El cuerpo no puede ser reducido a sus fronteras carnales. Los sonidos que emite, su movimiento, gestos, cansancio, danza, respiración y violencia, son potencias que lo desbordan y lo funden con el mundo. En el cine, aprovechado por la jerarquía visual, los cuerpos aparecen generalmente en la superficie de las imágenes, más cercanos a la acumulación de gestos y posturas, que a una verdadera observación y escucha de sus reverberaciones. Tanto en el cine de Philippe Grandrieux, como de Claire Denis, las imágenes pasan de la distancia de la mirada, a la cercanía del tacto. Ningún cuerpo se corresponde con las ideas que hay sobre éste, por el contrario, cada cuerpo vuelve a experimentar su figura, sus prácticas y su pensamiento. Hombres filmados más allá de una masculinidad definida, gritos tratando de salir de su gravedad, violencias confundidas con deseos y resistencias a fundirse con el otro. El cuerpo, a través del cine, no es una copia, sino un desdoblamiento de las formas y sus intensidades; una nueva percepción de los umbrales de carne, sangre, piel, huesos, tiempos y espacios. La tensión de un cuerpo a la intemperie del mundo.