Una confesión: el origen del tema que guía esta edición surgió en medio de una charla de café, en una discusión sobre películas, festivales y programadores. De repente, una pregunta: ¿podría dirigirse una revista de análisis cinematográfico como se programa una sala de cine? ¿Se puede guiar la discusión a manera que, número tras número, conforme una narrativa, similar a la de los programas mensuales de una cineteca? Y más importante todavía, sin importar la intenciones, ¿qué resultaría de una convocatoria abierta?

El punto culminante llegó al encontrar un programa cuya intención y estructura era, a priori, editorial. Gonzalo de Pedro y Chema González habían programado en el verano de 2016, en la sala del Museo Reina Sofía, un ciclo de cine al que provocativamente nombraron «Vacaciones permanentes. El cine y la clase ociosa» y que reunía una robusta y comprometida selección de películas que problematizaban, desde puntos de vista dispares, la relación e intersección entre conceptos como ocio y turismo, vinculándolos a una condición de clase y, por supuesto, al cine.

Con esto en mente, lanzamos la convocatoria también en verano y, con el título SOCIEDAD DEL OCIO, el nuevo dossier tomó forma a partir de la obra de un grupo de cineastas completamente distinto al de ciclo de cine (con un énfasis mucho más clásico), dibujando curiosos diálogos entre Éric Rohmer, Luis Buñuel, Olivier Assayas, Luis Alcoriza, Michelangelo Antonioni, Yasuzō Masumura e incluso Andrey Tarkovski, llegando también a develar la relación entre el cine temprano en América Latina y la enorme importancia que tuvo en la suspensión del trabajo y cierta liberación de la clase trabajadora en el Chile de principios del siglo XX. Y no podríamos estar más encantados con ese resultado.

Es muy pronto para tener respuestas a las preguntas planteadas en el principio, pero este primer ejercicio pareciera haber sido satisfactorio. Al menos, interesante, por la posibilidad que arroja de volver a tomar forma de ciclo de cine, generando un diálogo permanente entre las salas y los espectadores-lectores. En todo caso, la conclusión es una de la que ya teníamos certeza: fuera del horario de oficina, rodeado de amigos y sin pendientes que resolver, se puede llegar a soluciones tan ricas como inesperadas. Ocio puro en su mejor estado.