Un reino que es también un refugio

Los reyes (2019) de Bettina Perut e Iván Osnovikoff


Sep 20, 2021

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Bettina Perut e Iván Osnovikoff retrataron a la comunidad de un espacio único: el skatepark más antiguo de Santiago de Chile, ubicado en el parque Los Reyes. Uno podría decir que los protagonistas son Chola y Fútbol, dos perros vagabundos que viven allí todo el año. Sin embargo, los realizadores también se adentran, a través de una escucha curiosa y paciente, en las conversaciones de los jóvenes skaters que acuden a la pista de cemento aun en las tardes más pesadas del verano.

El paisaje sonoro de Los reyes (2019) se constituye en buena medida de los diálogos de los skaters. Por las conversaciones que oímos, entendemos que son alumnos de colegios secundarios de sectores humildes. Las voces enuncian los mismos temas con variaciones: el deseo de abandonar la casa de los padres, la necesidad de buscar trabajo, el consumo de drogas, los problemas con la policía local, la incertidumbre sobre el futuro. «La vida perra», exclama —fuera de cuadro— uno de ellos. Aunque no vemos los cuerpos, los rostros, las figuras humanas, es imposible no sentirse atravesado por las preocupaciones que las voces pronuncian. El discurso íntimo de una porción de la juventud chilena contemporánea conmueve por su contundencia. En ellos hay desesperanza, enojo y tristeza. No desean ajustarse a los mandatos sociales impuestos por el sistema, las instituciones o los padres. Tampoco tienen interés por los logros de la vida adulta. Me pregunto por la decisión de los realizadores de dejar a los jóvenes skaters fuera de cuadro. Pienso en Jean-Louis Comolli. Pienso en el cine como el arte de la sustracción. Pienso en la elección de dejar algo fuera de campo. La película remarca, al dejarlos sin representación en la imagen, que sus demandas sociales no tienen respuesta porque tampoco tienen representación política. O, al menos, no por ahora. Por lo pronto, en la pista de cemento encuentran un lugar de pertenencia posible.

Si bien escuchamos a los jóvenes de cerca, como si nos hablaran al oído, son Chola y Fútbol quienes atraen la mirada. Chola es negra, enérgica y joven; se emociona cada vez que se cruza con alguna pelota. Fútbol, de color chocolate, es más viejo y cansino al andar. Aunque posee menos energía que Chola, parece siempre dispuesto a ladrar cada vez que ella va a lanzar una pelota. Entre ambos animales se ha establecido un vínculo de años. Por momentos, nos olvidamos de los jóvenes. Pero enseguida volvemos a oír alguna voz que cuenta que sufrió un abuso policial; una voz relata que la echaron de la casa; otra voz narra que su madre no la deja patinar. Escuchamos a las voces huérfanas mientras vemos en planos macro a los insectos que viven en las orejas de Fútbol, el movimiento del hocico de Chola al dormir o las figuras geométricas que se dibujan dentro de las pezuñas de ambos perros. A través de la duración paciente de los planos, la atención en el detalle y el trabajo con lo pequeño, se traza una especie de paralelismo entre todos los seres vivos que coexisten en el skatepark: los humanos, los perros, los insectos. Cada uno de ellos intenta, a su modo, sobrevivir.

Una de las escenas más bellas es aquella en la que, rodeados de árboles añejos y frondosos, Chola y Fútbol duermen plácidamente al sol. Fútbol se para y se mueve a unos pocos metros, a la sombra. Cuando se acuesta nuevamente, apenas pasan unos segundos para que Chola lo imite y se eche al lado de él. Sobre el filme vuela la idea del compañerismo: entre animales, entre humanos, entre humanos y animales. Allí no entran ni los padres ni la policía. Apenas se acercan unos policías a caballo, Chola —impávida— sale a correrlos. Ella decide quién puede entrar y quién no. A veces Fútbol la acompaña. Como reyes, cuidan el territorio. Entre los habitantes del skatepark pareciera haber una especie de alianza invisible, una comunión íntima o un acuerdo secreto. Es un reino, pero también un refugio.

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