La placenta es de un rojo luminoso

Sobre Tarachime de Naomi Kawase


Dic 8, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

Parecen los gajos de una naranja sanguina mirados muy de cerca. La voz de Naomi Kawase pregunta: «¿Por qué me adoptaste?». Esta interrogación inaugura el ritmo de Tarachime, una obra de 2006 en la que Kawase parece querer registrar para aprehender el cuerpo envejecido de Ona, su madre adoptiva. Lo que comenzó como un deseo de la directora japonesa por documentar el embarazo de su primer hijo, Mitsuko, termina por revelarse como una pregunta más amplia sobre la enfermedad, la ausencia y su historia familiar. La cámara rumia la relación entre las tres de modo tal que la experiencia de lo íntimo se ralentiza para poder preguntarnos de la manera más franca: ¿qué es una madre?

Desde Ni tsutsumarete (1992), Katatsumori (1994) y Kya ka ra ba a (2001), Naomi Kawase ha trazado una genealogía desordenada de la historia del abandono de sus padres y su posterior adopción. Las indagaciones no van dirigidas a encontrar sosiego, más bien cruzan la demarcación entre lo familiar y lo desconocido de su infancia con gran temeridad, a veces culminando en confrontación; la furia al interrogar implacablemente a la madre que la adoptó o la quietud que viene antes de que su padre responda al teléfono cuando lo llama por primera vez. Hacia el final de Ni tsutsumarete, escuchamos la llamada telefónica mientras las superficies de los objetos de su departamento reflejan el ocaso del día: una cajonera a media luz y una taza de té a medias, probablemente fría, pero de la cual al final decide sorber.

—Soy Naomi Kawase.
—¿Naomi?
—Sí.
—¿Eres Naomi?
—Sí, lo soy.

Ni tsutsumarete, Naomi Kawase, 1992

Una de las primeras secuencias de Tarachime muestra el cuerpo de una mujer vieja mientras toma un baño. «No he dado nunca a luz», dice mientras la cámara recorre las superficies de su cuerpo con gran cuidado, deteniéndose en los pliegues del vientre y los senos arrugados. Es el cuerpo de una madre que no ha dado nunca a luz, el cuerpo de la tía abuela de Naomi Kawase. La palabra tarachime traducida del japonés significa «mujer goteando leche». La leche aparece como un síntoma que puede bifurcarse hacia la vida o la muerte; puede presentarse como la reacción biológica de un embarazo, aunque también como señal de cáncer. Ona levanta su suéter para mostrar la venda que cubre una incisión en el seno izquierdo. Unos momentos después, Naomi se encuentra recostada en el consultorio de su ginecóloga mientras le realizan un ultrasonido. «El nódulo mide ahora 1.2 centímetros, la última vez eran 1.6 centímetros… es benigno».

Después de haber sido sometido a un trasplante de corazón a causa de cáncer, Jean-Luc Nancy publicó El intruso, una reflexión sobre la extrañeza que produce el propio cuerpo, sobre todo cuando este muta, se enferma o es sometido a un procedimiento quirúrgico. Mientras Nancy se pregunta sobre «la vida ‘propia’ que no se sitúa en ningún órgano y que sin ellos no es nada»,[1] pienso en los cuerpos que ocupan otros cuerpos, a veces los nuestros, para inaugurar esa sensación de extranjería ante nosotros mismos. Para algunos, la necesidad de comenzar a filmarse o mirarse frente al espejo se vuelve una cuestión vital. ¿No es el embarazo, también, un tipo de confusión entre la continuidad del cuerpo propio y un otro que habita en mí?

En Tarachime, el embarazo no es un estadío idealizado del cuerpo, es un intervalo a partir del cual la maternidad es distendida como algo que no deja de acontecer todo el tiempo. A pesar de que los eventos filmados discurren desde el embarazo hasta las primeras palabras de Mitsuko, el montaje se abre y espacia de formas no cronológicas. Si cada ciclo, cada órgano y cada enfermedad contiene un ritmo propio, Kawase crea una correspondencia visual entre esta multiplicidad de tiempos y el registro de varias superficies; luz colada entre las cortinas, el agua y la piel. El sonido de un eco acuático es constante, ya sea en la tina donde se baña Ona o por el latido del corazón de Mitsuki. A la vez, las pantallas en blanco y negro de los ultrasonidos cruzan esa demarcación entre la exterioridad de lo que Kawase captura y la interioridad del cuerpo a través de las ondas sonoras que producen las imágenes de su embarazo.

«Aunque no te tuve en mi vientre, ni te di a luz, de estos senos desecados has mamado, incluso hasta hartarte», dice Ona al inicio del filme mientras su hija filma las arrugas del rostro o sus senos caídos. En Tarachime, la vida no solo se halla en el acto biológico y singular de dar a luz; más bien es eso que se produce en las acciones, a veces poco heroicas, que corresponden al cuidado del otro. Un cotidiano que se va hilando en el desgaste del cuerpo, en las distintas edades de los llantos y en la ternura de las relaciones entre la abuela, la hija y el niño. Sin embargo, lejos de idealizar las condiciones que sostienen la vida, Kawase las revela como un gran misterio mundano.

Hacia el final, vemos a la madre recostada con un gesto solemne. Se encuentra en labor de parto. La cabeza del bebé comienza a abrirse camino y, con la siguiente contracción, salen los hombros y el resto del cuerpo. El llanto de Mitsuki, a quien ya vimos caminar, incluso balbucear algunas palabras, llena gradualmente la secuencia. La voz de la madre exclama: «¡Dámela, voy a filmar!». La placenta es de un rojo luminoso. «El órgano por el cual estaba ligada a ti estaba ligeramente ensangrentado y mantenía un tacto tibio». Kawase transmite una necesidad por capturar los excesos de lo vivo, así como lo vergonzoso y desafiante en un cuerpo. Decide filmar lo propio.

Tarachime, Naomi Kawase, 2006.


NOTAS Y REFERENCIAS:
[1] Jean-Luc Nancy, El intruso, Buenos Aires, Madrid, Amorrortu Editores, 2000, p. 28.