El conjuro de las cenizas


Dic 6, 2021

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Si la actividad onírica, en términos psicoanalíticos, es una manifestación puramente inconsciente, los desórdenes del sueño, como el sonambulismo, bien podrían ser el insondable vacío que existe entre dos estados de consciencia, donde el deseo y la vergüenza se confunden en una ambigua oscuridad. El andar del sonámbulo es lento, pero la certeza de su marcha sería imposible en un estado de vigilia, como le sucede a Viridiana en la película homónima de Luis Buñuel, un cineasta que le tenía más fe a los sueños que a Dios mismo.

Sin advertirlo, los actos de Viridiana sonámbula parecen los de una persona que hace una suerte de conjuro mientras está sometida a un trance tan poderoso como el que literalmente anima la macabra aura mágica de Yo caminé con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943) de Jacques Tourneur, un cineasta que se fiaba más de las sombras que de las personas. En la película de Tourneur, la parálisis romántica se expresa en la catatonia del personaje de Jessica, anestesiada por un amor que solo un acto sobrenatural puede romper, uno que necesita dormir la consciencia.

En Le baron fantôme (1943), el cineasta francés Serge de Poligny usó el sueño y las sombras para hacer del sonambulismo el estado más puro de amor o, al menos, el único en el que puede consumarse. En la película, un joven leñador llamado Hervé es incapaz de declarar sus intenciones a Anne, la amiga de la hija del dueño de un tétrico castillo. Como en la película de Tourneur, los personajes viven bajo la sombra de una figura sobrenatural: un viejo barón, dueño original del castillo, que desaparece misteriosamente una noche, cual sonámbulo camino a las tinieblas.

Las cenizas que Viridiana vierte en la cama de su tío tienen un efecto potente e inesperado. En el presente videoensayo, el deseo inconsciente y diligentemente oculto de la joven Viridiana atrae la ominosa presencia de un sonámbulo que secuestra a una mujer durmiente para una larga caminata en la noche, momento que, al vivirse entre sueños, se vuelve tan difuso y elusivo como un montón de cenizas al aire que terminan por alojarse entre dos estados de consciencia y tres películas. Se podría pensar que en estas, despertar es la penitencia del sonámbulo.

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