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Lúa vermella (2019) de Lois Patiño


Ene 18, 2021

TAMAÑO DE LETRA:

Sufre de ver el manto desgarrado bajo el fleco de la espuma,
pero sueña interminablemente con una materia nunca vista.

Gaston Bachelard

Sueños de sol soñando sus luces. Múltiples flores de un solo tallo. El manantial de las palabras para decir un yo en nosotros. Reconocernos en el nombrar, en la infancia del comienzo, en un ojo pretérito que danza entre la vida y la muerte. Bañarse en una luz solar empapada de elementos. Se desentierra la palabra perdida con el tatuaje de la imagen noche. Volver al punto de partida: Lúa vermella (2019), el segundo largometraje de Lois Patiño.

El cruce de caminos artísticos de la película está inscrito desde diferentes coordenadas: Portret (2002), de Serguéi Loznitsa, los cuadros de Edward Hopper o el imaginario gallego en un relato: el Rubio de Camelle, un marinero que ayuda a recuperar cuerpos perdidos en el mar y así cerrar el duelo de las familias que no pueden despedirse de sus difuntos. Andar estos caminos nos lleva a una imagen del «limbo», una exploración profunda de la inmovilidad.

Lúa vermella explora las figuras inmóviles en el paisaje para ver qué sensación temporal transmiten y profundizar en el imaginario fantástico gallego, en los seres que habitan esos espacios. Agreguemos las inquietudes estéticas del autor: considerar el cine como un momento propicio para experimentar con lo sensorial: Estratos de la imagen (2015), Noite sem distância (2015), Fajr (2016) y el primer largometraje de Patiño: Costa da Morte (2013).

La crítica carga en su espalda los signos de la película, verbaliza una síntesis de vivencias que se organizan y luchan en la pantalla, entre la consideración del misterio y la apuesta por descifrar una luna roja. Fuimos arrojados a un lugar donde el arte de Lois Patiño es una otredad, donde el pueblo de Camariñas, en España, es otro. Donde Costa da Morte es una región geográfica y algo más. Nunca los mismos sitios ni las mismas personas. El trabajo del cineasta con sus dos manos para soñar la diferencia. Acaso nunca los sitios conocidos, afirmación dúplice en un acto estético que confabula en dos puntos —ficción y documental— algo que no les pertenece: la actualidad de nuestra sensibilidad.

A la temporalidad de la película le corresponden múltiples fantasmas. El médium es la sensibilidad, en un tiempo-ahora que nos sacude como el viento sacude a los árboles. Elementos que constituyen una relación paradójica entre el tiempo mesiánico y el arte que evoca y se representa: los retratos de Loznitsa, la obra del pintor Jean-François Miller; para otros, las venas del nuevo cine gallego; para Lois Patiño, una relación con las imágenes íntimas de Gaston Bachelard.

Todos los fantasmas aquí citados, las lecturas atraídas, la pintura y el cine, no son más que mapas de una región para reflexionar sobre la fuerza de una aparente inmovilidad. Una oportunidad que, por economía de las costumbres o del nombrar, llamamos «película». ¿Con qué rituales despedimos a un familiar que camina a otro plano de existencia? Lúa vermella nos ayuda a respirar antes que a responder. Decir adiós con la bienvenida del espacio muerte. Se desentierra el dibujo de la noche para volver al punto de partida: la sonoridad de las imágenes y el médium de una sensibilidad tejida por todos sus espectadores frente a Lúa vermella, una indagación sobre la intimidad de la materia.

TAMAÑO DE LETRA:

  • Clementina
  • El poder del perro
  • Adios al lenguaje-2