La voluntad de imaginar belleza en la amistad
À nous la liberté (1931) de René Clair
Hay tres encuentros…
El primero es la complicidad entre Charles Chaplin y René Clair. De varias maneras, À nous la liberté (1931) configuró Tiempos modernos (Modern Times, 1936) de Chaplin. La relación entre las dos es clara. Incluso la productora de la primera demandó a Chaplin por plagio. René Clair se opuso y defendió el honor que sentía al ver que Chaplin había tomado elementos de su película para filmar el ahora clásico del cine.
Estamos en 1931, la infancia del cine. Las máquinas empiezan a hablar y también los personajes en las películas. Con un aroma de novedad, la película de Clair hace evidentes algunos desfases entre el sonido y la imagen. Lo que puede considerarse un error solo es el índice de los primeros pasos de una relación aún caminante. La película muestra sonidos ligados a una forma de seducir a los contenidos. Una sinestesia hoy común, ayer mágica. Así como la complicidad entre dos cineastas que filman una misma raíz común: la imaginación.
El segundo encuentro es la amistad entre dos personajes. Émile y Louis son prisioneros en una cárcel y buscan escapar. En À nous la liberté, de principio a fin, la amistad es el puente para encontrar la liberación. Literalmente: Louis se apoya en los hombros Émile para salir de prisión, aunque, en un primer momento, solamente Louis tenga la suerte de escapar. Dentro de la cárcel, Émile escucha una bella voz que de pronto invade su corazón. Con esa semilla de voluntad, gracias a Eros, consigue escapar (por supuesto, aquí la elipsis es necesaria; cada detalle de esa fuga rompe el concreto y lo empuja hacia la calle). Una certeza firmada con el nombre de René Clair: la amistad, el amor y el sonido son los fundamentos de una renovada libertad.
El tercer encuentro es la copresencia entre sonidos e imágenes. Louis es un empresario exitoso. Logra escapar de la cárcel y triunfa en la venta de fonógrafos. Su amigo Émile escapa años después motivado por el amor que siente hacia Jeanne. Ambos coinciden en la fábrica de Louis. Hay algo de macabro en la película. Louis vende fonógrafos, primero en la calle, luego triunfa y tiene su propia fábrica. Sin dejar de ser un ladrón, no sabemos qué ha robado. La venta del artefacto para comunicar el arte sonoro, primero modestamente y después a escala global, es parte de una actividad moderna dentro de la sociedad. La cárcel y la fábrica exponen lo macabro. Hay tantos paralelismos en la alineación y en la reducción de las facultades imaginativas de los presos y los empleados que resulta sencillo reconocer a la voluntad bajo el mando de la producción en masa y subsumida a la cabeza de un capataz. Aquí tenemos la inspiración de Tiempos modernos. Mientras, Émile hace lo posible para lanzarse a los brazos de su amor de ensueño. La segunda fuga, esta vez de la fábrica, sucede desde una complicidad entre Émile y Louis. René Clair subraya el acto imaginativo: la amistad mantiene viva la libertad pese a cualquier ley o jurisdicción.
Con justicia, René Clair encontró la manera de filmar y liberar a sus personajes de la alineación para darles la vitalidad suficiente para caminar hacia el punto de fuga del cuadro. Hacia el país mágico y resplandeciente de una tierra amada: la proyección en la superficie de una pantalla.[1] Nos corresponde imaginar la amistad de dos personas que se conocen en el camino y no pueden separarse, como las palabras y los sonidos, o como filmó René Clair, en la voz que nos impulsa hacia la libertad a través de una emoción fuera de la ley.
FUENTES:
[1] Jean-Luc Godard, Historia(s) del cine, Buenos Aires, Caja Negra, p. 75.