La necesidad de ternura
El poder del perro (The Power of the Dog, 2021) de Jane Campion
La fotografía del largometraje El poder del perro (The Power of the Dog, 2021), de Jane Campion, está llena de texturas: los dobleces del papel que hacen los pétalos y los pequeños cortes de tijera que forman los estambres y el pistilo de las flores que Peter confecciona con gran esmero y con las que su madre, Rose Gordon, adorna las mesas de la posada que ambos atienden. A la llegada de los hermanos ganaderos Burbank, llaman la atención de uno de ellos, de Phil. Por su temple de tirano, no puede evitar hacer suyo lo grácil que le rodea y, después de burlarse de las flores de papel, termina por prender fuego a una de ellas para encender su cigarro. Ante tal acto, la madre de Peter retira las rosas. Con esta escena, que es una de las primeras de la película, nos internamos en el paroxismo del alma que intenta liberarse de los infiernos de una masculinidad desbordada que encarna el personaje de Phil Burbank.
La trama se complejiza cuando George Burbank, el hermano de Phil, se siente atraído por Rose y decide cortejarla y pedirle matrimonio, después de lo cual ella debe mudarse al rancho de los hermanos. Compartir el espacio con Phil le ocasiona un derrumbe emocional y un alcoholismo crónico que la llevan a esconder botellas por toda la casa y pasar el día entero fuera de sí, en estado de ebriedad. A pesar de lo crudo de esta historia, Jane Campion compensa con un ritmo lento, escasos diálogos y una fotografía llena texturas que habla por sí misma. Gracias a este contraste, el carácter de Phil y las consecuencias que trae a quienes lo rodean muestran su profundidad eminente.
Por un lado, la castración de un toro, el grito del triunfo y los aplausos que rodean a Phil por su temeridad y precisión, y por el otro, Peter solitario jugando al hula-hula para deshacerse de las burlas que recibe o cayendo del caballo al que no logra montar. Pero algo inesperado ocurre durante las vacaciones que Peter pasa en el rancho. Un acontecimiento irrumpe en la dinámica de menosprecio que Phil ejerce contra Peter cuando este, siguiendo el rastro de un conejo al que quiere atrapar para practicar sus habilidades de cirujano, descubre el escondite del otro detrás de unos arbustos: un oasis secreto, alejado del rancho, en donde el dictador sin emociones y fanfarrón de Phil guarda revistas de arte y, tendido en el pasto, se acaricia delicadamente con un pañuelo que tiene tejido el nombre de Bronco Henry, aquel vaquero que le enseñó a cabalgar cuando era un muchacho de la edad de Peter y al que menciona una y otra vez como su héroe. De pronto, después de esta intrusión sorpresiva de Peter en la intimidad de Phil, una amistad surge entre ambos, entre los opuestos.
En esta fraternidad naciente, a través de una cuerda que Phil teje para Peter, el carácter despiadado del Burbank de las primeras escenas muestra una abertura en la que, como la entrada de una cueva en donde la luz se une a la naturaleza lúgubre y contraria de las rocas, el alma de Phil brota necesitada de amistad, cercanía y ternura.[1] La ligereza con la que mueve el pañuelo de Bronco Henry para acariciarse, la docilidad con la que su rostro recibe los rayos del sol acostado en el césped o su cuerpo abandonándose a ser cuerpo, vulnerable, dejándose cubrir, acariciar y conducir por el agua, ¿no hablan acaso de esta necesidad? Y así, en El poder del perro no hay mensaje moral, lectura de estatutos ni manual de consejos para nuevas masculinidades, porque, tal y como Leos Carax lo muestra en Annette (2021) con su niña marioneta de madera, la realidad es aún más compleja: la violencia surge y se acompaña de claroscuros porque es el lenguaje del deseo encarcelado, de la vulnerabilidad a la que se quiso someter dentro del cuerpo para omitirla y evitar contiendas. No hay violencia que no sea una ternura reprimida, la sed del alma a la que se le ha impedido sentir.
¿Qué puede hacer la delicada flor de papel hecha con esmero que se presenta frágil ante el fuego? ¿Cómo puede sobrevivirlo? El paroxismo al que el alma se somete en esta película es el de la inevitable contienda entre la flor de papel y el fuego. Sin embargo, no es una división simple y tajante de buenos y malos. Para nuestro terror y sorpresa, la flor y el fuego habitan en el interior de cada persona en una lucha constante. Su resultado final, nuestros actos, parece devenir del trato que le damos a la ternura, al deseo, y de la relación que establecemos con ambos.
NOTAS Y REFERENCIAS:
[1] Entendida como el acto elemental y, por tanto, de extremada fragilidad a partir del cual surgen «las relaciones primitivas entre el animal y la planta, la lluvia y el suelo, la semilla y los árboles, el hombre y Dios», tal y como Pursewarden lo expone en: Lawrence Durrell, El cuarteto de Alejandría: Balthazar, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1966, p. 236.