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Le rêve et la radio (2022) de Renaud Després-Larose y Ana Tapia Rousiouk
Le rêve et la radio es, sin lugar a dudas, una prueba fehaciente de que los grandes presupuestos no hacen al gran cine. Filmada en el más precario de los formatos y con el crew mínimamente necesario, la segunda entrega del canadiense Renaud Després-Larose y ópera prima de la ucrano-ecuatoriana Ana Tapia Rousiouk se perfila como una de las propuestas más desafiantes de la Tiger Competition en la quincuagésima primera edición del Festival Internacional de Cine de Róterdam (IFFR).
Sin embargo, es probable que la agresiva materialidad de su formato en video y la radical explotación de su montaje (tanto en la colorización como la mezcla de sonido y el controversial doblaje en los diálogos telefónicos) releguen la distribución de esta exploración onírica del activismo juvenil al circuito de festivales y al claustro de cinéfilos especializados en cine-ensayo, cine-protesta, cine-político y cine-experimental.
La historia de Le rêve et la radio (Renaud Després-Larose y Ana Tapia Rousiouk, 2022) sigue a la locutora Constance Garcia Rousiouk (Ana Tapia Rousiouk) y su pareja Eugène Larose (Renaud Després-Larose), quienes reciben ocasionalmente, en las tinieblas pixeladas de su morada, a la vagabunda Béatrice Ackerman (Geneviève Ackerman) —guiño indiscutible a la vagabunda Mona Bergeron (Sandrine Bonnaire) en la obra mayor de Varda Sin techo ni ley (Sans toit ni loi, Agnès Varda, 1985)—, quien, a su vez, provoca deliberadamente el encuentro fortuito con el activista Raoul Debord (Étienne Pilon), un misterioso mujeriego que detona una serie de enredos inesperados. Las cosas se complican cuando Debord (Étienne Pilon) se revela como el líder de un bando terrorista conformado por su esposa (Rose-Maïté Erkoreka), un camarógrafo (Francis Bourgouin-Larose), otro camarógrafo (Jean-Marc Sainte-Marie), un portero (Charles-Antoine Turcot) y una secretaria (Leslie Mavangui), entre otros (Luis Neves, Arnaud Thériault Boutet, Pierre Fortin, Yvano Viens), rebosando de sospechoso carisma en aras de ocultar su verdadera identidad (dentro y fuera de la diégesis) como el actor charlatán Étienne Pilon (Étienne Pilon).
Con giros metaficcionales como ese, Després-Larose y Tapia Rousiouk recuerdan a la entrañable transparencia de las grandes obras de Kiarostami o del primer Godard, y logran destacarse, si acaso, como las voces más eclécticas de su generación —solamente igualadas por la bravura de Caroline Pitzen al retratar el despertar de la juventud berlinesa en Freizeit Oder: Das Gegenteil Von Nichtstun (2021), otro raro ejemplo de un cine libre a todas luces, o la exquisitez plástica de Olivier Godin en Las artes de la palabra (Les arts de la parole, 2016), fotografiada por ningún otro que el mismo Després-Larose—.
Porque la dupla ucrano-ecuato-canadiense podrá haber escatimado en su presupuesto (de tan solo diez mil dólares canadienses, aproximadamente), pero no en recursos intelectuales. Haciendo lujo de la formación de Després-Larose como estudiante de Filosofía, el intrincado tejido de su guion —coescrito a seis manos con Tapia Rousiouk y Ackerman— hermana una original protesta en contra del zeitgeist neoliberal y el capitalismo tardío en Occidente con las voces más brillantes del pensamiento universal: Bernanos, Guattari, Bachelard, Rilke, Lefebvre y, por supuesto, Godard.
No obstante, Després-Larose y Tapia Rousiouk saben muy bien que no todo recae en el verbo. Su mise-en-scène deja respirar al texto de vez en cuando para dar paso a la escucha y la introspección. En una escena hermosa, una nevada baña lentamente los rostros de nuestras protagonistas mediante un delicado fundido, al tiempo que las calles solitarias de una fría Montreal resuenan con ecos de Bartók, Messiaen o Debussy. La radio es tierra fértil para la voz estridente que hace nacer la acción política de Constance, pero también el canal por el que la música interna de nuestros excéntricos soñadores puede elevarse a un ritmo propio.
Ante todo, podemos pensar a Le rêve et la radio como una invitación irónica para que una generación cegada por la tecnología abra los ojos. Los tres ojos. Cuando Eugène presume con orgullo que en su casa no tienen televisión, solamente para terminar comprando una reluciente pantalla que transmita sus partidos favoritos de hockey después de recibir una herencia inesperada, refleja la contradicción oculta de toda una juventud sin propósitos claros más allá de su propia disidencia.
Este inclasificable bricolaje de Després-Larose y Tapia Rousiouk podría asegurar una recuperación considerable en la taquilla mexicana de la mano de distribuidoras valientes, como La Ola Cine o Salón de Belleza Cine, en espacios de exhibición alternativa, como el Foro Internacional de la Cineteca Nacional, el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM) o el Black Canvas Festival de Cine Contemporáneo.
Así, se darían los primeros pasos para entronar a Després-Larose y Tapia Rousiouk como autores de culto entre los investigadores comprometidos con la etapa maoísta de Godard, los amantes del metraje intervenido y el formato casero o los sesenta y un usuarios que han registrado Don’t Rush (Marcel Türkowsky y Elise Florenty, 2020) en Letterboxd.