«Amor con amor se paga»

El hombre cuando es hombre (1984) de Valeria Sarmiento


Oct 21, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

En el inicio de El hombre cuando es hombre (Valeria Sarmiento, 1984), vemos a unos vaqueros domando toros en un rancho. Observamos un paisaje bucólico en algún lugar de Latinoamérica, sus animales y plantas tropicales. De repente, todo por corte directo, un baile folclórico sucede en pantalla y otros hombres ahora aseguran con cuerdas a las mujeres con las que bailan. Llegamos a los créditos iniciales, en donde es otro el deseo domado, el de ser una imagen y un personaje: Jorge Negrete cantándole a su amada en una comedia ranchera mexicana.

Valeria Sarmiento y su equipo construyen con esta película una dialéctica sobre el amor romántico en la modernidad latinoamericana; lo hacen por medio de la yuxtaposición de testimonios con el paisaje musical y social que los acompaña. Estamos ante el viaje de un personaje trágico, despojado del honor del macho mexicano (que vemos representado entre cortes con la figura de Jorge Negrete) y condenado a una educación sentimental que al final lo dejará loco y solitario.

Los testimonios sobre el amor, el sexo y la familia que dan hombres y mujeres de distintas edades en la Costa Rica de los años ochenta son ascendentes al contarnos primero los de los niños y los jóvenes, luego los de los adultos y al final los de los viejos. En la mayoría de las secuencias, estos hombres nos relatan sus ritos de paso, como la pérdida de la virginidad, la primera pelea con otro hombre y el coqueteo pueril, pero en pantalla luego observamos los ritos de paso de mujeres —los que vemos en las telenovelas y en las narraciones populares—, como la fiesta de quince años, el matrimonio, la vida doméstica y el embarazo. Los dos mundos sentimentales, el femenino y el masculino, se acompañan y contraponen en aparente normalidad. La cámara no se inmuta ni privilegia a uno u otro. Los observa atentos dejándolos desdoblarse, explicar por sí solos sus contradicciones y la violencia que les parece natural. Así, la cámara se esconde y, con ella, su realizadora, dejando que sea la escucha de la naturaleza urbana y su posterior lectura las que nos guíen.

El elemento que rompe la aparente armonía de este dialogo entre hombres y mujeres, en donde sí interviene de manera clara la realizadora, es el uso de la música romántica. Serenatas, mariachis, boleros y rancheras suenan en medio de la selva costarricense; se vuelven la bisagra que conecta una historia con la otra, un paisaje sonoro como coro de esta tragedia moderna. Filmada en los años ochenta, la música de esta película ya debe sentirse como un recuerdo, algo de nuestros padres y abuelos. El montaje es en apariencia simple, pero carga de sentido aquellas imágenes y testimonios que se nos muestran cotidianos. Una imagen pasa después de la otra y es contestada por la música con aparente facilidad, armando un mecanismo claro para la crítica de los roles sexuales ahí presentados.

La película referenciará con esto a todos los elementos característicos del cine ranchero mexicano de la época de oro, siendo el principal la tensión melodramática entre tradición y modernidad. El clímax de esta tensión sucede con los testimonios de dos asesinos, quienes relatan los motivos de sus feminicidios. Tenían ellos esposas que quisieron liberarse de su dominación con el divorcio y la separación. Estas tragedias en la narración coral de la película son un momento de revelación, como si todas las historias que escuchamos, que tenían tintes caricaturescos, retornaran de ser imágenes cinematográficas a ser registros de una violencia estructural. La imagen torna del ideal nostálgico al terror de lo cotidiano.

La narración de todos modos no termina en la anunciación de la víctima mujer, dejando de lado cualquier intención melodramática, y le sigue el último testimonio, el del anciano que comenta lo que desea de una mujer: que lo escuche tocar el chelo y lo felicite por ello. En su voz hay un aire de nostalgia por un mundo que ya no vive. El destino de nuestro personaje, sino la locura, será no tener a nadie que lo escuche cantar su música.

Aquí hay un relato que se construye como melodrama social y se critica a sí mismo como ensayo audiovisual. Si el folclor nos domina, la película nos libera de él con uno de sus más provocadores gestos: el de escuchar al otro sin juzgarlo, y así ver desarmado el prejuicio maniqueo del bueno y el malo ¿Cómo escuchar la educación sentimental de los latinoamericanos? ¿Qué hay detrás de nuestras pasiones?

TAMAÑO DE LETRA:

 

  • Clementina
  • El poder del perro
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