La trascendencia de los seres comunes

Entrevista a João Pedro Rodrigues


Por Correspondencias 

La trascendencia de los seres comunes

Entrevista a João Pedro Rodrigues


Por Correspondencias 

 

TAMAÑO DE LETRA:

En el marco de la séptima edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), conversamos con João Pedro Rodrigues (Lisboa, 1966), quien presentó El ornitólogo (O ornitólogo, 2016), su película más reciente, que recupera algunas de las preocupaciones que recorren su obra, como la transformación corporal, el extrañamiento de la realidad y la trascendencia de las cosas simples.


El cine es un reordenamiento del mundo y también del cuerpo; de las posturas, los gestos y sus potencias, entonces queríamos preguntarte: ¿cómo filmas tú los cuerpos, qué quieres mostrar de ellos y qué corporalidades se producen en tu cine?

Para mí es difícil hablar de eso, yo no tengo una visión muy teórica de lo que hago. Entiendo lo que dices, pero creo que eso corresponde más a los críticos que escriben esas cosas, porque para mí es algo muy sencillo: es tener a los actores, tener una cámara, tener los decorados y poner los cuerpos de una forma precisa, al igual que la cámara en un punto de vista preciso. Es a través de eso, filmando un plano, que se cuenta una historia, que se hace cine, creo. Pero yo no intento teorizarlo —claro que todo es pensado, preparado y preciso— lo que me interesa es la narrativa en la ficción, que es quizás la forma más sencilla pero más precisa de contar una determinada historia, eso es lo que intento hacer partiendo de los cuerpos y las locaciones, porque al final todo es la presencia física, no solo de los cuerpos de los actores, sino también de los decorados de la naturaleza, es como si todo tuviera la misma importancia. Por ejemplo, la película empieza con un ave que se llama Somorgujo, después se oye lo que va a hacer el personaje principal, que es nadar, después corto hacia él, que está nadando, después vuelvo al ave, entonces es como un montaje en paralelo; yo podía haber elegido contar la historia del ave y no del hombre. Para mí todo tiene la misma importancia, el ave y el hombre, y creo que eso está planteado desde el inicio. Como si la película pudiera tener dos caminos, el del ave o el del hombre. Todo tiene la misma importancia.

En general, tus personajes pasan por procesos de transformación constante, e inclusive, hay un juego de dualidades, como en el caso de El Ornitólogo, en donde Fernando se convierte en Antonio. ¿Qué te interesa de este proceso constante de cambio?

A mí solo me interesan los personajes que cambian. Eso yo creo que es algo muy clásico; desde los griegos, todos los personajes cambian. De alguna manera, pienso que la estructura de la película es muy clásica: seguimos un personaje que tiene que pasar varios obstáculos o dificultades, y al atravesar esas dificultades y encontrar otros personajes, va cambiando. Es como si tuviera una especie de revelaciones para sí mismo y de alguna forma, descubrirse como otro. Al final, ya no es más Fernando, ahora se llama Antonio. Es como si la naturaleza de la que él es parte y que está a su alrededor, lo transformara. Es como si la mirada misteriosa de los pájaros, de las aves, los transformara. Cuando era niño, yo quería ser ornitólogo. Siempre me intrigó cómo es que lo animales me miran a mí; hay veces que cuando miras a un ave, ellas te miran.

Quizás son momentos muy cortos, pero es algo que tiene que ver con la curiosidad y el miedo, con algo que ahí se produce. Lo que intento, es captar en la película ese misterio que se produce. No sé si lo conseguí, pero es un poco eso: volver a esa impresión de mi niñez, de mirar a las aves mientras ellas me miraban y lo que se producía en esos momentos que son muy cortos, pero que abren cosas más amplias. No me interesa explicar cosas, me interesa cuestionar.

En ese sentido, siempre partes de una realidad muy tangible, y poco a poco este misterio va avanzando hacia algo más onírico.

Sí, lo que me interesa siempre es cómo llegar a una especie de trascendencia, partiendo siempre de cosas muy palpables y físicas, llegando incluso a una especie de inverosimilitud, que sea una inverosimilitud verosímil. Porque creo que el cine es muy concreto; son hombres, mujeres, cosas, paisajes… es algo muy fotográfico que se desliza hacia algo que es más fantástico y también más ficcional; es una oscilación entre lo sagrado y lo profano. Lo sagrado está siempre, por ejemplo, en la representación de los santos en la pintura, donde se encontraban cuerpos que representaran a los seres transcendentales, pero hechos de carne, músculos y sangre; mismos que están pintados y que en general eran modelos. Lo que yo hice fue encontrar modelos para mi San Antonio, que es un modelo que también está en la búsqueda de un cambio. Yo creo que en todas mis películas siempre trato de encontrar a los modelos que puedan corresponder con los personajes que imaginé.

Nos interesa que, en El ornitólogo, el personaje muere varias veces, y también en Morir como un hombre, la película termina de algún modo cuando Tonia decide regresar a lo que era y dejar de lado su proceso de transformación. ¿Cómo entiendes tú la muerte y qué lugar le das a lo sagrado?

Yo creo que el cine es quizás el lugar ideal para ultrapasar la muerte. En El ornitólogo, el personaje finalmente consigue sobrevivir a la muerte y el cine también es eso: quedan imágenes de cuerpos vivos que después de morir, permanecen vivos. Es algo que siempre me interesó, la relación que tenemos con la muerte, que tampoco sé explicar; es como esa idea de que el personaje sigue viviendo, pero ahora como un muerto. Así es al final de Morir como un hombre, una especie de apoteosis del personaje, en el sentido lírico; está muerto, pero sigue vivo.