Mi boca quiere pronunciar el silencio

A propósito de El silencio es un cuerpo que cae


Dic 8, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

Es que tu cuerpo
va flotando por mi habitación
cierro los ojos
lo retengo en mi imaginación
[1]

¿Qué intentan decirnos las imágenes? ¿Nos hablan de aquello que fue capturado, de esa porción de realidad que deviene delante de una cámara o de quien decidió rescatar y atesorar aquellos fragmentos fugaces de una vida?

Revisar imágenes puede ser una forma de acercarse a quien las registró. A pesar de la inmaterialidad y el carácter fantasmagórico que las asemeja con la muerte, las imágenes se vuelven presencia, huella de una existencia. Una presencia doble, por un lado, registro/huella de lo capturado, por el otro, de quien estuvo detrás de la cámara. La imagen es memoria viva que se actualiza en cada nueva visualización y reproducción.

¿Qué ocurre con el vínculo entre las imágenes y la memoria en Argentina? ¿Rescatarlas y conservarlas será la manera de combatir el silencio y las desapariciones perpetradas por el terrorismo de estado en la década de los setenta? ¿Será una forma de sanar esas heridas, de combatir la ausencia con presencias, aunque sean fantasmales?

Imágenes paganas [2]

En El silencio es un cuerpo que cae (2017), la directora Agustina Comedi recupera las grabaciones de su archivo familiar. Viajes, reuniones, celebraciones y actos escolares fueron registrados por su padre, Jaime, con una pequeña cámara de video en la década de los noventa. En el registro de su infancia, la directora vuelve una y otra vez a las imágenes de una tarde de campo en el verano de 1999. Aquella reunión no parece esconder nada significativo, ningún elemento parece diferenciarla de encuentros anteriores. Pero encierra —sin saberlo, inocentemente— un inminente final, el de la vida de Jaime y el del archivo familiar. Aquella misma tarde, Jaime murió en un accidente y como último gesto registró su propio final; imágenes desprolijas, desequilibradas, que dan cuenta de la caída. Aquel también fue el día en que Agustina tuvo por primera vez una cámara entre sus manos. Registró a sus padres bailando, una de las pocas imágenes de Jaime delante de la cámara, su última imagen. Sin saberlo, Jaime transmitía un legado a Agustina, las ansias por registrar y, sobre todo, la necesidad de interrogar a las imágenes: qué esconden, qué es lo queda fuera del recorte del encuadre.

En aquellas grabaciones de la cotidianeidad de una familia cordobesa de buena posición, no había rastros de la vida anterior de Jaime. Sin embargo, oír a un amigo de su padre decirle: «Cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre», despertó en Agustina la curiosidad de conocerlo fuera de su rol paternal. Siguiendo ese impulso, se vincula con los amigos de su padre. En esos relatos se devela su historia de activismo político en la década de los setenta y su disidencia sexual. La directora vuelve a revisar el archivo familiar esperando que allí se manifieste lo que hasta el momento había permanecido oculto.

Los besos y la ausencia [3]

El silencio es un cuerpo que cae se inscribe en la tradición del documental en primera persona o subjetivo, modalidad que en las últimas dos décadas ha sido profundamente explorada por el cine argentino. Ese cine contribuyó a la reconstrucción de un pasado histórico silenciado y acompañó políticas públicas vinculadas a la memoria. Los hijos de quienes habían sufrido en carne propia la crueldad de la última dictadura cívico-militar eclesiástica en Argentina (1976-1984) contaban su propia historia y la de sus padres desaparecidos. En un gesto que implica vincular lo cotidiano con lo político, las historias individuales con el devenir colectivo de una sociedad, las imágenes adquieren un peso político, convierten la ausencia en presencia, combaten el olvido.

Comedi inaugura una faceta poco explorada por las películas que indagan en ese periodo, centrando su interés en el vínculo conflictivo entre militancia política y homosexualidad. Propicia un diálogo entre ese pasado y el presente, despliega lentamente las distintas capas que entrelazan lo personal con lo político, las redes de cuidado y afecto como forma de resistencia, la disidencia como orgullo y las distintas formas de transitar el deseo. Incorpora la palabra de los otros, de quienes vivieron aquellos años de doble persecución —por militantes y disidentes sexuales— dentro de las agrupaciones y por fuera de ellas debido a una sociedad homofóbica y conservadora. En la memoria de la persecución y el dolor, hay espacio para la dicha: Comedi recoge anécdotas de la vida nocturna, las fiestas y los viajes, los lazos y lugares de encuentro que se vuelven refugio, espacio de libertad que contrastan fuertemente con un afuera opresivo.

El silencio es un cuerpo que cae, Agustina Comedi, 2017.

La tensión de transitar y experimentar el deseo libremente en una sociedad normalizadora es llevada a imágenes. Comedi elige graficarlo con una doma de caballos proveniente del archivo familiar, mientras narra diagnósticos que tanto ella como su padre han escuchado de profesionales de la salud con un claro afán por normalizar y reprimir el verdadero deseo. Como contrapunto, Jaime habita dos espacios que no son antagónicos —la homosexualidad y la paternidad—, consuma su deseo de ser padre y transita con libertad una identidad fluida, escapando de las convenciones.

Tratando de encontrar algo. Debí soñar o imaginar [4]

La voz de Comedi hilvana las imágenes del archivo familiar, las entrevistas y la dramatización del pasado juvenil de Jaime. Su voz ordena la narración y da lugar a otras voces en un entramado polifónico donde conviven relatos que revelan detalles de la vida de Jaime y de su época. La reconstrucción de aquella vida previa que la directora desconocía se construye a partir de fragmentos; para ello, no se vale únicamente del gesto documental, del mero registro, también crea un espacio ficticio e imaginario de los primeros juegos, acercamientos y el nacimiento del deseo de Jaime, haciendo dialogar el documental con la ficción y desdibujando las fronteras que habitualmente los separan. Comedi conserva las marcas que el tiempo deja en la imagen, la textura y las fallas de una tecnología ya obsoleta que conserva un encanto especial y simboliza una época. Al hacerlas dialogar con imágenes de otras materialidades, como el Super 8, crea una atmosfera particular que por momentos se torna espectral.

El montaje se vuelve una etapa central para buscar un sentido en lo fragmentario. La insistencia en la mirada, la repetición, el volver una y otra vez a algunas imágenes implica una reflexión profunda sobre lo que se está observando, habilita a la directora a pensar en voz alta, a esbozar preguntas por primera vez. Al mismo tiempo que rescata palabras de los relatos ajenos, como quien apunta una palabra clave en un cuaderno que será como una llave, que permitirá pensar algo nuevo. Comedi les reserva un lugar privilegiado en la imagen a las palabras/llaves que la movilizaron, y las protegerá entre corchetes para no perderlas.

En toda reconstrucción de una vida hay espacios insondables, probablemente eso sea lo que vuelva a la tarea tan atractiva, los espacios vacíos que es necesario imaginar. Comedi llena esos espacios desde el amor que profesa a su padre e imagina para él un pasado dichoso, devolviéndole vida a ese cuerpo caído. Porque, como ella misma afirma, «el silencio es lo único que pesa».

Pronunciar el silencio [5]

El silencio es un cuerpo que cae articula lo íntimo con lo colectivo, la historia de un padre que en definitiva es la historia de una generación en un contexto particularmente adverso, una generación que luchó en un sentido amplio por la libertad. Agustina Comedi consigue un equilibrio entre la melancolía que genera la ausencia y lo celebratorio, al mismo tiempo que ilumina zonas que hasta el momento habían permanecido en penumbras.

Así como Jaime dejó como legado la necesidad de registrar, un movimiento similar ocurre entre Agustina y su pequeño hijo, quien quiere filmar a su madre hacia el final de la película. Luca afirma mientras dibuja que lo más maravilloso del mundo es ver algo por primera vez, y, sin pretenderlo, propone una lectura de la película de su madre. Algo de la emoción y la expectativa de las primeras veces atraviesa el relato, las ansias de explorar y de conocer, la sorpresa de reconocerse en el otro, de encontrarse, de identificarse. Hablar en primera persona para hablar del otro y hablar del otro para hablar de uno mismo. Emprender un viaje a la libertad que, como la define el pequeño Luca, «es no tener que estar en una jaula». El silencio es un cuerpo que cae es una invitación a liberarse de las jaulas que imponen las categorías, las estructuras y las costumbres, para repensarnos, para crear un mundo más amoroso e inclusivo.

El silencio es un cuerpo que cae, Agustina Comedi, 2017.


NOTAS Y REFERENCIAS:

[1] Virus, «Dame una señal» en Relax, Argentina, Sony BMG, 1984.

[2] Virus, «Imágenes paganas» en Virus vivo, Argentina, Sony BMG, 1986.

[3] Ídem.

[4] Virus, «Dame una señal», op. cit.

[5] Virus, «Imágenes paganas», op. cit.