La destrucción de los primeros fundamentos

A Colony (2018) de Geneviève Dulude-De Celles


Feb 26, 2020

TAMAÑO DE LETRA:

A Itzel, que está desde el corte de hongo.
A Óscar, que está, incluso dese antes de Toy Story.

Destruyendo el sistema solar
vas cantando en el asiento de atrás
lejos de la escuela y aseverando
ojalá estuviera ahí cantando junto a ti.

Niña, Glam!

Lo primigenio de Jean-Jacques Rousseau, la horizontalidad de Piotr Kropotkin, la vasija vacía del Tao, la sorpresa constante de Agnès Varda, la siempre primera vez de Nicanor Parra, la tábula rasa de John Locke, la tristeza profundísima de Gabilondo Soler; una búsqueda constante de los primeros días y de los segundos, en los que las transiciones fueron estrellas en la boca.

A Colony (2018), ópera prima de Geneviève Dulude-De Celles es una narración en la que convergen las miradas de Camille (Irlande Côté), una niña transgresora y entrañable en sus primeros cursos de primaria; Mylia (Emilie Bierre), su hermana adolescente y en transición, y Jimmy (Jacob Whiteduck-Lavoie), también adolescente y parte de los Abenaki, una confederación de tribus amerindias. El trabajo de la directora canadiense es una película iniciática en la que recorremos las piedras angulares de la memoria, de los espacios que dieron forma a nuestras recuerdos inventados.

La cinta abre con una secuencia en la que Camille va de un charco en el que juega con una rana, a acompañar, acostada, la muerte de una gallina. La potencia de la apertura estriba en la energía de Camille y la horizontalidad de su mirada con aquello que también palpita y respira. Esa mirada bien podría ser la búsqueda imposible a través de Camille, o de Rut (Nuestro tiempo, Carlos Reygadas, 2018) —curiosamente también en una secuencia de apertura—, o de Lili (Hagen y yo [Fehér isten], Kornél Mundruczó, 2014). Camille es el recordatorio constante, la tierra de su hermana Mylia, que en su silencio y autoexilio, busca la manera de leer al mundo.

Dulude-De Celles construye una serie de viñetas en las que condensa los puntos de inflexión de una adolescente, por lo que el trabajo de edición de Stéphane Lafleur se vuelve primordial para lograr un equilibrio entre la saturación, que puede decantar en un sentimentalismo, y la pausa necesaria para que cada personaje respire sus propias fronteras: el primer día en la secundaria, la iniciación en un género musical que nos acompañará como oráculo o como placebo —And we’re changing our ways / Taking different roads[1]—, el padecimiento, la tristeza y desolación de ser el último al que escogen para armar un equipo, la inseguridad de mostrar el cuerpo semidesnudo en los vestidores, y ser el objeto preferido de los maravillosos ingenios, y sus enojos más elocuentes, que decantan todo su esplendor en humillaciones.

Todo ritual conserva un simbolismo ancestral y casi imperceptible, pero si miráramos con atención, podríamos ver la estela de memoria que acompaña nuestros movimientos. Cuando Mylia comienza a prepararse para ir a una fiesta a la que la invitaron, va por el maquillaje: abrir la bolsa de cosméticos es abrir con delicadeza y paciencia un tesoro arcano que será sellado por la mano cariñosa de su mamá.

El autoconocimiento es una tensión entre las fronteras de la actualidad y su ruptura: casi toda forma de autodescubrimiento es un diálogo entre el vómito y el agua clara. La experienciación es personal, sin embargo, si contamos con la fortuna de una presencia amorosa, el caos de la bilis y las sombras es mucho menos pesado con una esquina que te cuida entre rounds. Jimmy ya conocía a la hermana menor de Mylia, pero en la noche de la las lagunas, su presencia fue el bálsamo de las manos sosteniendo el cabello, del cuidado y de la escucha. Jimmy es el montaraz del barrio de Mylia; el bosque conoce sus pisadas. Jimmy es la respuesta a los miedos y a la tristeza de la adolescencia; en su escuela es quien recibe los puños apretados —estaba peleando, por respeto, en el patio de recreo[2]—, las lenguas que escupen ácido y las risas de acero hirviendo porque en el Siglo XXI se sigue pensando y exacerbando el nacionalismo unificador.

Mylia recorre los espacios de la intuición, del deseo de pertenencia y de la libertad. Salir con lxs chicxs populares le brinda la seguridad de la aceptación —Shakedown, 1979 / Cool kids never have the time[3]—, pero con ello la apertura intempestiva de posibilidades y situaciones. La fiesta de Halloween, uno de los rituales de transición por excelencia: «Los disfraces revelan nuestra verdadera naturaleza». Mylia decide escuchar las voces que la presionan a acelerar el tiempo y conseguir fines sin importar mucho los senderos por recorrer. En una secuencia en la que la Geneviève Dulude-De Celles manifiesta un gran oficio en la dirección de cámara, y Emilie Bierre logra consolidar la atmósfera con un trabajo sutil y poderoso, se llega al momento mejor construido de A Colony, no sólo por sus recursos técnicos, sino por la importancia disruptiva de un abrazo —de quien pertenece a una esfera aún más relegada de la infancia— y el simbolismo del ave que la acompaña.

Reconocernos en la infancia o en la adolescencia es sencillo cuando la memoria es el puente que acompaña la constelación, sin embargo, su reinterpretación y reconstrucción es sumamente compleja y fallida cuando lo hacemos desde la verticalidad y el paternalismo: el tratamiento puede recaer en caricaturas simplonas (Jojo Rabbit, Taika Waititi, 2020) o en maniqueísmos manipuladores (Cafarnaúm, Nadine Labaki, 2018). Para construir una narración desde la infancia y la adolescencia se requiere partir del mismo suelo, desde una postura en la que el acercamiento sea transparente, reconociendo su sensibilidad, su conocimiento y sus sentimientos. Reinterpretar la infancia conlleva el cuestionamiento de las relaciones de poder, de la soberbia sobrevalorada de la experiencia y de las estructuras pedagógicas y políticas que les han negado autonomía en muchas de sus esferas de desarrollo. Traer a la discusión las leyes que abrazan los derechos de los niños es fundamental para la elaboración de políticas públicas en las que dejemos de invisibilizar y excluir aquello que menospreciamos.

Reponernos ante la ruptura del mundo propio es uno de los actos más valientes que con fortuna logramos hacer varias veces en nuestra vida. La destrucción de las certezas de Mylia llegaron a temprana edad, pero su resiliencia viene desde la periferia, desde las exclusiones y desde lo relegado; su camino no es el de la hegemonía. Ella lleva la risa de río de Camille, el conocimiento de Gran y las cinco formas de sanar, el bosque, la calma de un guerrero Abenaki y, sobre todo, la certeza de su autoconocimiento; si no reconstruye su imaginario, lo dislocará en multiversos.

TAMAÑO DE LETRA:

 

  • Clementina
  • El poder del perro
  • Adios al lenguaje-2
  • Noticias de casa

FUENTES:
[1] Joy Division, Love Will Tear Us Apart.
[2] Flowkloricos, Por amor al odio.
[3] The Smashing Pumpkins, 1979.