Salirse del control

Metal vacío (2018) de Adam Khalil y Bayley Sweitzer


Mar 7, 2019

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En una de las escenas más significativas de Metal vacío (Empty Metal, 2018), primer largometraje de ficción de Adam Khalil y Bayley Sweitzer, un grupo de rebeldes estadounidenses lleva a cabo su entrenamiento militar en el bosque, preparándose para la próxima guerra que, según prevén, será en su propio país y contra su propio gobierno. En medio del entrenamiento, son alcanzados y exterminados por un misil lanzado por los que, suponemos, son militares del ejército nacional. Satisfechos por la misión cumplida, los agresores se mofan de sus víctimas: «¿Acaso no saben que nosotros lo sabemos todo?». Presentada desde el punto de vista aéreo del ojo mecánico utilizado por la milicia para espiar a los revolucionarios aspirantes, la escena sintetiza gran parte del significado de esta sugestiva película. Y es que los medios de comunicación y reproducción audiovisual ejercen sin duda un rol protagónico en el discurso político que los directores llevan a cabo a lo largo de su narración: muchas de las imágenes que componen el filme son reproducidas o captadas por televisiones, cámaras, celulares, drones y pantallas, configurando un mundo totalmente controlado en el que las posibilidades de escape para el individuo son escasas y difícilmente viables.

Este escenario inquietante y enajenante enmarca el eje narrativo de Metal vacío, que consiste en la toma de conciencia política de Pam, Rose y Devon, los tres miembros de una banda de música experimental llevados a replantear su papel en el mundo a raíz de una entrevista con una joven blogger. En una sociedad marcada por la violencia y el abuso policial, así como por el control total del poder político sobre el individuo, hacer música tal vez no sea una aportación suficiente en aras de un cambio social realmente significativo o, por lo menos, esto es lo que son llevados a pensar los jóvenes músicos. De ahí, la decisión de «hacer algo al respecto». A lo largo del proceso de replanteamiento de su propia vida, los caminos de Pam, Rose y Devon se cruzarán con los de una serie de personajes no menos importantes: una activista indígena y su hija, un rastafari, un exrecluso de origen europeo, el hijo de éste y la ya mencionada blogger. Sumamente heterogéneos, todos comparten el rechazo a la sociedad en la que viven y la forma en que esta negación condiciona radicalmente su existencia. Con la vinculación de cada uno de ellos a un distinto hilo del entramado narrativo de la película, Khalil y Sweitzer nos recuerdan a cada paso el significado de la palabra radical.

La decisión de combatir el modelo social dominante no es y no puede ser una actividad de medio tiempo: es una elección fuerte que supone un alto nivel de conciencia y coherencia, sin las cuales, cualquier intento está destinado a fracasar. Y si la sociedad contemporánea está dominada audiovisualmente, cualquier forma de sustraerse a ello es válida, desde salir al aire libre con un paraguas para evitar ser detectado desde el cielo hasta renunciar oficialmente a la identidad personal o al teléfono celular. Es siguiendo este orden de ideas que, a medida que las historias se desarrollan ante nuestros ojos, se va abriendo camino una contraposición crucial en la economía narrativa y en el discurso mismo del filme: la oposición entre lo humano y lo inhumano, lo orgánico y lo inorgánico. Los drones y las cámaras son literalmente «metal vacío», mientras que el cerebro humano es materia viva con un potencial de desarrollo inimaginable. Sólo se trata de tener la fuerza de voluntad y la creatividad necesarias.

Construida a través de una gran heterogeneidad de recursos, Metal vacío propone una constante alternancia entre diferentes niveles de realidad. Por un lado, su representación es mediada por diferentes soportes de reproducción audiovisual, creando un efecto enajenante que alcanza su ápice en las escenas donde un asesinato, que escuchamos relatado por la voz de su autor (un policía), es ilustrado por imágenes virtuales creadas por una computadora. Por el otro, el lenguaje telepático desarrollado por algunos de los protagonistas nos plantea la posibilidad de un nivel superior de existencia, algo parecido a una conciencia colectiva, como nos sugiere también el hecho de que los mismos conceptos y las mismas frases sean repetidos por diferentes personajes en diferentes momentos. La dialéctica de estos elementos, aunada a una música de fondo a menudo hipnótica, produce un efecto de distanciamiento que es el sello estilístico y, a la vez, el mensaje más profundo de esta película. Sus autores parecen decirnos que no es posible oponerse a la (o a una) realidad sin alejarse de ella, sin un previo y radical cambio de perspectiva.

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