La sabiduría del fuego

Entrevista a Oliver Laxe


Jul 9, 2019

TAMAÑO DE LETRA:

En el marco del Festival de Cannes de este año, el cineasta gallego Oliver Laxe presentó su nueva película, O que arde, que representa su primera incursión en un terreno más personal y ofrece una poética visión de la vida pastoral en toda su ambigüedad. Premiada por el jurado de Un Certain Regard, hace toda una reflexión sobre la forma en la que la naturaleza filtra el comportamiento humano a través de la historia de Benedicta y Amador, madre e hijo que comparten un austero melodrama en medio de ambiciosas y viscerales secuencias de deforestación e incendio.

Tuvimos oportunidad de charlar con Laxe sobre el pueblo de su madre, la idolatría al cine y, desde luego, los discursos del fuego.

Algo que resalta mucho en O que arde es el trabajo que realizas en Galicia: evoca mucho Trás-os-Montes (1976), de António Reis y Margarida Cordeiro, o Arraianos (2012), de tu compatriota Eloy Enciso —cintas que tuvimos oportunidad de ver en México en el FICUNAM—, particularmente enfocándonos en construir lo pastoral, el tipo de gente, el ritmo de vida que se lleva ahí, puntos en los que O que arde es notable. ¿Qué tanto trabajo de preparación previo a tu llegada a la comunidad hubo para poder trasladar ese ritmo a la pantalla de esta forma?

Mis dos primeras películas fueron hechas en Marruecos y ahí sí que tuve que hacer un trabajo de inmersión, de ir lejos. Me gusta experimentar, vivir las películas que voy a hacer. En este caso, se trataba de volver a casa. Es el pueblo en el que nació mi madre y fue mucho más orgánico. Mi madre nació y ha habitado ese espacio, yo he pasado mucho tiempo ahí. Por ello, estoy muy habitado por los gestos, los silencios y los valores del sitio de manera estructural. En O que arde, lo que he hecho es activar recuerdos para el presente. Paso dos meses al año ahí, lo cual hizo el trabajo de preparación más sencillo. Lo que he procurado es que no sea una mirada urbanita, sino una mirada rural y, al parecer, hemos podido evitar ese peligro.

Dentro del naturalismo con el que se lleva el filme, destaca mucho la belleza plástica de los planos iniciales, en los que se ve la deforestación de árboles de eucalipto, y el plano final con un helicóptero cubriendo el sol. Pareciera que hay dos tonos visuales muy distintos para entender lo que acontece, que es de gran ambigüedad respecto de Amador, el protagonista, quien desde el inicio es presentado como un pirómano confeso que puede o no estar involucrado con lo que pasa cerca del final. ¿Pensaste en la estructura de esta forma?

Sí, esto estaba en el guion, estas imágenes icónicas del inicio tan esenciales, casi como una especie de micropelícula que evocaba ya lo que íbamos a ver después. La forma en la que estas máquinas se detienen ante la nobleza y dignidad de este árbol que es también un poco lo que sucede al final con los vecinos, Amador y Benedicta. Hemos trabajado de manera más precisa que en mis películas anteriores, teníamos que trabajar de una forma sinfónica en la que hubiera altos y bajos.

Sabíamos que comenzaríamos con esta secuencia más operística, este baile demoniaco de máquinas zoomorfizadas que se comen ese bosque de eucaliptos. Después llegaríamos un poco al invierno, al tono más intimista y esencial de la película, un melodrama de lágrimas secas. Poco a poco, con esta progresión de estaciones, sabíamos que la película se abriría o dilataría, proceso propio de la naturaleza, y que la muerte es más clara en la relación entre madre e hijo. Hay, por convención de relato, la esperanza de que se adapte Amador al llegar a la veterinaria e integrarse con los vecinos, y sabíamos que esa primera secuencia dionisiaca, volcánica y visceral recoge un poco mi rabia y sensibilidad.

Después de la dulzura del medio, sabía que debía equilibrar nuevamente con esas llamas, esos incendios, que nos transportan de manera más culminante y que hacen que estalle la película y que las emociones se abran, lo que provoca un final más duro y que espero pueda abrir aún más el corazón al espectador.

El tratamiento de la imagen es muy particular. Tiene una textura, incluso pareciera que en muchos momentos está a punto de hacer combustión. Sabemos que rodaste en 16 mm, lo cual hace que las escenas de incendio representen un logro adicional, ya que no sabes en qué momento se puede quemar la película misma.

Tuvimos dos rodajes de incendios y no sabíamos si el material fílmico lograría sobrevivir. Nunca se había filmado así, lo cual era muy emocionante también. A ver qué quiere esta película. ¿Nos dejará filmar el fuego? ¿Se va a quemar la película? Tuvimos que entrenarnos físicamente, hacer pruebas teóricas, pruebas con los bomberos…

Pareciera que el fuego mismo tiene un lenguaje y un discurso. Siendo un elemento sobre el cual no se tiene ningún control y hay que experimentar ¿le estas dando algún uso discursivo al fuego? ¿Incluso sabiendo que no podrías controlarlo?

Seguramente. Tampoco es tan necesario para entenderlo. Imagino que entendemos y percibimos cosas. Hay algo muy visceral en mi atracción por el fuego. Es curioso: nadie puede negar que el fuego es bello y cruel al mismo tiempo. Hemos querido trabajar un poco a distancia sin caer en esas dualidades, de la misma forma que trabajaríamos con un ser humano, capaz de lo mejor y lo peor.

El hecho de que Amador sea pirómano habla de una condición a la que podemos estar sujetos todos. Tenemos una atracción natural a contemplar el fuego.

¿Quién cree en esta vida que no es generador de violencia y dolor? Probablemente estamos generando dolor y permanentemente la vida nos esta perdonando. ¿Cómo podríamos juzgar a Amador? Estamos desprovistos, con intenciones humanas de querer amar. Pienso en Amador como un outsider, más inadaptado que nosotros, y es, al contrario, un ser muy sensible, muy conectado con la naturaleza, femenino y dulce. El problema no es de él, sino de un pueblo infantilizado, enajenado, histérico, angustiado…

¿Considerarías que esa visión es pesimista?

No es una visión pesimista, porque hay gente como Amador y Benedicta que resiste sin dialéctica, a su propio ritmo. No hay una lucha en su cabeza, no están en contra de nada, son libres en su visión, en su manera de ser y en seguir con sus valores milenarios, los mismos que hay en México. Su ego está en algún lugar pequeño y aceptan que es pequeño, sin la angustia de querer controlar a la naturaleza o a la muerte. Es muy esperanzador que haya gente como ellos.

Justo por eso el ritmo de la película contrasta mucho con el ritmo de una existencia urbana a la que estamos acostumbrados.

La esperanza o el pesimismo son nociones que no entiendo. El mundo tenía que ser así, la Providencia se expresa de manera clara. Me considero un creyente y la fe es aceptar que, aunque se exprese a través de infortunio y del accidente, hay algo a lo que tenemos que llegar por algún motivo. No me voy a preguntar por qué, vamos a intentar ser ricos en el contentamiento.

Aquí tomas un punto de partida distinto a Todos son capitanes (Todos vós sodes capitán, 2010) o Mimosas (2016). ¿Te interesa seguir explorando el nuevo camino que se abre aquí?

El proyecto en el que estoy ahora es totalmente diferente a mis tres anteriores, aunque se parece a Mimosas, dado que es un filme de aventuras interiores, también muy iniciático. No me gusta pensar en muchas películas hacia delante, pero me gustaría hacer una fuera de mi tierra y una dentro; me imagino volviendo a Galicia para seguir filmando. Me interesa serenar, equilibrarme como ser humano.

Si crezco, en algún momento tendré que dejar de hacer películas, que es una manera un poco atrofiada de pedir amor. No hace falta mendigar el amor. Me parecería mala señal hacer cine muchos años. Se suele idolatrar el cine cuando es solamente una herramienta de liberación y de conocimiento, como un bastón que ayuda a caminar.

Algunos tienen el cine y otros tienen el fuego.