Espectros de tiempo
¿Qué es lo que diferencia un día de otro en las condiciones actuales? Podríamos pensar que el elusivo constructo que reconocemos como «identidad» permanece casi inamovible cuando el cotidiano tiene relativamente pocas variables que ofrecer y, sin embargo, las modificaciones, aun si graduales, se van sumando hasta llegar a una transformación que fácilmente podría pasar desapercibida, a menos que los remansos de lo que dejamos y de lo que seremos pudiesen comunicarse entre sí.
Resulta intrigante imaginar días de encierro en otras épocas a partir de los registros con los que contamos y, aunque ese tedio se asoma en las películas de Chantal Akerman o Andy Warhol, quizá en pocas películas de género o inscritas en modelos narrativos aparentemente más «tradicionales» entran en juego el desdoblamiento identitario y la compulsiva necesidad de visión como en Imágenes (Images, 1972) de Robert Altman, Los ojos de Laura Mars (Eyes of Laura Mars, 1978) de Irvin Kershner y Alguien me vigila (Someone’s Watching Me!, 1978) de John Carpenter, obras en las que la soledad y un relativo aislamiento representan el punto de partida para replantear la fragilidad de los días y el consumo que el tiempo hace del cuerpo.
No existe una cronología específica en la que viva Susannah York en Imágenes, así como no existen explicaciones racionales para la capacidad vidente que adquiere Faye Dunaway en Los ojos de Laura Mars ni un confort lo suficientemente sólido para que Lauren Hutton pueda enfrentar a su voyeur invisible en Alguien me vigila. Estamos ante tres mujeres que, como nosotros, observan y se sienten observadas, incluso por sí mismas. Sin otro medio de comunicación más que teléfonos fijos, en este ensayo audiovisual se establece un diálogo frustrado entre las tres, quienes únicamente comparten la angustia de los días y la inevitable aparición de un espectro que va cobrando carnalidad con el tiempo.
La confrontación en las tres películas con ese enemigo invisible llega inevitablemente, pero, si sujetamos a estos tres personajes ficticios a las mismas condiciones en las que estamos nosotros, quizá para igualar un poco los términos, y se abandonan las expectativas de cierre y finalidad que existen en una película, la ficción adquiere una sensación de infinitud; no una que empodera, sino que más bien nos resigna a consolarnos a pensar: «Mañana será otro día».