I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore de Viv Li

TAMAÑO DE LETRA:

Heterónimo 1: Exilio


¿Se puede hacer luto a un lugar? Es una de las cuestiones que me dejó el cortometraje I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore, dirigido y protagonizado por Viv Li, cineasta nacida en Beijing. Li muestra día por día, como si de un videodiario se tratara, el proceso de luto que tiene que hacer hacia sus orígenes, su familia y su ‘yo’ del pasado al volver a su ciudad natal y desconocerla completamente después de haber pasado muchos años en el extranjero.

En el primer plano del corto, la cámara apunta a un pasillo rodante del aeropuerto de Beijing. Desde ahí se nota cierta incomodidad o miedo por parte de la protagonista, quien está detrás de la cámara, pues no hace ningún esfuerzo para avanzar, sino más bien espera a que el final del pasillo la acerque a la realidad que tiene que enfrentar: volver a Beijing.

En los primeros días vemos cómo, a pesar de que la protagonista no está muy contenta de estar en su ciudad, intenta por lo menos encajar: visita sitios turísticos, come en familia y conecta con viejos amigos. Sin embargo, a medida que van pasando los días, la frustración y el vacío se apoderan de Li, quien se muestra sosa, aburrida y hasta obligada a estar con su familia. En Año Nuevo apenas celebra con su madre, la vemos siempre vacía cuando está con ellos e incluso llora sola en su cuarto.

El documental no es únicamente sobre una joven que se muda al exterior y regresa como una extraña a su propia ciudad. Retrata de forma sútil pero bastante cruda la manera en la que vemos a Li aferrándose y haciendo todo lo posible para volver a sentirse en casa, pero fallando en cada intento. Pues más allá del largo tiempo que estuvo fuera, ya tampoco conecta política, cultural ni ideológicamente con su familia.

Lo anterior se cuenta progresivamente en desacuerdos políticos, barreras de comunicación y un olvido de tradiciones. La escena en la que más veo este intento por aferrarse a lo que ya hay que soltar es cuando, casi al final, después de pasar días sintiéndose extraña a su propia familia, Li intenta decorar nuevamente el collage que tenía en su cuarto de infancia. Lo veo como ese último intento de volver a ser la niña que era cuando lo decoró por primera vez. Pero las imágenes que cuelga ahora denotan un cambio tanto en la pared como en ella; son fotos cargadas de edad, de ironía y más atrevidas. Así, nos queda claro que, por más de que intente encajar, a Viv ya no le quedan su cuarto, su familia ni su viejo hogar.

I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore es un filme sencillo, no tiene locaciones ni una escenografía bastante llamativa; la cámara casi siempre está quieta y evoca un sentimiento más bien casero. Pero, a pesar de ser tan simple, logra su cometido: hacer que la audiencia se sienta fuera de casa. Está lleno de paralelos, contrastes y emociones embotelladas que cada vez se vuelven más difíciles de contener. Desde el clima que progresivamente se hace más frío hasta el silencio que cada vez se hace más fuerte y duradero, Li nos deja entrar en el día a día de esta familia, haciéndonos sentir parte de ella para terminar sintiéndonos exactamente como ella: desarraigados y exiliados de esa idea que en un comienzo sentimos tan familiar, propia y cercana del hogar.

I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore (Viv Li, 2020)

Heterónimo 2: Dejar el nido y volver sin alas


El piloto toma el micrófono de la cabina, lo activa y con una voz monótona y de rutina explica: hemos llegado a China. Hora de enfrentar la realidad, ya no se puede escapar. Por fin se vuelve al hogar, después de tanto extrañar. Todo volverá a ser igual, ¿verdad?

I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore es un filme dirigido y protagonizado por Viv Li, una cineasta oriunda de Beijing. En un formato de videodiario, la joven cuenta su experiencia volviendo a su ciudad natal después de haber estado un largo tiempo por fuera. Es ella quien guía a la audiencia por medio de pequeños retazos cotidianos de su familia mientras cada día su tradición y su nación se hacen más extrañas y desconocidas.

Sentada en el puesto trasero, con cámara en mano y apuntando a la carretera, Li recibe la obvia y esperada pregunta: «¿Hasta cuándo te vas a quedar? Hasta el diez, ¿verdad?». «No, hasta el seis», contesta. Sabe que es muy poco, pero es algo. ¿Verdad? Es complicado. ¿Por qué es tan difícil volver? Beijing es su hogar. Allí nació. Pero, ¿todavía pertenece ahí?

Una comida familiar: costillas, algas, tofu ensalzado y algunos fideos. Conversaciones obligadas e incómodas. «¿En qué trabajas cuando estás allá? ¿Cuánto ganas? ¿Por qué estás tan flaca? ¿Acaso no comes bien?». No hay cómo explicarlo. En un plano medio están todos sentados muy cerca uno del otro en la mesa, ella al frente de su padre, su hermano en medio. La conversación es fluida y típica de un reencuentro, pero hay una distancia inmensa que los separa y cada vez se hace más clara.

Plano conjunto. Música clásica y el hermano viendo recopilaciones futbolísticas. «¿Por qué será que por fuera extrañamos Beijing, pero cuando acá estamos no lo soportamos?». De la fuerte música clásica se pasa al silencio absoluto.

Y así por varios días. Conversaciones y reencuentros incómodos, silenciosos o dolorosos. Exnovios, viejas amigas, bebés próximos a nacer y abuelas que, por más que tratan, no logran entender. Año Nuevo pasa y las emociones son cada vez más difíciles de guardar, en los restaurantes la comida ya no se disfruta y las risas se vuelven una música de fondo que no logra silenciar el vacío creciente en el interior. Las conversaciones de política son las peores. Se tocan las protestas de Hong Kong, la prensa extranjera y la propaganda. ¿Cómo explicar que, después de estar diez años en el exterior, ya no se piensa igual?

Las cenas cada vez se hacen más grandes y elegantes, cada vez llegan más familiares a celebrar. De todas formas, con cada día que Viv pasa allí la comida se hace más dura de digerir, las sonrisas se vuelven más difíciles de fingir y el agobio se hace más notorio. En las cenas, los planos conjuntos muestran tres o más personas y ella está en medio; a los lados, las risas no faltan (es más, sobran), pero en el centro pareciese que el vacío desborda.
Despertarse y pararse de la cama se hace más duro; el cuarto de la infancia sigue igual, pero ella ya no es la misma. El collage en la pared, que probablemente hizo cuando era pequeña, parece ya no albergar viejos recuerdos; se intentan cambiar las fotos y los dibujos, pero ya no son tiernos, sino serios, irónicos y crecidos, como ella. El trasero de una chica, una imagen religiosamente dudosa y Mao Zedong vestido de niña. Los años han pasado y la han cambiado política, ideológica y personalmente. Así, cada esfuerzo por tolerar el desarraigo falla, convirtiéndose en el ladrillo que cimienta la inmensa pared de distancia entre China y ella, entre su familia y ella, entre la pasada y presente ella.

Después de los cumplidos ocho días de estadía con su familia, Viv se marcha en un día tan frío como ella. El penúltimo plano, general, transmite la desolación y el sentimental declive de la protagonista —y en general del filme— por medio de los deshojados árboles y los carros cubiertos de nieve. La joven aparece caminando en dirección opuesta a la cámara como si se fuera, pero se detiene, duda y mira atrás. ¿Ya no se quiere ir?

Que si las protestas, que si la propaganda, que si la comida. En el extranjero esto no se come, no se habla ni se discute. Querer conectar y ser capaz de entablar una conversación completa y responder con algo más que una sonrisa discreta. Beijing ya no es sinónimo de hogar. Pero el extranjero tampoco. Y ese es el problema. El hogar ya no encaja, pero el exterior tampoco: el nido se ha dejado, las alas no han alcanzado. Ya nada se siente como casa.

I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore es un sutil pero desolador retrato del conocido sueño americano. A pesar de asociarse más que todo a latinoamericanos que, cansados de la pobreza, inseguridad y falta de oportunidad de sus países, emigran a Estados Unidos para cumplir sus sueños y mejorar su calidad de vida, el filme retrata partes sustanciales de dicho sueño en la joven Viv. No sé con claridad a qué lugar del mundo emigró la protagonista, pero se puede suponer que es en Occidente debido al inmenso hueco cultural que ronda la casa de la familia Li cuando Viv regresa.

Así, el filme deja ver, en una melancólica pero sencilla luz, el duro dilema que muchos jóvenes alrededor del mundo tienen que vivir al emigrar para conseguir mejores o incluso solo diferentes oportunidades: dejar atrás su cultura, sus tradiciones y su propio hogar. Es un exilio, un desarraigo y un abandono, pero no es voluntario; a pesar de que deje el hogar por elección, nadie quiere dejar de pertenecer a él. Es ahí donde I Don’t Feel at Home Anywhere Anymore deja de ser un videodiario de una chica que vuelve extranjerizada a su China natal y se convierte en una involuntaria carta de despedida a la familia, la tradición y el hogar.