Las nubes de pixel


Sep 26, 2019

TAMAÑO DE LETRA:

Para mantenerse vigente, el cine ha recurrido en los últimos años a tratar reproducir con fidelidad una cierta experiencia de «lo real». A través de lo digital y paisajes compuestos por una infinita cantidad de píxeles, las grandes producciones cinematográficas se disputan hallar la autenticidad en lo más artificial, no solo en sus imágenes sino también en sus narrativas. En el ocio, se privilegia el espectáculo de la hiperrealidad.

En los últimos diez años, la tecnología ha tratado de eliminar a detalle todo asomo de falsedad de las imágenes que genera al mismo tiempo que propone utopías dictadas por agendas económicas y sociales. Superhéroes inclusivos y dotados de una complejidad psicológica que es defendida fervientemente por toda una generación como legítima, mientras otro sector de la audiencia, lo desestima con escepticismo e ironía. Verdad y artificio, discusiones que no se han dejado de tener desde que el cine nació.

Esta conversación es la que mantienen la actriz Maria Enders (Juliette Binoche) y su asistente Clementine (Kirsten Stewart) en la película Viaje a Sils Maria (Clouds of Sils Maria, 2014) de Olivier Assayas mientras miran una película en 3D. Mientras Maria se burla sin piedad del espectáculo, desestimando su construcción dramática como pueril y absurda, Clementine lo mira con seriedad y admiración mientras que, con inusual elocuencia, articula un discurso en defensa de la convención que proponen las pirotécnicas películas recargadas de efectos especiales y que crean su mundo con ordenador. Imágenes de lo falso buscando legitimarse y volverse vivas.

Ese impulso innovador toca un punto climático en la reflexión que Leos Carax propone en Holy Motors (2012), una película tan indescriptible como clara. En una de sus primeras misiones, Mr. Oscar llega a un lote vestido con un entallado traje dispuesto con sensores de movimiento y de reconocimiento facial que actualmente son recurrentes en los sets de las grandes producciones hollywoodenses.

Instantes después, aparece una atlética mujer en un traje similar al de Mr. Oscar, solo que de un vibrante color rojo. Hay un magnetismo animal entre ambos de inmediato y comienzan una audaz coreografía que posteriormente se digitaliza y se convierte en el espectacular y gráfico coito de dos seres monstruosos. La belleza y fuerza del encuentro pierde mucho en la traslación digital, pero obtiene algo que no obtendría de otra forma: una dimensión mitológica.

Dicha dimensión es la que Clementine parece ver en este encuentro dentro de la sala cinematográfica que planteamos en nuestro videoensayo, una que apela a la dimensión sobrehumana de los superhéroes, seres cuyos poderes son otorgados por los efectos digitales y legitimados por su agenda capital/inclusiva aderezada con retazos de «psicología pop», como le llama Maria. Reflexiones al aire que empujan suaves cúmulos de píxel, tan perfectas, que necesitan de otro par de ojos para poder ser percibidas.