Juliana Fanjul, evangelista

Silencio radio (2019) de Juliana Fanjul


May 14, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

Toda historiografía del periodismo en México está incompleta. Como la biblioteca de Babel de Borges: siempre faltará un libro. No obstante, trazar caminos o mapear entrecruzamientos de distintos momentos del periodismo nacional es posible. En voz de sus protagonistas, cualquier historia es valiosa. Fraudulenta o no. Hablar crea mundos; dar testimonio edifica, libera o condena. Tres son los derroteros más visibles del periodismo de investigación en México: el oficialista, el neutral y el independiente. Excélsior, hasta 1976, es el testimonio de las consecuencias de ir «en contra del régimen» y Julio Scherer García, tras su renuncia del periódico, la vivacidad por la independencia de prensa al fundar de inmediato Proceso. Este caso es ejemplar: muestra la relación tan cruenta que vive el ejercicio periodístico en el país. Vicente Leñero noveló el suceso para no olvidarlo, para que no volviera a suceder. La realidad, desde entonces y aun antes, ha ido escalando. Las cifras son claras: en México se mata a más periodistas que en una geografía en guerra. Tres plumas son ejemplo de ese aumento de la violencia en lo que va de este siglo: Sergio González Rodríguez, Lydia Cacho y Carmen Aristegui.

González Rodríguez murió en 2017, pero estuvo a punto de ser asesinado en 2002. Tras la publicación de ese libro traumático que es Huesos en el desierto, segundo epicentro de las investigaciones de feminicidios en Ciudad Juárez, vino la persecución y la vigilancia, la amenaza y el secuestro. Herido con un picahielo, sobrevivió, pero tuvo secuelas. El espectro de ser perseguido nunca lo abandonó y es que tampoco, por fortuna, dejó de escribir e investigar. En nuestro país, para un periodista de investigación, la muerte es una sombra que difícilmente se va. En 2004, Lydia Cacho recibió una de las primeras amenazas y, según cuenta, nunca han dejado de llegar. Demonios del Edén, un libro merecidamente muy vendido y nunca tan leído, pone en evidencia el poder que sostiene la red de trata y pornografía infantil en México. Como también González Rodríguez, Cacho da nombres, lugares, anota los pactos y desmenuza la red. Jean Succar Kuri y Mario Marín fueron dos de los señalados. Este último, el artífice de las amenazas y un secuestro del cual, ella también, vivió para escribirlo. La persecución ha sido tal que, en distintos momentos, desde ese año de la publicación de su primer hit periodístico, ha estado en exilio. En un escenario así, vivir en México ejerciendo un oficio milenario es imposible.

El 15 de marzo de 2015, a Carmen Aristegui y algunas personas más de su equipo de trabajo no se les permitió ingresar a los edificios de MVS, dentro de los cuales Aristegui sostuvo su programa de radio desde enero de 2009. El despido, no solo por su carácter ilegal, sino por el golpe a la libertad de expresión que representaba, fue un escándalo. En Silencio radio (2019), Juliana Fanjul, tras el poliédrico e intimista Muchachas (2014), trata de ahondar en lo que sucedió a partir de ese momento y mostrarnos la actualidad del periodismo que ejerce Aristegui. El documental inicia con el mitin en demanda de justicia por el asesinato de Javier Valdez. En mayo de 2017, fecha del mitin, sumaban más de cien asesinatos de periodistas en ejercicio o por algún evento relacionado a la profesión. Fanjul nos muestra la intervención de Aristegui en el mitin y cómo la población la celebra. Fanjul, desde el inicio y hasta el final del documental, la venera.

Prometiendo ser un retrato íntimo, Silencio radio es un documento de pleitesía. Aristegui no tiene matices, es incuestionable. Los únicos momentos en los que, para Fanjul, Aristegui es humana son cuando está atascada en el tráfico o llegando tarde. En lo demás, pétrea, lumínica, libertadora. El cine de propaganda existe bajo la premisa de que aquello que profesa no carece de dimensiones porque es redondo, perfecto y cierto. Fanjul lee eso y lo transforma en evangelio: Carmen Aristegui es la voz oficial del periodismo independiente. ¿Lo es? En Tijuana (2019), tal vez el único teleserial mexicano que precisa de una segunda temporada o más, se nos presenta el escenario de persecución y censura que debe atravesar el semanario Frente Tijuana. Surgida de una ola de asesinatos, la serie, creada por Zayre Ferrer y Daniel Posada, permite ciertos matices: ¿qué tan pura es una o un periodista? ¿Hasta dónde se debe llegar para obtener información? El riesgo no siempre es válido, empero a veces es preciso. Juliana Fanjul nunca se plantea riesgos al entrevistar a Aristegui. Después de convivir con ella cuatro años, nada, Aristegui es una mesías. ¿Quién buscó a quién? ¿Fanjul a Aristegui o, como el documental sugiere por cómo monta sus imágenes, al revés?

Fanjul usa una voz en off que relata con estupefacción la vigilancia que sufrió a partir del momento en que comenzó a seguir a Aristegui y, sin embargo, tampoco ahonda en ello. También en off nos cuenta sobre los mensajes, llamadas y correos que recibía Aristegui con amenazas y demandas, pero tampoco los muestra y, en cambio, sí decide mostrar lo que fuera el cuerpo de Javier Valdez, tendido en el asfalto. Esta imagen de la muerte no solo es oportunista, sino también vil. Una vez más: no hay matices. Aristegui, célebre e inmaculada mientras que otras personas, por la misma razón, yacen ahí. Fanjul sucumbe a la trampa del amarillismo. De igual suerte, uno de los momentos interesantes a nivel de narración y testimonial es cuando Aristegui nos lleva a lo que sería su nuevo edificio. De propia voz, Fanjul cuenta que ese proyecto surgió con «sus propios recursos». Y silencio. A Aristegui le quitaron un micrófono, pero se pudo pagar otro. ¿Suerte, privilegio, poder?

El Paso (2015), documental irregular de Everardo González, intenta, de manera tradicional (en su mayoría entrevistas frente a cámara), mostrar el destino de aquellas personas menos célebres y más ignoradas del periodismo: los reporteros. En su mayoría exiliados, hoy aún cargan con esa sombra de la muerte y la persecución y, tras el olvido del gobierno y sus otrora empleadores y empleadoras, deben desempeñar otros trabajos. El escenario, para ellos, fue decisivo: la profesión o la vida. Radical matiz. Disparos (2019), de Rodrigo Hernández y Elpida Nikou, sigue el desempeño del fotoperiodista Jair Cabrera, quien se formó en un taller de fotografía impartido por Jesús Villaseca en Iztapalapa, en El Faro de Oriente. La apuesta de Villaseca es un combate frontal: ¿quién atrae más jóvenes, la cultura o los cárteles? Disparamos, afirma Villaseca, pero no con armas, sino con fotografías. La fuerza del documental es que Jair Cabrera renuncia a las pandillas por ejercer un oficio y termina retratando la violencia continua y cómo esta va creciendo paralelamente a su desarrollo en la profesión. El punto álgido y brutal del documental es cuando Cabrera logra regresar a su casa tras un secuestro. Él mismo, en lágrimas, se plantea la pregunta: ¿y ahora qué?

Dos momentos hacen que Silencio radio no sea nada más una homilía. En el primero, Carmen Aristegui y su equipo revisan las cámaras de seguridad de lo que es su nuevo lugar de trabajo. Se percatan del robo que sufrieron cuando nadie estaba. Ven los rostros, las mañas, la violación de la seguridad. Algunas personas renuncian, pero Fanjul, centrada en Aristegui, a saber si por encargo o fascinación, no les da voz y más bien lo explica en off. ¿Esa voz acompaña o resuelve? El segundo momento lo sostienen esas otras personas invisibles en el documental. Uno de los reporteros está frente a la cámara. «¿Tienes miedo de morir?», le pregunta Fanjul. Casi a punto del llanto, responde: «No me lo he preguntado porque creo que nadie merece morir por hacer un trabajo como el mío». Corte. No más. En un giro evangélico, Juliana Fanjul pasó del relato coral y profundo de Muchachas al oficialista y bíblico del tributo: sin mediaciones ni contrapesos, la veneración es silencio.

TAMAÑO DE LETRA:

 

  • Clementina
  • El poder del perro
  • Adios al lenguaje-2
  • Noticias de casa