Invocación a lo común

Reflexiones desde el tarot y el cine por escrito

TAMAÑO DE LETRA:

El primer oráculo que recibí en mi vida fue un libro con frases de Gonzalo Arango. El libro venía acompañado de un dado. La dinámica del oráculo era hacer una pregunta, lanzar el dado y abrir una página al azar. En cada página había seis frases. Dependiendo del número arrojado por el dado, se debía leer una; esa era la respuesta que te daba el oráculo. A Gonzalo Arango le pregunté si debía estudiar cine. También, de manera devota, le pedía una señal diaria y, antes de empezar el día, lanzaba el dado, buscaba la página y leía la frase; la mayoría hablaba de la necesidad de estar en comunión con la vida. Recuerdo una sola que mencionaba el desajustado destino que parecía tener Colombia: «¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia».[1] Esta respuesta del oráculo forma parte de Elegía a Desquite, texto que seis años después vería revelarse en la secuencia final de una película colombiana estrenada en Berlín: Los conductos (2020), de Camilo Restrepo.

La profecía de estas palabras pareciera cumplirse. Desquite, al igual que en la elegía, revivió, y yo entré a estudiar cine. En su presagio, Gonzalo Arango describe la fuerza vengativa del incierto territorio en el que él y yo nacimos, un país que queda entre la selva del Darién y la selva del Amazonas, en donde la fuerza de los espesos ecosistemas revive preguntas que siempre tendrán que ver con el dolor del cuerpo colectivo que camina entre dos selvas que se tragan a la gente. La crítica de cine, el conjugar verbos en medio de la fuerza de dos selvas verdes, espesos manglares y violencia, se vuelve el ejercicio de conjurar palabras, de hacer de lo escrito un presagio. Lo que escribimos sobre las películas, que muchas veces están ocultas en las salas de los grandes festivales, permea una labor oracular: un eterno devenir que abre huecos en el espacio público de las imágenes. Los huecos expuestos en palabras escritas, la pregunta sin responder y el fragmento del oráculo se abren como un respiro en el cual podemos introducir el sonido de una voz. La palabra se vuelve colectiva y el canto, una invocación a lo común.

La crítica, ese cine que hacemos por escrito, escarba entre las posibilidades interpretativas de la ritualidad secreta del cine, y la desvela. Estamos ante una cultura de discontinuos relatos que capitaliza el poder que tenemos para enunciarnos desde la imagen-ritual. Desde territorios que viven la distopía gestada por el poder colonial, no tenemos el control de nuestro presente. Sin embargo, con las palabras que tejemos desde el ejercicio oracular de la crítica, podemos abrir la posibilidad de hacer y de tener un futuro en donde estemos dislocados del trauma. Hacer de nuestras palabras partes de una geología inmensa de piedras que miran al sol, piedras formadas por años de quietud bajo la luz de un inmenso astro, y permitirnos hablar sobre ese incierto y mutilado futuro. Ese futuro que la gracia divina castiga y la existencia colonial arrebata, porque es pagana la revelación oracular y en América Latina el futuro parece imposible. Hacer de lo que escribimos un presagio y que la crítica —que es algo así como un intenso ahora inacabable— envuelva los cuerpos de una escritura ritual que nos hable de sueños, profecías y conjuros.

Con motivo de extender las palabras a la relación oracular de la cartomancia, la predestinación y la terapia, pienso que la crítica de cine es una mística de la escritura vacilante; se mueve como el péndulo gitano cuando le hacemos una pregunta. Inundada en una escritura de lo incierto, la crítica de cine nos abraza en sus dimensiones corporales, mentales y espirituales, cada una representada por un arquetipo específico del grupo de los arcanos mayores del tarot Waite-Smith. Este texto, que es a la vez consulta, presagio y brujería, propone una tirada de tres cartas: La Muerte, El Colgado y El Ermitaño. Esta lectura de cartas se mezcla con recuerdos, sonidos e imágenes, y las reflexiones están inspiradas en la práctica de la escritura sobre películas. Todo lo escrito a partir de las cartas seleccionadas nace en función del vértice central de este texto: la crítica de cine.

Número 1 – El cuerpo / El arcano mayor 13 / La jardinera de Violeta Parra


La Muerte, el arcano mayor 13 del tarot, es conocida también como la carta del arcano sin nombre, de aquella energía que no debe ser mencionada. La Muerte representa al espíritu en transformación. En la imagen, la muerte va vestida de negro y lleva en su cabeza una pluma roja que simboliza la fuerza vital. Esta misma pluma la vemos en la carta de El Sol (arcano mayor 19) y de El Loco (arcano mayor 0). A la muerte la rigen Marte y Plutón, una energía sanadora y curandera. Esta carta es la carta de la jardinera; arar la tierra y prepararla, el movimiento repetitivo de la guadaña que ahueca la tierra y recoge los frutos. En la imagen de la carta, las únicas personas que pueden ver a la muerte a la cara son un niño y un sacerdote. La inocencia y la pureza. En la alquimia, la muerte es parte del nigredo, que es la transmutación de la materia. Putrefacción y abono, cuerpo biodegradable y en constante metamorfosis, cuerpo que se desborda, que se recoge hasta volver a ser semilla que se vuelve jardín que se vuelve planta seca que se vuelve semilla y que se vuelve jardín. Hablar desde el cuerpo que se deshace infinitamente y llenar nuestras palabras del pulso vital; escribir el cine desde ese cuerpo que habitamos, lleno de virus, estrías, arrugas, lunares, babas y pelos. La tradición de la bohemia masculina de la crítica de cine, en donde al parecer no tengo lugar, se deshace en la putrefactio del nigredo y cae ante los pies de la jardinera con guadaña, de esa escritura que trabaja la tierra de la imagen. La muerte es la agricultora de las palabras y la proveedora de un espacio de existencia fecunda en nuestra crítica. El cine, en tanto tecnología de la representación, produce cuerpos normados, intactos. Hacer de nuestras palabras un cuerpo roto es hacer con nuestro presagio de textos un cuerpo libre, biodegradable y, a la vez, jardinero. Esta carta nos invita a negar las imágenes y visiones que cierran significados de lo real y a prepararnos para la propia desaparición del nombre en la muerte; volvernos semilla, volvernos flor y escribir. La muerte, curandera y yerbatera, lejos de anular la vida, la renueva constantemente. La crítica, oracular y agricultora, es la balsa que cruza los ríos de la memoria, es también el cordón umbilical y la semilla.

Número 2 – La mente / El arcano mayor 12 / Las nueve noches de Odín en el Yggdrasil


El Colgado es el arcano 12 del tarot. Está de cabeza sostenido en una cruz, las cruces unen el cielo y la tierra como las montañas. Al igual que las cruces y que las montañas, el cine por escrito también es una unión: une la luz y las palabras. Esta carta representa el espíritu de renuncia y de sacrificio. En hebreo, la cruz tiene la forma de la letra tav, que significa verdad. Al colgado lo rige el planeta Neptuno, la ilusión y el misterio. La mente y la suspensión de cabeza nos recuerdan a la muerte (el cuerpo) como un periodo de retiro, una suspensión que espera volver a la vida. La crítica de cine es como ese espacio suspendido que permite, al igual que la muerte jardinera, un segundo nacimiento. Al igual que el colgado, Odín estuvo de cabeza. El soberano de Asgard pidió al dios Mímir que le permitiera beber del pozo del conocimiento. Como paga, Odín se quitó uno de sus ojos y colgó de la rama de un árbol, herido con su lanza, durante nueve noches. Cuando nos acercamos al pozo de las imágenes, prestamos nuestros ojos a un titileo estelar imperceptible y, al igual que Odín, en ocasiones salimos heridos. Al dios nórdico, el sacrificio le trajo el don oracular de leer las runas. A los espectadores, el cine nos trae el afán humano de querer atrapar lo eterno. En los hombros de Odín se posaban dos cuervos: Hugin, el pensamiento, y Munin, la memoria. Las legibilidades colectivas de la piel, en la que se escribe el pensamiento y la memoria, rompen los mecanismos históricos al ponerlos de cabeza. Se niega la rígida postura de la hegemonía y se cambia la perspectiva del relato; escribimos estando de cabeza. El Colgado es uno de los cuatro valores cardinales del tarot y representa la prudencia. Si usáramos los cuatro valores cardinales como una especie de rosa de los vientos, el colgado apuntaría al sur. Así como Odín apunta a la tierra, el magma del que nace la vida, el colgado apunta al sur, en cuyos vientos se encuentra el polvo de una cordillera que a la vez es columna vertebral. La posición del colgado también recuerda a la posición de un bebé que está por nacer; la cabeza, iluminada, mira hacia abajo. Así como en la carta, la crítica de cine mira hacia la tierra, hacia la raíz, hacia la disputa de una mente que está al revés.

Número 3 – El espíritu / El arcano mayor 9 / Insomnio 1 de Remedios Varo


Esta es la carta de El Ermitaño y representa el espíritu que guía. El signo que rige a este arcano es el signo de Virgo, el más dedicado a servir. Los ojos del ermitaño miran hacia abajo, hacia su corazón o hacia sus pies. Hacia la tierra fecunda, la semilla y el sur. Ante un suelo arrebatado y el oráculo del sueño suspendido, nos queda desbordar el tiempo con lo escrito. La nostalgia que avanza y esa energía resguardada entre montañas, las mismas que pisa el ermitaño, nos permiten sostener el enigma y la duda para hacer de nuestras manos un cuenco en el que quepa la posibilidad. Nuestro cine por escrito será entonces la roca intestina que guardan las montañas, la quietud, el quiebre, la humedad y el suelo mohoso. Esta carta, al igual que la crítica, que simboliza un retiro introspectivo y el final de un ciclo espiritual, me recuerda a la pintura Insomnio 1 de Remedios Varo. Ojos que vuelan en una habitación tan solo alumbrada por unas velas. Ojos atentos a presagios de la noche. Ojos alertas a pantallas que proyectan imágenes. En una variante del tarot egipcio, se habla de esta carta como la lámpara velada y su significado esotérico está relacionado con el devenir, esa trama invisible del organismo que está por ser construido. Pensar en una crítica del cine del devenir, de esa posibilidad de siempre estar andando el terreno de nuestros escritos, nos permite acercarnos a ella como una labor afectiva. Hacer de la crítica un cuerpo en experiencia, una pregunta que fue, que es y que a la vez será, es permitir que nuestro oráculo geste todas las formas capaces de acontecer la vida que tiene el cine. La venganza de nuestras reflexiones insomnes será la revelación divina de este trabajo esotérico. Esta carta hace de nuestra escritura una perífrasis, una vuelta alrededor de la palabra. Revivir el caminar de las ideas, las preguntas y el alfabeto. Caminar la montaña que, al igual que la cruz, une al cielo con la tierra.

A partir de estas tres dimensiones (cuerpo, mente y espíritu), podemos hacer de nuestra labor crítica una labor esotérica. Soy médium porque por mi cuerpo pasan las voces de otras personas que he conocido, y las palabras que aquí escribo corresponden al cuerpo atravesado por el otro; son voces que me habitan y que le dan forma a mi cuerpo escribidor y a mi cuerpo escrito. Soy médium porque por mi cuerpo pasa la luz de las imágenes y la traduzco en palabras. Hablo con muertos, con imágenes muertas, con momentos suspendidos; vidas que mueren antes de haber nacido y se congelan en secuencias iluminadas por el pixel. Imágenes y palabras que siempre están por ser mueren y viven constantemente ante la mirada inquieta de quienes observamos películas.

Ante una narrativa del cautiverio de un cuerpo que teme enfermarse, reinventar el código de las palabras para escribir un cuerpo por fuera del cuerpo; quizá se abra como un pequeño espacio de respiro. Comulgar con la vida en este ejercicio oracular que rescata esa labor antropofágica de la reapropiación. Concebir a partir de nuestro cine por escrito todos los modos posibles para el amanecer, reavivar el fuego mítico de la utopía. Vivimos en todos los tiempos creados por la violencia colonial en los territorios que caminamos. Vivimos en el futuro creado por la fuerza de la esclavitud y la república criolla, del violento mestizaje y de las dictaduras militares. Escribamos para no dejar intacto el sistema. Así como Violeta Parra maldice el vocablo amor con toda su brujería, maldigamos nuestro dolor cantando. Entre rezos y rituales comunes, conjuremos al verbo escribir.


NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] Gonzalo Arango, Obra negra, Santa Fe de Bogotá, Plaza & Janés, 1993, p. 44.