Una poesía para impresionar

Las poetas visitan a Juana Bignozzi (2019) de Laura Citarella y Mercedes Halfon


Oct 13, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

A estas alturas uno ya puede entrar a una película del El Pampero Cine con expectativas muy específicas, como quien está listo para la escatología de una película de Albert Serra, los silencios de Oregón en una de Kelly Reichardt o una playlist bien curada en una de Quentin Tarantino. Por eso, no pasó mucho tiempo para que aparecieran poco a poco en la nueva obra de esta productora argentina, Las poetas visitan a Juana Bignozzi (2019): lugares filmados con el encanto de un recorrido de ocio, lecturas en voz alta, fetichismo de antigüedades como discos, libros o papelitos, reflexiones sobre el rodaje del producto que ya estamos viendo terminado. Gente que habla sin parar.

En esa imagen previa al visionado tenía también a los personajes de La vendedora de fósforos (Alejo Moguillansky, 2017) orbitando alrededor del compositor Helmut Lachenmann y la pianista Margarita Fernández para contagiarse de su música, o a Camila cerca de un Dan Sallitt disfrazado de ficción en Hermia & Helena (Matías Piñeiro, 2016), súbitamente hermanando el cine de Piñeiro —quien, sin pertenecer a El Pampero, comparte una voracidad creativa semejante— con Caterina (Dan Sallitt, 2019). El documental de Laura Citarella y Mercedes Halfon se asocia así con la poeta, traductora y periodista argentina Juana Bignozzi. Ella murió en 2015 y Halfon, también poeta, es la albacea encargada de su archivo. Una artista joven que acaba de perder a su mentora y amiga ahora tiene que catalogar sus cuadernos y poemas perdidos, interpretar manuscritos, vender sus viniles y empaquetar su colección de elefantes de madera, peluche y porcelana. Para no hacerlo sola, llama al escuadrón de Laura Citarella. Ahí, entre cajas de cartón y guardarropas resucitados, empiezan a filmar.

La figura del director que busca y busca dentro y fuera de sus filias intelectuales sigue siendo central para El Pampero. Los argentinos no dejan de verse a sí mismos, de filmar a Narciso en el reflejo de aparadores, vitrinas, puertas y montones de otras cámaras. Pero en Las poetas visitan a Juana Bignozzi hay dos cosas que evitan que las personas que filman sean simples sujetos de sus vanidades. La primera es el contrapeso de una codirectora que no se dedica al cine: Mercedes Halfon es la protagonista de esta crónica del nacimiento de un archivo, pero también antagoniza el proceso cinematográfico; la poeta ofrece cierta resistencia a los requerimientos de la voz dictatorial de Citarella que le dice cuándo hablar y cómo colocarse frente a la cámara, duda de los propósitos de sus amigas, se desentiende un poco de esa lucha incansable del montaje perfecto porque ella tiene su propia cuesta por delante.

La segunda brecha entre cineasta y reflejo narcisista es la forma tajante en la que Citarella sugiere su carácter en el rodaje: una voz decisiva que, a pesar de acompañar amistosamente, dirige. En la cuarta parte de La flor (Mariano Llinás, 2018), por ejemplo, la película vuelve sobre sí misma y presenta a una parodia de su propio director en una crisis profesional y creativa. La farsa del Llinás metaficcional que no puede manejar a sus actrices desemboca en una narrativa autónoma y en largas secuencias poéticas, absurdas o retóricas en donde el comentario de sí mismo queda como un mero pretexto para seguir narrando; el realizador se convierte en un personaje carismático de cuento de hadas. El personaje de Laura en Las poetas visitan a Juana Bignozzi es todo lo contrario. No tiene muchos adornos que suavicen la posición gestual (artesanal, profesional o como quiera verse) de quien comanda un proyecto para obtener algo: poesía a como dé lugar. Hay un plano en donde Mercedes lee un poema de Bignozzi con un micrófono de línea —de esos que también se llaman micrófonos de escopeta porque parecen cañones— apuntándole a unos centímetros de la cara. El cine consigue lo que quiere a punta de pistola.

Luego de escuchar las direcciones de Laura varias veces, podemos adivinar que esa manus de cineasta es la responsable de la fluida secuencia biográfica que nos relata la vida de Juana. Fotografías que entran y salen al ritmo de una voz en off sobre una mesa de madera: Juana nació aquí, Juana vivió allá, Juana escribió esto y aquello. Una biografía que cabe en la mesa del comedor, que en un movimiento de cámara sube por los brazos de Mercedes —revelando que fue ella quien lanzaba y recogía las fotos como naipes— y descansa en su rostro, dejándole sobre los hombros el peso de salvar esa vida ajena del olvido.

No quisiera que se malentendiera el carácter de ambas directoras o que se perdiera el sentimiento de amistad que une al filme cuando digo que parece que Laura quiere sustraer la esencia poética que llena a Mercedes, que Mercedes quiere desprenderse de tal esencia (no como un desecho, sino con ganas de concretar la carga histórica que le encomendaron para ponerla en un orden justo) y que es a través del fracaso de esos dos intentos que brota algo nuevo: la duda. Las preguntas abren la relación con la película (pensando en el narcisismo fílmico como una experiencia cerrada). ¿Para qué filmar a Mercedes? ¿Esta película es la ayuda que pedía? ¿Esta película guarda a Juana Bignozzi o solo la refiere en anécdotas? Y escuchamos: «¿La poesía aparece si nadie dirige?». La poesía no necesita del cine, y para muchos de nosotros está más que claro que existe un cine que tampoco la necesita a ella. Cine sin poesía, crítica sin cine; elefantes sin baños de tierra. Aquí, Laura, Mercedes y las poetas encuentran eso que le faltaba a los elefantes de colección, y luego de preguntarse por la inutilidad o el rumbo de su quehacer artístico, descubren una intención sincera para hacerle un filme a Juana Bignozzi, la más valiosa cuando se trata de conmemorar a un artista y a un amigo que ya no está.

Una poesía para impresionar
con grandes imposibles olvidos que no llegan
o esas frases de: tengo para poco
una poesía en realidad para ser un animal herido entre la gente
para irse a un rincón y tratar de no molestar
si digo esa poesía ya no me interesa
es porque he empezado a sentir gusto por la vida en serio.

Juana Bignozzi, Mujer de cierto orden 

TAMAÑO DE LETRA:

 

  • Clementina
  • El poder del perro
  • Adios al lenguaje-2