La elipsis silvestre

El peral silvestre (2018) de Nuri Bilge Ceylan


Por Carlos Rgó 

La elipsis silvestre

El peral silvestre (2018) de Nuri Bilge Ceylan


Por Carlos Rgó 

TAMAÑO DE LETRA:

Leer es una forma especializada de ver.
S.E.

El peral silvestre (Ahlat Agaci, 2018) de Nuri Bilge Ceylan es la octava película del realizador turco. Después de Sueño de invierno (Kis Uykusu, 2014) que le valió la Palma de Oro en Cannes, detrás de Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) que recibió el premio del jurado en el mismo festival y un consenso de la crítica como su mejor película, El peral silvestre presenta a un personaje enrarecido por un duelo existencial y creativo que regresa a casa después de graduarse.

Sinan Karasu (Aydın Doğu Demirkol), personaje eje de toda la película, es afín a Albert Camus, Emil Cioran y Friedrich Nietzsche, escritores que aparecen como fantasmas silenciosos en las tres horas que dura el largometraje. Sinan, graduado para ejercer como profesor, regresa a su lugar de origen y busca publicar su primer libro. Una historia que podría encasillarse en un drama familiar resiste en una forma fílmica reiterativa. Los escenarios se cuelgan sobre diálogos que discuten sobre la familia, la religión, el amor, la filosofía, el lenguaje… con la exigencia de atención puesta al límite.

El peral silvestre expone a su personaje principal a un conflicto discursivo e intelectual. El lenguaje, como morada del ser, infecta las relaciones que Sinan tiene con sus vecinos y amigos, con su familia y con su creatividad literaria. Pronto nos enteramos que Sinan ha escrito una novela que está fuera del circuito mercantil. No vende ni un solo ejemplar. Nadie costea su libro por más intentos que haga y ni siquiera encuentra un par de brazos que le extiendan un poco de apoyo moral. Su obra literaria le aplasta el deseo de trascendencia dejándole una revelación de mayor tono ético, si se quiere estético, acerca de cómo relacionarse con su familia.

El intercambio de palabras tiene su propio tiempo de escucha. No hay un difuminado semántico que haga de las voces ritmos de conclusiones innecesarias. Estamos situados en un tiempo oral [y] extraño, [antípoda/ contrario/ opuesto] a la velocidad de unos dedos deslizándose sobre la pantalla del celular y de la distancia virtual que padecemos como audiencia. Los personajes hablan perenne, las escenas se encadenan en elipsis que hacen por el protagonista lo que el olvido hace por nosotros, en el acto de consolidarnos una supuesta identidad cultural.

¿Dónde está el valor de una obra literaria o cinematográfica? El título de la película es, al mismo tiempo, el nombre del libro de Sinan: figura dúplice que juega a representar en una obra artística los dilemas de una existencia condenada al fracaso mercantil, pero que subraya la energía vital que sustenta todo menos la voracidad de asignar un precio.

«No hay hechos, solo interpretaciones». Por fortuna, la realidad no es una y mucho menos se deja ver a través de una línea intelectual o argumentativa. Algunas formas fílmicas en la película exponen esa hipótesis. El punto de vista, como filtro de dirección, son las palabras que van y vienen a través de los caminos y de las voces de los personajes para desplegar una de tantas poéticas sobre el sentido de la vida. Por otro lado, el apetito de la palabra impresa que busca reescribirse en el deseo de Sinan. El síntoma de querer-tener siempre la última palabra. Sinan es un narrador sordo y ciego, y mientras avanza la historia audiovisual, se infiltran las fuerzas de otros personajes que le devuelven las imágenes y sonidos de un territorio poblado de historias. Su padre, frenético y ludópata, aún conserva la sobriedad para jugar en medio de una crisis existencial que se asoma junto al movimiento de las olas deshaciéndose frente a su hijo. 

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