Esta no es una historia sobre China (2020) de Francisca Jiménez Ortegate


Ene 31, 2022

TAMAÑO DE LETRA:

Heterónimo 1: De Esta no es una historia sobre China


En países como el mío, hablar de memoria en público es hablar de memoria histórica, del esfuerzo constante y a menudo desgastante de contestar a las narrativas oficiales. Se trata de insistir con necesaria vehemencia que un acontecimiento sí tuvo lugar, que debemos hacerle frente y lidiar con las desastrosas secuelas materiales y espirituales que nos dejó. Por mucho tiempo, el quehacer de la memoria histórica se ha refugiado en la cultura: está en nuestras novelas, nuestras poesías y documentales, que recuerdan lo que los discursos oficiales han decidido olvidar. Pero, ¿cómo sería un ejercicio de memoria que dejara de lado lo que sí pasó para intentar recordar lo que no pasó?

Esta no es una historia sobre China (Francisca Jiménez Ortegate, 2020) es memoria de un mundo imaginado y de un pasado que no pasó. En segmentos puntuados por cuadros rojos, la voz de una mujer recuerda su amorío con un soldado colombiano durante la invasión a China de 1984. Al testimonio de la mujer lo acompañan fotografías envejecidas, íntimos souvenirs de un presente que no se imaginaba que alguna vez iba a ser pasado: fotos de soldados colombianos sonriéndole a la cámara con sus fusiles al hombro, fotos borrosas de niños corriendo, retratos de un electrodoméstico cualquiera o las poco halagadoras fotos de documento que llevamos en la billetera para no olvidar al ser amado participan del álbum que soporta este recuerdo de lo no ocurrido.

Como todos los recuerdos, los de ella están unidos a cierta dosis de olvido. Ella, por ejemplo, no recuerda cómo se pronunciaba el nombre de él ni las historias que le contaba de aquella tierra lejana que es Colombia, que tal vez ni siquiera exista. Para ella, Colombia es un misterio del dominio de la imaginación: como las inextricables selvas verdes de ciertas fotografías del cortometraje, poco puede ella penetrar en la realidad de ese lejano país del que a duras penas recuerda un sitio llamado Montes de María. Y no se trata de una elucubración exótica similar a las que pecamos de hacer del Extremo Oriente. No, para ella Colombia no esconde algún atractivo tesoro. Es un sitio incomprensible y apocalíptico: «Era como el fin del mundo al otro lado del mundo», dice sobre una foto de un cometa que atraviesa el ocaso sobre el mar.

Y es que incluso aquí, cuando nos encontramos a Colombia en el lapso que tan amablemente nos otorga la imaginación, al situarnos en unas tierras lejanas para recordar la triunfal invasión a China que nunca pasó, la guerra eterna continúa. Fracasamos inclusive en hacer de la guerra un producto exclusivo de exportación. Y así como la invasión colombiana tuvo su fin en China, el romance de nuestra protagonista con su soldado colombiano acabó y no sin los bemoles de toda relación. Por su tono, pareciera que ella recuerda todo el asunto con tranquilidad y cierta nostalgia, como un episodio concluido que acepta francamente con sus traspiés. La invasión y sus atrocidades son cosa del pasado y, sin embargo, en Colombia la guerra continúa. Ella se despide: «Deseo que tu país también logre recuperarse tanto como el mío».

Esta no es una historia sobre China es una historia sobre Colombia, sobre lo que se ha llegado a sentir como una sombra que, incluso cuando no está en el centro de nuestras creaciones, las tiñe de un tono especial: el triste reconocimiento de que imaginar este país sin la guerra se sale de los límites de nuestro imaginario.

Esta no es una historia sobre China (Francisca Jiménez Ortegate, 2020)

Heterónimo 2: El cocodrilo que quería ser dragón


Las relaciones militares entre Colombia y el Extremo Oriente son escasas: acaso se pueden resumir en el pie de página histórico del Batallón Colombia, el grupo de cinco mil soldados colombianos que combatieron en la Guerra de Corea. Ensayos como Historia de Colombia y sus oligarquías de Antonio Caballero o el clásico Guadalupe años sin cuenta del Teatro la Candelaria dan cuenta de la existencia del batallón como un gesto adulatorio cuanto menos ridículo y poco adecuado durante una de las décadas más sangrientas de la historia nacional: ¿qué tenía que ver Colombia ahí? ¿Qué gloria militar aguardaba al otro lado del mundo?

Esta no es una historia sobre China (Francisca Jiménez Ortegate, 2020) rememora un pasado imaginario donde, por alguna razón, Colombia logró invadir China. Liberada del yugo de las dolorosas implicaciones de las historias de ocupación militares dentro del territorio nacional, la incursión militar de Colombia en China se convierte en un asunto memorable, uno que incluso puede ser recordado como el escenario de una relación íntima como la de la protagonista con un soldado colombiano cualquiera. Las fotos viejas, como de álbum familiar para mostrarle a la visita, pasan mientras la mujer rememora los días que pasó con él.

Días agridulces, opacados por la distancia cultural y la vanidad de los formalismos militares: ella comenta sobre las fiestas opulentas de las que solo quería escapar, aprisionada por los códigos de etiqueta colombiana y el fantasma de la radiante energía de las mujeres latinas como las que no iba a ser. A sus ojos, los colombianos que invadieron China en aquel mes de 1984 son una gente de otro mundo, algo entre un ensueño y un chiste. En algún punto medio entre anacrónicos e incompetentes, no deja de ser sorprendente cómo lograron invadir China: basta con su entrada triunfal a la bahía en formaciones acrobáticas o las heridas que se hicieran durante los ejercicios militares.

¿Cómo lograron invadir China?

En ciertos momentos, lo inverosímil de la situación roza con lo caricaturesco. Resulta un movimiento casi febril: ella menciona cómo el grupo de respetables soldados colombianos era envidia de muchos y adoración de todas, para luego pasar a hablar sobre cómo a su enamorado «le habían obsequiado un cocodrilo que le traería buena fortuna dado que estos animales parecían dragones. Pero vino aquí a buscar dragones de verdad, fuerza y vitalidad». Hasta la imagen del cocodrilo mascota, superpuesta sin mucha sutileza sobre una foto del soldado en un río, confirma con franqueza lo absurdo de la historia. Tampoco se quedan cortas las palabras de la protagonista, quien sigue su narración con la tranquilidad que la caracteriza, como si fuera otro detalle intrascendente en sus recuerdos. Pero tal vez están ahí concretadas las expectativas e ideas del ejército tropical en su invasión: un regalo incluso grotesco, motivado por la chueca analogía entre el cocodrilo y el dragón chino para celebrar la ocasión de ir a buscar dragones de verdad.

Para ella, Colombia será una tierra de fantasía, pero el grupo de soldados no llegó con una idea más informada de China. Los improbables invasores, gracias a la imaginación satírica del cortometraje, logran triunfar en su cometido, hacer fiestas y sentirse vencedores aunque sea un mes. Frente a este trasfondo de incredulidad, se teje delicadamente la imagen humorística y exagerada de los soldados colombianos: torpes, ignorantes y mujeriegos, su única novia es su fusil y solo en un pasado que nunca ocurrió podrían hacer de sus sueños bélicos una realidad.