Terrores primordiales

Confrontando el ojo vegetativo desde el horror de Jacques Tourneur


Mar 22, 2021

TAMAÑO DE LETRA:

Desciende el sol por el oeste,
brilla el lucero vespertino;
los pájaros están callados en sus nidos,
y yo debo buscar el mío.
La luna, como una flor
en el alto arco del cielo,
con deleite silencioso,
se instala y sonríe en la noche.
Adiós, campos verdes y arboledas dichosas
donde los rebaños hallaron su deleite.[1]

Secuencia

A.1. Se apagan las luces. La oscuridad envuelve a la habitación. La iluminación del otro cuarto sugiere ciertas siluetas que se dan por sentado.

B.1. ¿Este es el camino? Al quedar frente a la penumbra del callejón, se detiene en seco. Se mira al abismo, esperando que nada devuelva la cortesía. Se dan dos pasos y se observa alrededor. Una refracción de luz viene del otro lado. Quizás sea más seguro.

C.1. El crujir del viento contra la densa foresta tropical es la única banda sonora. Inesperadamente, un llamado indescifrable se escucha; dos veces se manifiesta, y guía la mirada hacia un presagio de lo prohibido.

C.2. Se sigue caminando. Esquivando la maleza hasta topar con el cadáver de un animal colgado. Se apresura el paso.

B.2. En las ondulaciones del agua se vislumbran retazos del camino. Como una cabeza flotante, la cara es lo único que se distingue. ¿Qué es eso? Dos puntos de luz yacen por un instante entre las tinieblas y luego desaparecen. Se apresura el paso.

A.2. El hipnótico caer de las gotas se distorsiona por un aullido. La sombra de las escaleras se deforma un instante por una masa negra que la atraviesa. Se da la vuelta y se apresura el paso.

A.3. Se salta al agua. El único lugar seguro. Las ondas de luz se trastocan con las olas de la piscina y la realidad se resquebraja con un rugir cada vez más cercano. Inmersa en las sombras, una ráfaga de luz revela un contorno inesperado. Las reverberaciones de un grito opacan todo a su alrededor.

B.3. Un camino se abre entre la maleza. El rayo de la linterna es la guía principal y, de repente, el camino no fluye igual. Inmersa en las sombras, una ráfaga de luz revela un contorno inesperado. Las reverberaciones de un grito opacan todo a su alrededor.

C.3. Inicia un tronar incesante, y entre ello, reconfortantes referencias sonoras de la modernidad. Se sigue adelante, pero un aura abyecta obliga a mirar atrás. Inmersa en las sombras, una ráfaga de luz revela un contorno inesperado. Las reverberaciones de un grito opacan todo a su alrededor.

El hombre leopardo (The Leopard Man, Jacques Tourneur, 1943)
La marca de la pantera (Cat People, Jacques Tourneur, 1942)

V.O.

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¿Qué es exactamente lo que aterra a las protagonistas en los filmes de horror dirigidos por Jacques Tourneur?

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En su camino, ninguna es interceptada por una vil aberración. Sus narrativas personales varían en grado de detalle y carecen de clichés del género, como lo son pasados traumáticos o situaciones de riesgo externo; al menos si se parte de lo que se presenta en el microcosmos de cada filme.

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El sentir de amenaza que las consume y las pone a trastabillar con las sombras elude tales categorizaciones. No hay diálogos expositivos en el primer acto que expliquen la naturaleza de tal horror ni tampoco epílogos anexados donde se aten los cabos sueltos y se le dé una palmada en la espalda al espectador. No. El tipo de terror que exuda de cada encuadre de las colaboraciones entre Jacques Tourneur y Val Lewton es algo más primario: una inquietud casi ontológica que trasciende cualquier esquema racional en el cual le queramos encasillar.

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Lo que se encarna es el miedo a la oscuridad; la desconcertante experiencia de no reconocer nuestros alrededores; el sentir abrumador que carcome el espíritu cuando —una vez expuesto a fuerzas incomprensibles— nuestro sistema de valores se tambalea. Para ello, no hay personificación que haga justicia, o hito narrativo lo suficientemente matizado como para sugerir. En estas obras, el desconcierto se convierte en un aura ominosa y asfixiante que rediseña los límites del espacio, el tiempo y la percepción. A pesar de su evasión de lo abiertamente fantástico y sobrenatural, los universos lóbregos de los trabajos del cineasta francés para RKO Pictures son apenas esporádicamente discernibles como parte de la «realidad».

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Puede que ninguna umbría sea tan vívida, ningún berreo tan penetrante ni destello tan fluido, pero ante la cámara que guía Tourneur, tales consideraciones se vuelven superfluas. Para él y sus personajes, no hay otra verdad. Las fronteras entre psicología y cronología se entremezclan y contraponen. Así como en el cine de otros maestros de la lírica y la sugerencia, como Fritz Lang y Pedro Costa, las tinieblas toman vida propia para dialogar e interpelar a los cuerpos errantes que las irrumpen, sembrando dudas en lo que se tiene en frente, forzando a repensar cada instante sobre la fidelidad de lo que captura la retina e indica la razón.

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En estos mundos, tales conformaciones van mucho más allá de cualquier artilugio. No se trata de telones por ser levantados ni misterios a develar, sino de una comunión profunda con lo elemental; una realidad numinosa que recodifica las impresiones para así desligarse de lo mundano.

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Jacques Tourneur era transparente al respecto. En las escasas entrevistas en las que se refirió a su arte,[2] dejó en claro el poco interés que le generaba el naturalismo: «El cine es un escape», decía, «es el encanto lo que todos buscamos… Eso es lo que se queda con nosotros, querámoslo o no». Sus lúgubres claroscuros monocromáticos eran entonces su manera de hechizar y ofrecer una alternativa a las cadenas terrenales, una puerta a un estado de consciencia más puro.

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En sus escritos en contra de la Ilustración,[3] el infame poeta británico William Blake arremete contra la frivolidad racionalista del modernismo y la tacha de una afronta al verdadero núcleo de la existencia humana, aquello que llamaba «el cuerpo de Dios» y la «evidencia de lo divino»:[4] la imaginación.

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Así como Tourneur, la expresión creativa de William Blake no temía sumergirse en los opacos abismos del misticismo. Su cosmovisión apelaba a la trascendencia y veía en los confines de la mente una oportunidad de exploración primordial; su mirada espiritual era una contraposición categórica al «ojo vegetativo», como describía la posición de aquellos quienes nublan las posibilidades inmateriales de lo etéreo con su exaltación del empirismo.

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De cierta manera, es esta dicotomía la que se retrata en las colaboraciones de horror entre Tourneur y Lewton: la crisis de sentido del materialismo occidental ante otros entendimientos. El momento en que las tinieblas pasan de ofuscar la óptica a la espiritualidad conservadora. Sea la tensión subyacente de la frontera entre México y Estados Unidos en El hombre leopardo (The Leopard Man, 1943), los enigmáticos vestigios coloniales de Haití en Yo caminé con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943) o la devoción ascética importada a la Gran Manzana por una inmigrante serbia en La marca de la pantera (Cat People, 1942), «los otros» colapsan con el entumecimiento sensorial del «mundo civilizado».

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Inadvertidamente, aquello que se les ha sido constantemente señalado como «lo prohibido», les seduce. El yo que están tan acostumbrados a afluir se diluye frente a sus ojos. Los sentidos que se dan por sentado para este punto se desbordan ante una afección oceánica e inconmensurable. Ahí yace el terror. En ese instante donde las sombras, la ráfaga de luz y el contorno inesperado se sobreponen y empiezan a transmutar. No se está listo para lo que se puede vislumbrar. Nos han enseñado a obviarlo. Solo queda el esfuerzo, como último recurso, de intentar ahogarlo con un grito.


NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] William Blake, «La noche» en Trianarts, 2020. {Revisado en línea por última vez el 2 de marzo de 2020}.

[2] Criterion Collection, CAT PEOPLE director Jacques Tourneur on cinema and escapism, YouTube, 2016. {Revisado en línea por última vez el 9 de marzo de 2020}.

[3] William Blake, Jerusalén, la emanación del gigante Albión, Barcelona, Universitat Jaume I. Servei de Comunicació i Publicacions, 1997.

[4] Samuel Foster Damon, A Blake Dictionary: The Ideas and Symbols of William Blake, Estados Unidos, Brown University Press, 1988. p. 243.