Una peli verdadera

Malintzin 17 (2022) de Eugenio Polgovsky y Mara Polgovsky


Feb 2, 2022

TAMAÑO DE LETRA:

Cuando vi Là-bas (2006) hace un par de años, no podía quitarme de la cabeza el suicidio de Chantal Akerman. La muerte de la directora, que nada tenía que ver con su documental, contaminaba cada plano, cada vecino, cada balcón y cada azotea que Akerman se robó de Tel Aviv desde la ventana de su departamento. Se sentían como el último plano, el último vecino, el último balcón y la última azotea que alcanzó a ver.

Me imagino que con Malintzin 17 (Eugenio Polgovsky y Mara Polgovsky, 2022) va a pasar lo mismo. El último pájaro que filmó Polgovsky, vamos a decir en todos lados. La muerte prematura, la muerte inesperada, la hija huérfana, el nido vacío, la tragedia de una obra interrumpida, etc. En las series de televisión, los enfermos terminales, los que están erosionados y se saben decrépitos, les niegan la entrada a los hijos o a los nietos a su cuarto de hospital y dicen cosas como «No quiero que me recuerden así». El recuerdo es la última imagen que vemos de los demás. La de Polgovsky, como la de Akerman, es la imagen pública de su muerte.

No considero que esa sea la mejor manera de acordarse de alguien y, salvo por su discreto epílogo (que es tan abierto y sencillo que puede interpretarse de cualquier otra manera), tampoco creo que Malintzin 17 sea una película sobre la muerte. Sí, en cambio, acerca de algo que le dice Polgovsky a su hija Milena cuando platican casual y nada artificialmente sobre el significado de filmar: filmar es copiar algo.

Copiar solo unos metros de la trayectoria del señor de la basura tocando su campana, de una pelusa posándose por el aire, de una señora paseando dos robustos xoloitzcuintles, del carrito del fierro viejo, de una ardilla haciendo un acto de cuerda floja sobre un cable de luz que atraviesa el número 17 de la calle Malintzin. Copiar un ángulo específico de un vecindario de Coyoacán, en la Ciudad de México. Para Mara, autora de este filme, copiar la mirada de su hermano.

En una de esas divagaciones sin rumbo que tienen los niños cuando hablan mucho, Milena cuenta algo que vio en «una peli verdadera». Debe referirse a un documental, por supuesto, pero la escena es demasiado corta y está fuera de contexto como para saber qué clase de documental era. Hay unos documentales menos verdaderos que otros. Hay unos que entraman, enredan y complican la realidad. Hay unos que abusan de ella. Y hay otros, como este, que se contentan con mirar para copiar lo que ocurre a su alrededor y dejárselo a alguien más. ¿Uno es más verdadero que el otro?

Porque, con todo, y aún más con ese acercamiento mínimo a la naturaleza urbana, de pronto parece que la vida le arma el cuadro a los Polgovsky. Que les dice: «Mira, aquí tienes la toma. Silencio en el set». Así se estaciona un auto en el momento exacto para iluminar con sus faros a unos barrenderos nocturnos. Así aparece un sujeto vestido de negro, también en la noche, detecta la cámara y la amenaza como si pudiera saltar dos pisos, y Eugenio se agacha, y de pronto estamos viendo unos segundos de película de acción, temiendo por nuestras vidas.

Lo que realmente me hace temer por mi vida es todo el tiempo que he pasado en la cama mirando la lámpara sobre mi cabeza o asomado por la ventana mirando palmeras, colibríes, gatos o compatriotas incautos en los edificios que me rodean. Es la angustia de perder el tiempo y desperdiciar los días (que en una futura crisis se van a revelar como indispensables y trágicamente irrecuperables) papando moscas. Pero esa mirada ociosa se transforma en algo mejor cuando se comparte, y eso es lo que más me impresiona de los diarios filmados. Mientras más sencillos son, más se aproximan al fenómeno imposible de ver algo exactamente como lo vio el otro. Nadie hubiera visto al pajarito que hace su nido entre los cables de luz afuera de la ventana de Polgovsky si no fuera por lo que Mara reunió en Malintzin 17. Más que una película sobre la copia de la mirada o sobre la muerte —quisiera corregir— esta es una película sobre ese pajarito.

¿Alguien ya le puso nombre al subgénero del cine filmado desde la ventana? ¿Tiene su propia sección en los festivales de documental? Para empezar a reunirlo. Para acordarme del Jardín de piedra (2020) de Gustavo Fontán o inspeccionar de cerca lo que Zhengfan Yang intentó revelar en Footnote (2022) y, de este modo, comparar los vecinos de Chicago con los de Buenos Aires y los de Coyoacán, que conozco mejor. Y para volver a ver Là-bas sin atarla a la muerte de nadie: solo a las vidas que reproduce y perpetúa.

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