Tesoros quiméricos del Paraguay


Mar 22, 2021

TAMAÑO DE LETRA:

Me lo había dicho como si fuera un secreto maldito, algo casi impronunciable, y con el deslinde de responsabilidad acorde de un «dicen que». Era la primera vez que escuchaba que mi abuelo había encontrado plata yvyguy, dinero con el cual había podido adquirir una flota de colectivos. Quizá esa idea era más fácil de creer que atribuir su fortuna repentina a negocios turbios. Pero su historia no culminó ahí, y de pronto, como si estuviera intentando convencerme de dicha hipótesis, empezó a balbucear con frenesí una serie de anécdotas relacionadas al mito que se remontan a su padrino y llegan hasta hace un par de años. Una búsqueda rápida me arroja detalles de cómo saber si existe un tesoro en mi casa, cuáles son las señales a las que debería prestar atención y los últimos valientes que cavaron una fosa del tamaño de una cancha de fútbol perdiendo todos sus ahorros en el alquiler de maquinaria pesada.

La frase en guaraní, traducida como «plata enterrada», se refiere a tesoros escondidos bajo tierra que fueron abandonados durante la retirada del ejército y la población hacia el ocaso de la Guerra de la Triple Alianza. Ante la inminente derrota y consecuente invasión de las tropas enemigas, los que huían, fueran generales de alto rango o familias adineradas, escondían sus objetos preciados con la esperanza de recuperarlos en tiempos mejores. Cuenta la leyenda popular que, para no divulgar la ubicación exacta, quien ordenaba la excavación asesinaba al excavador, condenando el alma del fallecido a una custodia eterna. Dicen que, en noches tempestuosas, una llama blanca ilumina las raíces del árbol bajo el cual se encuentra el preciado tesoro. Dicen que la aparición de un animal blanco, a veces en forma de perro, otras veces de conejo, indica un posible sitio. Dicen que solo las personas generosas son dignas de desenterrarlo. Dicen que…

La insistencia maniática por buscar plata yvyguy trasciende las noticias y las anécdotas. El cine paraguayo, con una producción promedio de cinco películas por año en la última década, se ha visto empapado por este mismo delirio, donde las conjeturas de un saber oral han configurado imágenes fantásticas de un sueño. Una primera acotación; dos películas producidas en un lapso de un poco más de un año, las cuales comparten el resplandor de su modestia: el documental Overava (2012), de Mauricio Rial Banti, y la película de ficción Latas vacías (2013), de Hérib Godoy. ¿Cómo se erige el imaginario de un pueblo en esta visión mágica del mundo? ¿De qué manera se moldean las imágenes de los relatos que abandonan la tradición oral e incursionan en las imágenes en movimiento?

El plano que abre Latas vacías contempla a dos soldados cavando una fosa. El encuadre acecha a los personajes detrás de los arbustos, evocando la subjetiva de un tercero indefinido, quizás un ente, que sugiere una inminente infortuna. Tras este breve prólogo que describe y anuncia la persistencia del mito de la plata yvyguy, con una elipsis, la historia se traslada al tiempo presente y presenta a Alfonso, un buscador de tesoros recién llegado de su última misión frustrada. Es incierto determinar cuánto tiempo estuvo ausente, mientras que el fracaso de la exploración es perceptible en su mirada quebrada. «Si buscamos eso, nos perdemos», él le confiesa a su hermana menor, pero asegura que irán pronto a la ciudad donde aguarda la promesa de mejores condiciones de vida.

Latas vacías (Hérib Godoy, 2013)

En estas dos escenas, la cámara se encuentra siempre situada a ras del suelo. La primera imagen de Alfonso no es un primer plano, sino un plano cerrado con un ligero picado de sus pies sobre el pasto, tal vez en el mismo lugar y sobre el mismo suelo donde hace tantos años había pasado el ejército. La tierra abarca casi la totalidad de la imagen, como si lo que ocurriera por encima, en el mundo terrenal, no tuviera importancia. La película se ve seducida sobre lo que yace debajo o por lo que podría encontrarse algunos metros bajo suelo. Mientras Alfonso juega con su hermano, la imagen, cautivada por aquello que no ve, suscita la incógnita de si ellos están corriendo sobre un posible lugar de entierro. Y aquí digo «entierro» porque, en cierta manera, esconder plata yvyguy implica una ceremonia de sepultura particular donde una persona debe acompañar las riquezas del otro en su traspaso al más allá. Dicen que donde hay oro, la muerte aguarda.

En un registro similar, la primera imagen de Overava es un plano contrapicado situado en el interior de una fosa profunda. Es de noche. La cámara observa a un hombre que apunta con una linterna el interior de un socavón. El punto de vista se sitúa bajo suelo; vemos más tierra y escombros que al vigilante. Desde la profundidad, la imagen corta a un plano del mismo hombre visto por detrás, en un plano medio que lo espía desde una habitación contigua. Pareciera el inicio de una película de terror, con una banda sonora tétrica que acompaña los sustos con bajos resonantes. De nuevo, la cinta responde al encanto del mito con un lenguaje amoldado a dos premisas iniciales: hay algo físico enterrado bajo el suelo, que bien podría ser el mismo suelo donde hoy uno camina, pero, a la vez, existe una presencia intangible que custodia estas riquezas, que no pertenece al mundo humano y, por ende, no se comporta como tal.

Overava (Mauricio Rial Banti, 2012)

Overava recopila una serie de entrevistas a personas con algún tipo de relación con la plata yvyguy, ya sean buscadores como el personaje de Alfonso en Latas vacías, testigos de actividad paranormal relacionada al tesoro, o historiadores que perpetúan la creencia. Estos relatos son narrados mediante dos recursos distintos: por un lado, el diálogo frente a cámara, y por el otro, la voz en off de estas entrevistas que se desprenden de dicho encuadre y se prolongan sobre imágenes ficticias que acompañan a sus palabras. La proximidad con el orden espiritual ocurre en la conjunción de palabra con imagen. En estas imágenes despojadas de su carácter documental, la película exalta lo místico y se deja hechizar por las revelaciones narradas. La fotografía dialoga con el entorno espiritual a través de planos que acogen aquello que brilla; ya sean halos de luz sin fuente reconocible, el parpadeo de las velas, o la intromisión de un tinte azul sobre planos detalle de la imaginería religiosa, indicios de una tradición cristiana arraigada en la creencia de la población. Sobre lo real, sobre rostros y objetos, titilan ráfagas de fenómenos ópticos que, según dicen, ocurren al estar cerca de la plata yvyguy.

En Overava hay dos personajes que adquieren una mayor preponderancia, una dupla de buscadores que emprende la travesía con los últimos rayos del atardecer. La presentación de estos hombres sucede en un plano abierto, donde ellos se encuentran parados en medio de un entorno despojado de cualquier otra presencia humana, dos héroes anónimos a punto de embarcarse en un viaje en busca del más allá. Pero existe además un tercer personaje implícito, un cómplice en la mirada, pues la película acompaña la excavación como si fuera un buscador más, con las dudas y las ansias inherentes a la propia actividad. El descanso y el agotamiento, como estados por los que uno también transita, son tanto más importantes que el hallazgo de un trozo de cántaro fosilizado. El mito de la plata yvyguy enlaza corporalidad con creencia; en la búsqueda, es el cuerpo el que se somete a un desgaste físico en pos de la suerte. En Latas vacías, es el cuerpo corroído de Alfonso, machucado y enfermo, que aun tras haber sufrido una tragedia, deambula con la espalda encorvada recolectando basura. Sus días como buscador únicamente mutaron de forma, ya que, con la cabeza agachada, él es incapaz de mirar hacia arriba.

Hay algo de la mirada cegada que se aventura en ambas películas e induce a un estado de enajenación transitoria. A través de las imágenes y los sonidos, Overava despliega la magia de un mundo subjetivo y recurre al universo cinematográfico para evocar presencias intangibles y elementos de una visión mágica, como el ser espectral que protege la plata yvyguy. Un fantasma es una cámara subjetiva que acecha a los entrevistados, es el plano cerrado del ojo de un animal y es un movimiento de cámara frenético sobre el monte tupido que corre hacia un destello luminoso. El silencio de los espacios desolados donde transitan sus personajes se ve colmado por ruidos extraños, como aullidos, lamentos o el bufido de un caballo. El campo visual es poblado por sonidos que enuncian algo que existe sin estar en los límites del cuadro. Y lo inefable, aquello incapaz de ser pronunciado por el lenguaje, evoca el miedo.

De manera similar y también valiéndose de un recurso utilizado en el cine de terror, Latas vacías utiliza el espacio fuera de campo para sugerir la presencia de un espíritu maligno que persigue a los poseedores del tesoro encontrado. Tras el hallazgo de una bolsa de monedas de oro, pareciera que al fin las cosas podrían cambiar para Alfonso. Sin embargo, de regreso a su casa, es indiscutible que la huida no será tan fácil. Mientras él ingresa a su refugio, un plano secuencia lo acosa por detrás; la cámara observa mientras abre la puerta y luego reposa la mirada sobre bolsas atiborradas de latas vacías dispuestas en la entrada de su casa. Alfonso busca el espacio idóneo para esconder el tesoro y lo guarda bajo el colchón de su cama. Mientras fuma, el encuadre permanece sobre su rostro. De pronto, un leve golpe metálico dirige su mirada hacia afuera y descubre que alguien o algo ha esparcido todas las latas sobre el patio en tan solo unos segundos, sin el más mínimo esfuerzo. El efecto es una sensación de pánico y desconcierto, de haber estado presente, pero con la visión limitada por el cuadro, sin poder anticipar la amenaza ni encontrar una respuesta lógica al suceso paranormal. Ante la imposibilidad de poder describir lo que no se ve y frente a lo desconocido, el terror brota más allá de la pantalla. Dicen que, si el tesoro no quiere ser desenterrado, los muertos se enojan.

Latas vacías (Hérib Godoy, 2013)

Latas vacías y Overava están atravesadas por las proyecciones del imaginario popular paraguayo, con sus temores, obsesiones, aspiraciones y necesidades que moldean una imagen particular donde se detonan las fantasías de un sueño imposible: el salir de la pobreza. En el país de la impunidad y de la corrupción, donde los poseedores reales de la riqueza sostienen en sus manos el futuro de una población famélica y esclavizada, encontrar plata yvyguy es un sueño reconfortante. Dicen que no basta con tener las herramientas propicias para el trabajo, ni saber el sitio exacto donde yace una reliquia. En este universo rigen otros mandatos, como la generosidad y la pureza del espíritu, o incluso la picardía de los fantasmas que custodian sus tesoros. La avaricia tampoco tiene cabida y, en este anhelo de ser otro, uno debe ser meritorio de la bendición del hallazgo para poder cambiar las circunstancias de vida con un golpe de suerte.

Edgar Morin sostiene que el cine posee una realidad exterior al espectador, en referencia a la impresión que una película deja en uno. En este sentido, añade, el espectador es capaz de distinguir un filme como irreal o imaginario.[1] De una proyección irreal, una creencia real que determina el espíritu humano. En Latas vacías y Overava ocurre un proceso inverso: aquello que se percibe como fábula abandona su carácter ilusorio y se materializa en las imágenes como una evidencia de lo mitológico. El mito popular adquiere una forma y, al hacerlo, se perpetúa y se afianza. Al final de Latas vacías, el tesoro vuelve a Alfonso, quizás por su desprendimiento y reparo divino a la desdicha sufrida. Los buscadores de Overava no encuentran tesoro alguno durante esa noche, pero tal vez solo porque ese tesoro no era para ellos, o quizás porque estaban acompañados de un equipo de filmación. Alfonso tenía razón, el ser humano se pierde, se pierde en quimeras, se pierde en el cine, del mismo modo en que el cine se pierde en la imaginación de una posibilidad que no es más que el mundo mismo asimilado por el ser humano.


NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] Edgar Morin, El cine o el hombre imaginario, Barcelona, Paidós, 2001, pp. 135-137.