El sueño en su condición metafísica está tan vinculado a la cualidad fantasmagórica de la experiencia cinematográfica que la pregunta que planteamos al convocar este dossier parece necia; todo cine es, de alguna manera, sueño o efecto de él. Pero es la incapacidad de dormir la que guía este número, cuyas páginas dibujan un tour nocturno que atraviesa geografías y filmografías disímiles en las que el sueño —o la falta de él— altera la realidad y no al revés.

Como nadie más, quienes trabajaron directamente sobre la asociación entre sueño y cine fueron los surrealistas. De acuerdo con el artículo de Adrian Martin que aquí publicamos, heredaron una aproximación a lo sensual y lo violento al cine por venir, que puede rastrearse desde Jean Cocteau a David Cronenberg. Esta asociación encuentra un eco en el ensayo audiovisual de Jorge Negrete, que traza un arco entre Viridiana (Luis Buñuel, 1963), Yo caminé con un zombie (I Walked with a Zombie, Jacques Tourneur, 1943) y Le baron fantôme (Serge de Poligny, 1943) alrededor del vínculo entre el sonambulismo y el amor.

La incapacidad para dormir nos deja una colección de ciudades para recorrer en su versión nocturna y descarnada: París en A pesar de la noche (Malgré la nuit, Philippe Grandrieux, 2015), Nueva York en Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, Stanley Kubrick, 1999), Buenos Aires en La deuda (Gustavo Fontán, 2019) —en los artículos de Gemma Aguilar, Alonso Castro Gutierrez y Candelaria Carreño, respectivamente— o Manila en The Halt (Lav Diaz, 2019) —en la conversación entre el crítico Michael Guarneri y Lav Diaz traducida por primera vez al español—. Ya sea que el motivo del desvelo sea un profundo vacío personal, la crisis económica siempre presente o el preámbulo de una revolución fallida, las ciudades de noche prestan a los sonámbulos sus laberintos y recovecos.

Y no solo las ciudades: también los paisajes naturales hacen parte del misterio de los procesos del sueño, y su condición artificial se cuela en la obra Jean Painlevé, cuyo interés científico y poético en las criaturas marinas nos lleva del fondo del oceáno al firmamento, o en la ópera prima de Nathalie Álvarez Mesén, Clara sola (2021), que nos introduce en la densidad de la selva costarricense para acompañar el deambular místico de su personaje.

Pero el recorrido no termina ahí. El problemático estado anímico de los protagonistas y alter egos de Bob Fosse (El show debe seguir [All That Jazz, 1979]), Carlos Saura (Carmen, 1983) y Robert Kramer (Cités de la plaine, 2000), así como la búsqueda introspectiva en medio de un peculiar fin del mundo en El perro que no calla (Ana Katz, 2021), abordan una suerte de aproximación mental al sonambulismo; un andar ciego por la vida y sus diferentes maneras de buscar y alcanzar el despertar.