El paso incierto de los zombis

Los muertos no mueren (2019) de Jim Jarmusch


Nov 19, 2019

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En casi cuarenta años de actividad, uno de los aspectos más evidentes y significativos del cine de Jim Jarmusch ha sido indudablemente su apuesta por un lenguaje cinematográfico minimalista y antirretórico: desde Permanent Vacation (1980) hasta Paterson (2016), la optimización de los recursos expresivos no ha dejado de constituir un eje fundamental de su idea de cine, tanto a nivel visual (predilección por las tomas fijas y un montaje esencial, parco uso de movimientos de cámara) como narrativo: sus películas suelen contar historias sumamente sencillas y con muy escasos vuelcos narrativos. Este planteamiento formal, tan claramente definido y coherente a lo largo de las décadas, encuentra a menudo su perfecto complemento a nivel temático, con historias que muchas veces nos hablan de viajes hacia el interior, de la capacidad de centrarse en lo esencial eliminando todo lo superfluo: pienso, entre otras, en obras como Ghost Dog: El camino del samurái (Ghost Dog: The Way of the Samurai, 1999) o Los límites del control (The Limits of Control, 2009) y en sus protagonistas, cuya parquedad en el uso de la palabra constituye una característica esencial de los mismos, concentrando en ellos el sentido más profundo del cine de su autor. Precisamente a partir de esta última, el componente metaficcional ha ido adquiriendo una importancia mayor, a la vez que se ha vuelto más explícita la reflexión acerca del papel que el arte en general —y su propio cine en particular— tienen en el mundo contemporáneo. Los límites del control, sin duda su trabajo más conceptual, parece configurarse como una dramática interrogante ética y estética sobre el sentido del quehacer cinematográfico y, a la vez, como una declaración de intenciones. Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013) se propone reflexionar, a través de las figuras de los vampiros, sobre el paso del tiempo y la cada vez menor cabida que tiene, en el digitalizado mundo contemporáneo, un arte analógico como el de su autor. Finalmente, Paterson se presenta como una declaración de amor a la poesía y a su capacidad de hallar la belleza en lo cotidiano, confiriéndole un sentido ulterior y más profundo a cualquier existencia: la entrañable escena en que una niña lee un poema de su autoría sobre la lluvia no hace más que explicitar un tema nada nuevo para este realizador, pero que por primera vez adquiere un lugar tan medular en la economía narrativa de una película suya.

Esta tendencia hacia una cada vez mayor puesta en evidencia del trasfondo conceptual de Jarmusch tiene su acmé en una escena casi al inicio de Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die, 2019), su más reciente entrega: el comerciante Bobby Wiggins le pide al repartidor Dean que se despida con «un poco de sabiduría» y éste le contesta con la frase «Aprecia los detalles». Ante este diálogo, el espectador familiarizado puede tener dos reacciones: por un lado, tanto en la forma como en el contenido, esta escena pareciera ser puro Jarmusch; por el otro, es difícil no notar que se trata de algo tan excesivo, tan explícito… tal vez sea demasiado Jarmusch. Efectivamente, a partir de la primera escena, se empieza a desplegar una serie de guiños al espectador, quien no puede sino sentirse a gusto en el mundo de Jim: el reparto de puros incondicionales (Tom Waits, Sara Driver, Tilda Swinton, Bill Murray, RZA, Adam Driver y muchos más), referencias más o menos explícitas a filmes anteriores (Bajo la ley [Down by Law, 1986], Ghost Dog…), incluso los típicos juegos de palabras (entre otros, el nombre del personaje de Rosie Pérez o del mismo Adam Driver). Con el paso del tiempo, esta sensación de complacimiento empieza a ceder el paso a otra de distanciamiento, al ver cómo la narración se va haciendo cada vez más confusa, más dispersa: como si, mientras la cinta avanza y los zombis se apoderan de ella, éstos le transmitieran también su paso lento e incierto hasta un final en el que al menos un par de elementos (el destino del personaje de Tilda Swinton y la conversación entre Cliff y Ronnie acerca del guion) generan cierta perplejidad.

En este punto, cabe una pregunta: ¿por qué una película de zombis? Ciertamente no es la primera vez que Jarmusch se sirve de elementos típicos del género —western en Hombre muerto (Dead Man, 1995) o vampiros en Sólo los amantes sobreviven)— para modificarlos desde adentro y volverlos funcionales a su discurso, pero esta vez la operación pareciera tener, más allá de una declaración de amor al cine de terror (con las referencias obligadas a maestros del género como F. W. Murnau, Alfred Hitchcock y, obviamente, George A. Romero), una justificación más débil que en otras ocasiones. Los muertos no mueren encuentra entonces su razón de ser a la luz de la tendencia autorreflexiva que ha ido cobrando importancia cada vez mayor en sus últimas producciones: la gran insistencia en las referencias propias y las máximas demasiado explícitas nos hablan tal vez de una inseguridad, y los zombis de hoy son parientes cercanos de los vampiros de ayer (y de los fantasmas evocados por Centerville, el nombre de la ciudad donde se desarrolla la historia, tan parecido a Canterville). Todos ellos no muertos, perfecta metáfora de un cineasta que parece hallarse cada vez menos en la época presente, y de una trayectoria única que, aunque en este caso parezca indudablemente menos viva que en otras ocasiones, tiene toda la capacidad de volvernos a sorprender en un futuro próximo. No sería la primera vez.

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