El mar que acompaña la ausencia

Atlantique (2019) de Mati Diop


Abr 7, 2022

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Desde los primeros segundos, el sonido de las olas de mar traspasa la pantalla. Unas sonámbulas se reúnen por la noche a caminar por las calles y unos malestares misteriosos se apoderan de los cuerpos apenas llega el atardecer. Atlantique (Mati Diop, 2019) está hecha de momentos sobrenaturales, personajes que miran o son mirados por el mar, según se le quiera ver, y del compendio de esas historias de migración escuchadas a lo largo del tiempo: dos trágicos amantes no pudieron volver a verse a consecuencia de la precariedad, un relato que se cuenta desde las posibilidades que brinda la fantasía.

En un tono enigmático que a menudo retoma al mar —a veces como presagio, a veces como testigo de las emociones de su protagonista—, Atlantique inicia con un grupo de jóvenes quienes desde hace tres meses no han recibido el pago por su trabajo en una construcción, por lo que deciden viajar a España con la esperanza de encontrar algo mejor.

La cámara visita el espacio negativo, los lugares vacíos, las camas tendidas, los objetos que se quedaron donde los dejaron las últimas manos que los usaron. Antes, la ausencia se desborda en un bar de la costa senegalesa, donde Ada se entera de que su novio Souleiman era de los que iban rumbo a España y se perdió en el camino. Así, el sitio que era el punto de encuentro de las jóvenes con sus parejas ahora solo es desolación. El cuadro planteado por la realizadora Mati Diop se inunda del océano que parece colarse a través del movimiento de las luces verdes y azuladas que iluminan el bar, imitando el balanceo de las olas que se escuchan a lo lejos. Ese gesto acompaña los intentos de localización y las llamadas sin responder de mujeres que se llevan las manos a la cara con desesperación.

Con esta premisa sobre la diáspora, Diop sigue a quienes se quedaron en Dakar y muestra cómo la ausencia les despoja de sus propios cuerpos para reclamar lo que no fue. Como sucede con la pérdida de un ser querido, la búsqueda obliga hasta a dejarse de lado a uno mismo para enfundarse en la causa de quien ya no está. En esta cinta, esto ocurre de forma literal: los desaparecidos vuelven para saldar sus cuentas utilizando el cuerpo de alguien más.

Hay algo místico en Atlantique. Su mar, todo el tiempo presente, tiene un sonido que se transforma, que anticipa la aparición de lo sobrenatural: una cama se quema de manera inexplicable, una posesión humana rompe con la narrativa de la realidad para sumergirnos en un cuento que, construido con delicadeza, resulta conveniente para que hablen las minorías mediante sus seres queridos. La mezcla de fantasía y realidad parece impensable, pero es un camino para aproximarse a la historia de una generación fantasma a la que solo se le hace justicia a través de lo inexplicable.

Otras inquietudes alcanzan a entretejerse en lo que viven las protagonistas. Las que no se pueden ir, las que deben casarse por obligación, hablar dulcemente a los maridos o vestir con ropa apropiada. Todas estas normas no convencen a Ada, y desde antes de llegar a su historia sabemos que hizo amistad con mujeres que se salen de esos cánones establecidos. Una de ellas le adelanta lo que pasará en caso de no aceptar el matrimonio forzado al que está comprometida: «Si te vas, no vas a tener a nadie más que a ti». No es una frase de condena, sino una puerta a la posibilidad. Sus palabras permanecen en Ada a pesar de que no hay una reacción inmediata. Más adelante le dará la fuerza para salirse de los límites trazados.

Y otra vez la película regresa a las cortinas que se mueven, como si se tratara del vestigio de que un fantasma pasó por ahí. Los detalles de la ausencia, pero también del presente, se posan en objetos como los espejos, que dejan ver la realidad cuando se cambia de ángulo. Ada acude al encuentro con los muertos y en esa oportunidad está el inicio de su nueva vida. Su cabello trenzado anuncia transformación, y las luces que al principio le cobijaron al enterarse de la pérdida hoy son un trance entre lo nuevo y lo viejo. Se tiene a ella misma, como le fue avisado, y es lo único que importa.

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