó un querer, querer ver qué pasa, querer ver qué se siente estar cerca de la muerte, ningún vídeo de violencia logra describir lo que él quiere sentir en carne propia. No parece haber sido nada especial. Vive este acontecimiento a través de su cámara que rebobina ahora la muerte de la chica, ya no la del cerdo. El actuar de Benny solo da cuenta de la inocencia de la existencia. Es inocente la manera en cómo el devenir se materializa, el destino que ha permitido que dos fuerzas (voluntades) hayan confluido en un espacio y que hayan jugado a pesar de que una de ellas haya tenido que morir. Un acto bárbaro para nuestra mirada espectadora, no obstante, solo es la materialización del azar, del destino, de eso que quiere una voluntad.

III


¿Eres frágil?
¡cuídate de las manos infantiles!
Un niño no sabe vivir,
sin romper nada.

Friedrich Nietzsche

Si las acciones de los niños de La cinta blanca fueran soberanas, desde la inocencia más pura no mediada por el espíritu del resentimiento, afirmarían la inocencia del devenir. Son malvados porque ejercen su fuerza, su potencia, su voluntad sobre el otro. Sin embargo, esta voluntad quiere venganza y castigo. Lo contrario sucede con Benny, en ningún momento su accionar se encuentra mediado por el resentimiento, la acción responde a un querer. Este niño se afirma dentro de un contexto burgués, su familia conserva ciertos parámetros morales porque deciden ocultar el crimen de Benny. Se hacen cargo de la culpa que Benny no siente y al final serán «traicionados» por él.

Tal como escribe Deleuze, «afirmar el devenir, afirmar el ser del devenir son los momentos de un juego, que se componen con un tercer término, el jugador, el artista o el niño».[10] Benny juega, después se aparta cuando sus padres lo mandan de viaje para ocultar el crimen que cometió y, al final, vuelve al juego con un video en donde se escucha cómo ellos planean salvarle, video que es observado por la policía: Benny ha denunciado a sus padres. Este último acto no es una reacción, sino una nueva forma de afirmarse como fuerza, el destino implacable que se afirma.

Ahora bien, a partir de estas dos visiones de la inocencia, podemos indagar en el personaje de Eve en Final feliz. Ella es una niña que está cerca de cumplir 13 años, y que al comienzo de la película graba ¿una travesura?: la intoxicación de su madre con pastillas antidepresivas. «Es así como se calla a las personas», nos dice una frase escrita en la transmisión en vivo del acontecimiento. Eve se muda con su padre, típica familia burguesa —ardid bastante hanekiano— con sus respectivos secretos para guardar las apariencias. Esta niña que en todo momento porta un rostro impasible, a pesar de haber intoxicado a su propia madre, a pesar de su intento de suicidio, a pesar de confrontar a su padre por los mensajes eróticos de éste con otra mujer que no es su esposa, no revela ninguna intención. ¿Qué fuerza es la que se esconde por debajo de sus acciones? ¿La fuerza de un animal rapaz que en su naturaleza ataca y devora? ¿Una voluntad que se afirma? Georges Laurent le cuenta a Eve que una vez vio cómo un ave rapaz se comía a un ave más pequeña, «la naturaleza en acción», dice Laurent, «pero verlo no deja de ser un acto atroz». Nuevamente encontramos a la existencia afirmándose en su inocencia, apartada de todo sentimiento de culpabilidad.

De esta manera, Eve actúa algunas veces como una voluntad feroz de acuerdo a su querer, sin sentir culpa, sin miramientos como lo hizo con su madre. Pero otras veces se arrepiente —aunque esto no es muy seguro dado que duda al responder—, como la vez que en un campamento envenenó a una compañera solo porque era divertido ver cómo se comportaba con el efecto de unas pastillas que ella debía tomar, pero no lo hacía.

Es así como a partir de esta perspectiva de la inocencia, los niños representados por Haneke se afirman algunas veces como una voluntad feroz y otras como voluntad de rebaño. Cada uno de ellos matiza el despliegue de la voluntad de poder que se encarna agresivamente en los cuerpos, a través de ellos atisbamos la inocencia con la que se desenvuelve el devenir. «Goce e inocencia son, en efecto, las cosas más pudorosas: no quieren ser buscadas. Se debe tenerlas —¡pero más bien tenemos que buscar culpa y dolor! —».[11] De esta manera, dos son las formas de experimentar la existencia: inocencia y culpabilidad, y sin importar cuál sea nuestra mirada, el mundo se encuentra rodeado de figuras encarnadas del devenir pues nos recuerdan el imperioso y atroz azar. 


NOTAS:
[1] Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Madrid, Alianza Editorial, 2011, p. 42.
[2] Ibíd., pp. 60-61.
[3] Ibíd., p. 61.
[4] Ibíd., p. 66.
[5] Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía, Barcelona, Editorial Anagrama, 2016, p. 37.
[6] Cf. Friedrich Nietzsche, op. cit., pp. 66-69.
[7] Cf. Gilles Deleuze, op. cit., «Activo y reactivo».
[8] Pierre Klossowski, Nietzsche y el circulo vicioso, Madrid, Arena Libros, 2004, p. 65.
[9] Gilles Deleuze, op. cit., p. 78.
[10] Ibíd., p. 40.
[11] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, III, «De viejas y nuevas tablas», Madrid Editorial Gredos, 2010.