La otra guerra

Dylda (2019) de Kantemir Balagov

TAMAÑO DE LETRA:

Durante la Segunda Guerra Mundial, el país con más bajas por todas las causas fue la Unión Soviética. Se estiman alrededor de 26 millones de muertes entre civiles y militares,[1] la mayoría de las cuales fueron causa de la hambruna. Ese el ambiente que se respira en Dylda (2019), segundo largometraje de Kantemir Balagov, cuya trama ocurre en el arruinado Leningrado de 1945, cuando la guerra apenas ha concluido y queda la estela y los resquicios de las atrocidades recién vividas, que fácilmente se deslizan hacia otra guerra aún por sortear: la del trastorno postraumático y la pobreza en una economía que está obligada a empezar desde cero.

Dylda cuenta la historia de dos mujeres dañadas y enfermizas quienes, tras la guerra, están pasando por un proceso de regeneración, de recoger piezas rotas donde no las hay. No es que el tiempo sea hostil, parece decirnos Balagov, sino que es indiferente. Ambas se ven obligadas a continuar sus vidas como si no hubieran padecido inconveniente alguno y a vivir un duelo. Y no son las únicas: dondequiera que transitan en la ciudad, cuya paz recién adquirida resulta solo aparente, se siente la necesidad urgente de un empleo, de calor, de al menos una porción decente de comida al día. Todo divertimiento social queda fuera de este esquema.

La película abre cuando vemos el rostro pasmado de Iya, su mirada fija en cualquier cosa menos el trabajo que debería estar realizando. El volumen de un zumbido crece y tiene algo de aquel que, intuimos, se percibe después de un bombardeo. Por su lado, Masha es una atrevida joven de constante nariz sangrante que regresa de su puesto en la guerra para reunirse con su malnutrido hijo Pashka, quien hasta entonces era cuidado por Iya. La trama se ensancha cuando, antes de la llegada de Masha y quizá consecuencia de una concusión durante el combate, Iya asfixia al pequeño por accidente. Este suceso desata un estado de desesperación en la madre, ya que, debido a la guerra, su matriz fue extirpada. Masha le exigirá a Iya resarcir su error dándole otro hijo con su cuerpo fértil, sea quien sea el padre.

Así como Craig Mazin utilizó Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich, como principal fuente para su miniserie Chernobyl, Balagov halló inspiración en otro libro de la autora bielorrusa: La guerra no tiene rostro de mujer, un recuento de las memorias de más de 200 mujeres que participaron en la guerra. Junto a Alexander Terekhov, Balagov escribió con rigor una película severa y deprimente sobre las repercusiones de la guerra: el costo humano y espiritual que siempre conlleva.

La vibrante y saturada fotografía de Kseniya Sereda acentúa la decadencia de los muros, el papel tapiz del miserable cuarto de Iya y las texturas de los fatigados rostros humanos que rememoran el perturbado semblante de Flyora, aquel niño que se une a la resistencia soviética en Ven y mira (Idí i smotrí, Elem Klímov, 1985). Dylda sobresale también en el diseño de producción de Sergey Ivanov, que logra evocar sentimientos de claustrofobia, tanto en sus interiores desvencijados y oscuros como en el frío violento de los exteriores grises, atestados y neblinosos. Pero, sobre todo, son sus dos actrices principales quienes sostienen el ritmo de la película, de momentos lánguido, imprimiéndole, con actuaciones sobresalientes y llenas de matices, desde una vehemencia descarnada hasta un humor tierno.

Si en su debut, Tesnota (2017), Balagov retrató la caducidad de los sistemas familiares de una comunidad judía en el norte del Cáucaso ruso con el desenfreno de su protagonista adolescente, en Dylda exhibe —tanto en lo formal, como en lo argumental— la paciencia necesaria para el melodrama, mostrando así su progresión natural hacia una madurez y voz propia.

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FUENTES:
[1] Michael Ellman & S. Maksudov, «Soviet Deaths in the Great Patriotic War: A Note», Europe-Asia Studies Vol. 46, No. 4, (1994), pp. 671-680.