Espigando la realidad

Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000) de Agnès Varda

TAMAÑO DE LETRA:

En una entrevista de 2005, a Agnès Varda le dijeron que era valiente mostrarse —sobre todo, en lo relacionado a su vejez— tal como hace en Los espigadores y la espigadora (Les glaneurs et la glaneuse, 2000). Ella respondió lo siguiente: «No soy valiente. Realmente disfruto de la forma de las cosas, y la forma de las cosas me incluye a mí misma, y a las arrugas, las líneas, las venas; esto también es belleza, lo mismo que cuando observas un árbol y ves cómo ha envejecido y tiene esas increíbles formas. Y tú dices: ‘¡ay, qué hermoso olivo!’»[1]. Con ello, Varda develaba una disposición no solo artística, sino ética al momento de entender Los espigadores y la espigadora, aproximación caracterizada por la jovialidad, la experimentación y lo lúdico.

Esta película se realizó hace veintiún años, cuando empezaban a surgir medios digitales para la producción cinematográfica. En ese contexto, Varda se acercó a espigadores de distintas regiones de Francia, transitando en el espacio de lo rural a lo urbano. Se introdujo en el mundo de los y las espigadoras para hacernos parte de sus vidas, como habría hecho Robert J. Flaherty con Nanuk, el esquimal (Nanook of the North, 1922), pero sin acallar sus voces ni producir una representación condescendiente o exotizada de esos otros ajenos a su propia cotidianidad. Todo lo contrario: las personas retratadas nos narran lo que significa espigar en sus vidas.

Varda se acerca a la gente y sus vidas con una disposición para dejarse sorprender y fluir en las conversaciones en el campo, la calle o el interior de un café, por ejemplo. Las personas le relatan y, por momentos, la voz de Varda se filtra para realizar una pregunta o simplemente intervenir con algún comentario, tal como ocurre cuando está espigando junto a un hombre en una pila de papas y le dice que le deje quedarse con una que tenía forma de corazón.

Pero Los espigadores y la espigadora no solo es una forma de documentar o de aprehender una realidad particular enfocando las voces de personas identificadas como espigadoras. Tampoco se trata solamente de dar cuenta de los cambios de este estilo de vida en términos de clase social, económica, cultural o política. La apuesta de Varda va más allá de documentar en los albores del nuevo milenio: ella se introduce literalmente en el filme para manifestar, desde un punto de vista explícitamente subjetivo, sus ideas y reflexiones sobre el oficio de hacer cine y su proceso de envejecimiento o, dicho de otro modo, su experiencia del paso en el tiempo. Esa forma de introducirse y ser parte de su propio filme dota de un carácter lúdico a la película.

La jovialidad de Varda en Los espigadores y la espigadora se puede encontrar desde el inicio. Se muestra a su gato observando de frente, como si nos estuviera viendo del otro lado de la pantalla, mientras aparecen los créditos iniciales. También se perfilan en el encuadre las personas, las cosas, los textos y otras imágenes, como cuadros de Jean-François Millet o Jules Breton, o también aquellas en movimiento, como en la secuencia donde se hace referencia al trabajo de Étienne-Jules Marey (pionero en experimentar y estudiar la fotografía y la cronofotografía).

El registro de distintas fotografías, cuadros e imágenes documentales (en formatos analógicos de 35 mm y digitales) hace que Los espigadores y la espigadora tenga distintas texturas que dan una sensación de fragmentación de lo representado. Así como las espigadoras, Varda recolecta imágenes y sonidos, y se sirve de ellos para recrear la realidad según sus ojos y espíritu jovial. En secuencias como en la que su mano simula atrapar a los camiones que transitan a su lado o donde, al ritmo de lo que parece ser un jazz, el tapón del lente de su cámara digital se bambolea, se aprecia la espontaneidad para montar escenas que irrumpen con la continuidad narrativa y, con ello, se evidencia el juego entre lo objetivo y lo subjetivo. Varda se introduce en el filme para verse a sí misma y mostrarse como una espigadora más.

Así quedó el registro del cuerpo de Varda a inicios de los dos miles, de sus ideas y reflexiones sobre el cine, de lo vinculado con espigar y quienes son parte de esa actividad. Es un retrato donde prima lo subjetivo. En ese sentido, lo fragmentario responde a lo subjetivo en tanto no hay un intento de construir un discurso cerrado y, más bien, la mezcla de formatos y voces figura una multiplicidad de narrativas que conviven a lo largo del filme.

Varda organizó imágenes que interpelan sobre un estado de cosas que desconocemos y miramos usualmente con prejuicio sin hacerlo de modo aleccionador ni condescendiente, sino todo lo contrario: su tono lúdico da cuenta de una forma creativa de entender al cine y de la relación de esta expresión artística con el mundo. La espontaneidad gobierna en cómo se han montado las secuencias, y se impone como el espíritu que le da sentido a una premisa de la misma Agnès: «Pienso que el cine debe estar hecho de tal forma que algo surja de la nada y se convierta en una película».[2]

TAMAÑO DE LETRA:

 

  • Clementina
  • El poder del perro
  • Adios al lenguaje-2
  • Noticias de casa

NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] Julie Rigg, «The Gleaners and I by Agnès Varda» en Agnès Varda: Interviews, T. Jefferson Kline (ed.), Misisipi: University Press of Mississippi, p. 186. (T. de A.).

[2] Ibíd., p. 190. (T. de A.).