Hacer escenas

Fauna (2020) de Nicolás Pereda


Oct 7, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

«En un contexto de ficción no somos responsables de lo que producimos como acción, sino como representación». Esta idea, proveniente de un texto escrito por Lázaro Gabino Rodríguez para Cinema 23,[1] tiene un eco audible a lo largo de Fauna, película de Nicolás Pereda que tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Toronto y que desde entonces ha sido seleccionada en Nueva York, Valdivia y Morelia. La película inicia como el viaje de una joven pareja de actores (Francisco Barreiro y Luisa Pardo) para conocer a los familiares de ella: José Rodríguez López, Teresa Sánchez y Lázaro Gabino Rodríguez, los rostros más recurrentes en la filmografía de Pereda.

Muchos espectadores en México se jactan de no haber visto más de una película de Nicolás Pereda, con la intención de no regresar. Hay muchos factores que provocan tal aversión y quizá la más recurrente sea la presencia tan importante de lo mundano y lo cotidiano, formas que estructuran la mayoría de sus filmes, desde ¿Dónde están sus historias? (2007) hasta Fauna, película que parece introducir una variante a lo que era consistente en sus películas: ya no la repetición, sino la reinvención.

En la primera parte de Fauna, cuyos planos fijos parecieran invocar las imágenes de Abbas Kiarostami o Jafar Panahi, reina una tensión que quizá no se había percibido en el cine de Pereda desde Verano de Goliat (2010), la película que le dio proyección internacional al cineasta mexicano y que también tiene una tenue convergencia con el manido tema del narcotráfico. En el caso de Fauna, dicha tensión no emana del problema del narcotráfico, sino de su representación. El personaje de Francisco Barreiro es un actor que, como el propio Barreiro, tiene un papel relativamente menor en una popular serie sobre el narcotráfico. Después de un par de incómodas y cómicas situaciones con el padre y el hermano de su novia, los tres hombres terminan en una cantina donde le piden a Barreiro que actúe una escena de su serie de televisión.

«A ver, hazte una escena», dice José Rodríguez a Barreiro, quien a regañadientes escenifica el silencio de su personaje en una secuencia que es sin duda de las mejores en la filmografía de Pereda, en la que concentra uno de sus intereses más latentes: el poder de la simulación. Mientras los hombres están en el bar «haciendo una escena», Luisa Pardo y Teresa Sánchez hacen otra, específicamente el brutal monólogo sobre la maternidad de Sonata de otoño (Höstsonaten, Ingmar Bergman, 1978), primero recitado por Pardo y después corregido por Teresa Sánchez —«Yo lo haría así», le dice—, un ejercicio que remite a Matar extraños (Nicolás Pereda, 2013), quizá de una forma menos lúdica y mucho más orientada a tergiversar no solo la narrativa, sino la identidad.

Acto seguido, Barreiro se ve obligado a repetir la escena, pero ahora con diálogo. La presión de los Rodríguez hace que Barreiro dé una interpretación tan intimidante y poderosa que se abre una grieta narrativa por la que el personaje de Lázaro Gabino lleva Fauna a un derrotero que evoca el cine del argentino Matías Piñeiro. Tomando un suspiro, más que inspiración, del cine de su colega argentino, Pereda entrelaza otra narración dentro de la película que usa a los mismos actores en una historia que involucra conspiraciones y dobles identidades.

La reflexión sobre la labor del actor pesa sobre Fauna, cuyo mecanismo lúdico pretende hacer un muy puntual comentario sobre la forma en la que la cultura del narcotráfico es a estas alturas un problema de naturaleza performática, con lo que parece surgir una responsabilidad ineludible en aquellos que prestan su presencia para elaborar una ficción que cobra espacio y vidas en la realidad.

Fauna es una película sobre actores que se interpretan a sí mismos. Cansados de buscar variaciones de sí mismos, prefieren asumir un nombre nuevo y, quizá con ello, la expectativa de otra identidad. Representar (y, sobre todo, representarse) deja de ser una acción excepcional y se vuelve un mecanismo peligroso, un juego en el que, como dice Myrtle Gordon en Opening Night (John Cassavetes, 1977), «si actúas de forma convincente, la gente acepta que eres así». Tanto el actor como la ficción son más de lo que representan y hacen a cuadro, pero a nosotros, como audiencia, nos gusta simular que no es así.

A ver, Nico, dirígete una escena…

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FUENTES:
[1] Gabino Rodríguez, Estamos hechos para el sueño, no tenemos órganos adecuados para la vida (Apuntes sobre la actuación en el cine para jóvenes poetas), México, Los Cuadernos de Cinema 23, 2018, p. 9.