El cine inició con la llegada de un tren que aterrorizo brevemente a un grupo de espectadores que realmente pensaron que este los arrollaría. Pero ese tren habría de continuar un largo trayecto, que a más de 120 años sigue su marcha, recorriendo distintas geografías y haciendo uso de distintos recursos para mantenerse viento en popa, sin embargo, las vías que lo sostienen no son infinitas, lo que le da posibilidad de seguir es la repetición de una trayectoria determinada.

Tomando este infinito y atemporal viaje como idea central, así como el mediometraje A Train Arrives at the Station del teórico y cineasta Thom Andersen, en este ensayo audiovisual se propone un viaje en tren que inicia con la radical concepción del tiempo propuesta por el joven Gan Bi en Kaili Blues (2015), y que va avanzando década por década en cronología inversa, pasando por The Darjeeling Limited (2007) de Wes Anderson, la pequeña invadida por el sopor del movimiento en End (1994) de Artavazd Pelechian, los turistas nipones de Jim Jarmusch en Mistery Train (1988), la confusión en los rostros de los personajes de Stalker (1978) de Andrey Tarkovski, el ataque de un avión manejado por Burt Lancaster en The Train (1963), de John Frankenheimer; una frenética canción entonada por Marilyn Monroe en Some like it hot (1959) de Billy Wilder, la desesperación de Jean Gabin a cargo de La Bete Humaine (1938) de Jean Renoir, la destreza física y brutal ingenio de Buster Keaton en The General (1927), hasta culminar en esa primera escena filmada por los hermanos Lumière, solo para iniciar el viaje de nuevo.

En ese recorrido, el cine ha cambiado de pasajeros y maquinistas, ha variado velocidades, modificando su destino a través de los viajes en espacios desconocidos y generando asombro o sopor a quienes se suman al trayecto, que puede tomar la forma de una interminable pesadilla o de un apacible sueño. Aun cuando durmamos, la locomotora cinematográfica continua y habrá de continuar su marcha.