Ciudades vacías

Editorial


May 18, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

En Correspondencias, el número de invierno suele ser una oportunidad para reflexionar sobre un año terminado y asentar las bases para la primavera, un periodo de activación. Las circunstancias en las que publicamos esta vez son tan extraordinarias que parecen haber anulado el arranque del año. Un invierno que nunca se acaba, que arrincona a poblaciones enteras en los confines de sus casas con la amenaza de enfermedad y muerte. El futuro siempre había sido incierto, pero la ciudad no nos dejaba verlo.

Durante el periodo de encierro por la pandemia de COVID-19, una muestra continua de la producción audiovisual más inmediata y masiva —el contenido efímero del internet y sus redes sociales— es la fantasía de la ciudad vuelta ruinas. Espacios recuperados por una fauna imaginaria, nuestras orgullosas edificaciones usurpadas por la naturaleza y el vacío. Ciudades vacías.

De cierta forma, nuestro dossier #12 busca ser contrapeso de esos espejismos. En las películas de las que escribimos radica la parte activa que nos vincula a nuestras respectivas ciudades, la participación del ciudadano, la masa, el poder y la propiedad, la habitación compartida. Lo urbano establece un eje a través del cual sentimos y entendemos la realidad, y, a su vez, renace de esa perspectiva resultante: viciada, irregular, pero nuestra.

Por lo tanto, en este número vive Berlín en varios tiempos de añoranza; viven los suburbios reapropiados de París; vive Buenos Aires como refugio de una actriz en crisis; viven los rincones alternativos de la Ciudad de México, pero también los reflejos luminosos de su Torre Latinoamericana; viven por ahí, coladas, Argel, Nueva York, Valparaíso; vive un skatepark en Santiago y vive Moscú soñando con el espacio; viven las cloacas de Seúl y la mansión más famosa del cine coreano, y viven los valles del sur de Gales en una prefiguración de la urbe que iba a terminar por consumirlos.

No es cierto que la ciudad está ahí afuera tornándose piedra. En estos días se ha desplegado toda una sección virtual de su existencia que mantiene viva la dinámica de sus pobladores, que no la anula ni la reemplaza, pero la complementa. Como la estatua del vencedor al final de Victory Day (Serguéi Loznitsa, 2018), la calle nos observa desde adentro, esperando nuestro regreso.