La doble y única vida de Olivier Assayas
Olivier Assayas es un caso sui géneris en la cinematografía contemporánea. En una doble praxis que provocó la cinefilia, se encuentra la clara herencia de la Nouvelle vague: tanto en la realización cinematográfica como en su amplia y apasionada labor como crítico de Cahiers du Cinéma, Assayas supondría una suerte de sucesor o discípulo. Sin embargo, las preocupaciones estéticas y políticas que demanda nuestra época lo distancian de las condiciones históricas y socioculturales que estimularon a la emblemática obra de los jóvenes turcos.
En su película de 2018, Doble vida (Doubles vies), aparecen problemas fundamentales de nuestro tiempo: ha surgido una nueva forma de vincularse con el otro, atravesada por el dispositivo digital, y con la que Assayas dialoga y se refleja en su condición de cineasta y crítico. Si bien su carrera amplia y heterogénea se da para posibles bifurcaciones, nos vamos a detener en este filme, cuyo lúcido y paradójico título aglutina con rigor nuestra era ambivalente.
La doble y única vida de la literatura
Qué felicidad, qué descanso para una mente fatigada buscar la verdad en sí misma, decirse que está situada fuera de ella, en las hojas de un infolio celosamente conservado en un convento de Holanda, y que si, para alcanzarla, hay que hacer un esfuerzo, ese esfuerzo será exclusivamente material, sólo resultará para el pensamiento una distracción llena de encanto.
Marcel Proust[1]
Doble vida expone a sus cinco personajes envueltos en el mundo editorial. La decadencia en la producción literaria y su mutación hacia la etapa digital es el argumento primario de la película, explicitado en modo de prólogo en la discusión inicial del filme. Leonard Spiegel, escritor, sostiene en románticas veleidades su resistencia ante los formatos digitales. Alain, editor, le confiesa que no publicará su nueva novela y le habla de su intención por el cambio a la edición digital. Desde esa primera escena se configura el estatuto de los personajes en su conflicto ideológico y laboral, enmarcado por una transición cultural de la época. Ese submundo nuevo burgués e intelectual que remite a un tiempo pasado se presenta en la película como un espacio anacrónico, lleno de personajes que parecerían no pertenecer al presente, desconectados de las tendencias del momento, y que de forma ineludible serán sometidos a una disyuntiva provocada por el progreso tecnológico. Dicho conflicto se expande en el relato determinando también las relaciones afectivas de los personajes: Selena, la esposa del editor y actriz de televisión, engaña a su marido con Leonard e insiste en que se publique la novela de éste (en la que ella aparece ficcionada); Valeria, pareja de Leonard, parece estar suprimida por el mundo político en el que trabaja. El quinto malo es Laure, una joven editora digital contratada por Alain para darle un nuevo giro a la editorial y que se distingue de los demás por su oportuna función en el sistema económico y su visión actualizada de las instituciones y la sexualidad.
Todos se destacan por un común denominador: una fuerte dosis de narcisismo, signo fundamental y aparentemente vital de nuestra sociedad. Los juegos y engaños no buscan producir una postura moral, sino modelar sus relaciones de poder inherentes al sistema de producción. El adulterio como herencia decimonónica se tergiversa encontrando su novedosa manifestación a través del celular: la evidencia está ahí en todo momento, pero no hace falta verla. No es lo importante.
La película se construye a partir de contradicciones y paradojas; la pregunta constante de los personajes sobre la pérdida de la palabra en un filme estrictamente verborrágico. En Doble vida se prescinde de la acción, o bien, ésta se suprime por elipsis. La experiencia y la intimidad no encuentran su lugar cuando la prioridad la tiene el diálogo excesivo. Pero la película no sólo se sostiene en el diálogo, la inmediatez y el instante también se desarrollan a partir del registro y el montaje: conversaciones con excesivos contraplanos, movimientos de cámara abruptos e incoherentes durante interminables diálogos, constantes elipsis que llevan a nuevos diálogos in media res por movimiento o por corte, dando un ritmo frenético, casi imperceptible. Ese ritmo acelerado no deja que los personajes se detengan, desecha la mirada y lo trascendente, exige nuevas —y más— conexiones. Las contradicciones y paradojas también aparecen en la caracterización de los personajes: la intención de Leonard de escribir su novela en clave flaubertiana, confesando sus engaños de alcoba mediante la narración literaria, hoy ha quedado sosa y obsoleta. Y al mismo tiempo que defiende la existencia de los libros y su ontología material, cae seducido al uso del celular. La película podría funcionar en clave rohmeriana, priorizando la palabra como soporte del relato, pero la puesta en escena de Assayas se distingue de su precursor por la ausencia de los largos acompañamientos de los personajes en su ir y venir, su deambular constante en uno o pocos planos. Los personajes de Doble vida no tienen tiempo para caminar o detenerse, llevan prisa; aparece una suerte de onanismo verbal en el que absurdamente se intenta llegar a fútiles acuerdos. Empero, hay una referencia particular a El árbol, el alcalde y la mediateca (L’arbre, le maire et la médiathèque, 1993), obra de Éric Rohmer que, al igual que Doble vida, se sostiene a partir del dilema provocado por el progreso: la propuesta de un joven socialista para la construcción de una mediateca en un pueblo rural francés donde se tiene que talar un árbol milenario. En ese sentido, el e-book funciona como ese elemento novedoso que llega a sustituir el estado material del libro, pero también a despojar al escritor y al editor de sus derechos morales y patrimoniales. Los infinitos beneficios que ofrece, tanto prácticos como ambientales, al igual que sus bajos costos, dictan el veredicto. En ambos casos, ni Rohmer ni Assayas buscan exponer ningún juicio de valor, ni tampoco suponer de manera nostálgica un pasado mejor. Se limitan a sugerir las transiciones culturales de la época.
La doble y única vida del cine
Para liberar al siglo encadenado, para dar inicio al nuevo mundo
con la flauta, es necesario reunir las rodillas nudosas de los días.
Ósip Mandelshtam[2]
Ser contemporáneo es, ante todo, una cuestión de coraje.
Giorgio Agamben[3]
En su filme anterior, Assayas ya indagaba dentro del mundo digital, fundamentalmente en el uso de los celulares como medio de (in)comunicación y de legitimación del dispositivo como creador de imágenes y discursos verdaderos. Pero, en ese caso, el relato se articula a partir de otro género; Personal Shopper (2016) funciona como thriller tecnológico/metafísico en el que subyace la sociedad de consumo y una nueva idea de panóptico. «Un panoptismo modernizado se ha expandido a otras partes del espectro, mucho más allá de las ondas visibles de la luz».[4] La película alude al mismo germen que sustenta Doble vida, pero representado en el mundo de la moda y la opulencia, debajo de la cual habita el horror. El filme, que remite a algunas películas del giallo italiano en el encuentro entre el glamour y el crimen, el fetichismo y la cosmética, o la estetización del terror, causa un fuerte extrañamiento en el relato contemporáneo. Distancia al espectador, juega con un nuevo estado de identificación y de rechazo a la vez, una sensación dual que podría manifestarse en un estado casi patético y risible. Lo mismo que logró Alfred Hitchcock en su momento. Lo llamativamente radical y contemporáneo de Personal Shopper es la idea del mundo digital concebido como un orden metafísico, un gesto arriesgado pero sumamente pertinente que destaca su originalidad e inteligencia. Las conexiones como forma inconmensurable e intangible en la que los fantasmas aparecen en forma de dígitos y de algoritmos, acechando a los vivos. Lo espectral hoy —según Jonathan Crary— «vendría a ser la intrusión o la interrupción del presente por medio de algo que está fuera del tiempo y por los fantasmas de lo que no ha quedado borrado por la modernidad».[5] Assayas conoce la historia del cine, su genealogía y su(s) tiempo(s). A lo incognoscible del presente, habría que darle una forma, por lo que su intuición por el género no es casual. El cineasta francés explora, dentro de los discursos establecidos por el cine clásico, para demostrar que el medio cinematográfico se sigue resignificando y continúa siendo paradigma del reflejo de nuestro tiempo.
La doble y única vida
…la que hoy es yo-segunda- quería ir, por atavismo sin duda, como todos van, mirando hacia donde van; yo quería hacer lo mismo, ver a dónde iba, de lo que se suscitó un enérgico perneo, que tenía sólidas bases puesto que estábamos en la posición de los cuadrúpedos.
Pablo Palacio[6]
Una idea anticipada en Caché (2005), de Michael Haneke. La película que encontraba al matrimonio ensimismado por su contexto culto y refinado, también dedicado a la literatura, se desplazaba en los interiores de bares, librerías, cafés, y de la cama a la sala de estar. La idiosincrasia estética y geopolítica francesa en ese pequeño mundo se vería dislocada por las grabaciones anónimas de su intimidad. En ese caso, el progreso tecnológico venía a ser una amenaza hacia las múltiples culpas coloniales que atormentaban a los personajes. La hipocresía de máscaras y apariencias encontraba su punto de inflexión en donde lo público y lo privado se había tornado indiscernible. La condición de clase ya no garantizaba la privacidad ni la separación espacial con el otro. En «la época de los zombis nómadas en la sociedad del ego» o «del individualismo de diseño»,[7] como sugeriría Peter Sloterdijk, estamos todos conectados. Nuestra vida se ha transformado en esa ambivalente forma de un cuerpo mellizo. Doble rostro, doble cuerpo, doble vida. El Yo: la enfermedad espiritual de Occidente, como lo anunciaba Jacques Lacan, ha llegado al paroxismo hasta su insoslayable desdoblamiento. Como prueba de nuestra existencia, nos quedan las palabras y el sueño. Ergo, la literatura y el cine.
FUENTES:
[1] Marcel Proust, Sobre la lectura, Cátedra, 2015, p. 63.
[2] Giorgio Agamben, Desnudez, Adriana Hidalgo, 2014, p. 20.
[3] Íbid., p. 23.
[4] Jonathan Crary, 24/7 El capitalismo tardío y el fin del sueño, Paidós, 2015,
pp. 42-43
[5] Íbid., p. 46.
[6] Pablo Palacio, «La doble y única mujer» en Obras completas, La palabra, 2006, p.47.
[7] Peter Sloterdijk- Hans Jürgen Heinrichs, El sol y la muerte, Siruela, 2003, p.22.