Que tu vida sea larga y pura

Señora venganza (Lady Vengeance, 2005) de Park Chan-wook

TAMAÑO DE LETRA:

La Biblia ha relatado una infinidad de momentos que evidencian el declive del espíritu humano y que dieron como resultado nuestra actual calamidad, una vida supuestamente sumida en dolor, tristeza y muerte. Cuando Caín mató a Abel, inició una de las grandes tradiciones de la humanidad que hasta hoy no ha parado: la muerte fruto de la venganza. Pero ¿cómo es posible que un acto tan deplorable, que reduce nuestras almas, si es que las tenemos, puede al mismo tiempo representar una parte inseparable de nosotros que, como el duelo ante la muerte, se vuelve una urgencia indispensable para volver a vivir? No justifico tales acciones, obviamente, pero me esfuerzo por entenderlas.

Park Chan-wook es un director que juega con las fronteras; se podría decir que toda su carrera ha sido construida en torno a esa idea. Su carrera formal inició como crítico en una Corea del Sur sumamente conservadora y prejuiciosa que lo hizo formarse desde el visionado de películas alternativas y de serie B. Estas películas le dieron la oportunidad de crecer desde la autonomía y no desde la rígida imposición académica. Gracias a esto, la clásica pelea entre el crítico y el director pudo encontrar una armonía en un espacio en donde las dos pudieran vivir sin opacarse. En 2000, hizo su debut en largometraje con Joint Security Area, una historia sobre un asesinato en la frontera entre Corea del Sur y Corea del Norte. Desde entonces, su cine ha parecido transitar a lo largo de la frontera, sin limitarse al término geográfico. Park se acerca a la frontera como a un espacio íntimo, casi como un limbo, en donde las acciones no pueden encajar en un determinado orden moral. Este acercamiento temático encuentra su mejor representación en su conocida Trilogía de la Venganza: Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Señora venganza (Lady Vengeance, 2005), películas cuyo propósito, según el mismo Park, es demostrar la futilidad y vacío de la venganza.[1]

En Señora venganza, Geum-ja es una joven de rostro angelical que camina entre las demás personas. Parece flotar entre ellas, sus movimientos son suaves, sutiles y su mera presencia causa que todos sonrían o queden pasmados por su estremecedora belleza y caigan víctimas del profundo afecto y felicidad que les produce. Ella, indiferente al mundo que le rodea, sigue caminando. El ángel que inspira amor a los otros ha dejado la santidad hace mucho y, ahora que sus alas le fueron arrebatadas, está condenada a ser un ángel caído. Ella usa su máscara santa como excusa para planificar hasta el más mínimo detalle de su venganza, una que le puede dar la posibilidad de encontrar la paz que perdió hace trece años, cuando terminó encerrada en una cárcel.

Siento que mi anterior sinopsis es un acercamiento somero a una propuesta mayor. El cine de Park Chan-wook (o el cine coreano en general) no funciona dentro de las mismas convenciones narrativas a las cuales estamos acostumbrados, y constantemente demuestran un dominio de estructuras, géneros y técnicas que le dan vuelta no solo a la forma en cómo vemos una película, sino también a cómo la sentimos. Sería una molesta equivocación resumir esta película en una historia de venganza, porque cometería el error de verla desde un solo lado del retrato, uno que me limita y me impide ver más allá. La venganza, como la muerte o la tristeza, está inundada de significados e intenciones, y limitarla a uno solo me impediría conocer esas fronteras grises que Park me invita a pisar. Geum-ja desea la muerte de alguien y este acto motiva toda la película, pero lo que se termina develando es un interesante conflicto en donde el dolor, la tristeza y la muerte se convierten en pilares de la empatía y el duelo.

Por eso Señora venganza se acerca a la violencia desde la urgencia del dolor y relata cómo nuestra humanidad puede ser cuestionada en torno a actos violentos y deplorables, pero que al mismo tiempo hacen parte de nuestro ser. Park construye una historia que desde su inicio desentona y confunde al espectador: mediante una narración casi fabulística con visos de fantasía, la historia transita entre un drama doloroso y violentas secuencias humorísticas. Estos elementos se complementan con la apuesta narrativa y técnica de Park, como primeros planos que aluden a la soledad de los personajes, especialmente a la de Geum-ja, y momentos en los que la cámara crea un abismo entre dos o más personajes para sostener su separación. Los espacios cerrados, casi claustrofóbicos, aíslan a los personajes en sus propios mundos de tristeza mientras la música con inspiraciones barrocas se vuelve un segundo narrador del plano emocional.

Aunque realmente en ningún momento se nos presenta un conflicto como espectadores, dejamos de apoyar a Geum-ja en su misión ni cuestionamos sus motivos, me atrevo a proponer que la gran virtud de Señora venganza es hacernos reconocer la inherente naturaleza violenta que nos hace lo que somos.

En estos géneros de cine, la venganza se logra. Es una verdad universal y aparentemente inamovible. Entrar a esta película es saber eso de antemano. Pero lo que marca un cambio es ver cómo no estamos ante un Liam Neeson o un Arnold Schwarzenegger —ejemplos pobres, lo admito— que jamás duda de su hacer y cuya nobleza no se ve mancillada. La convicción de Geum-ja no decae, pero eso no la libra del peso de sus acciones. Si ella fue un ángel que perdió sus alas y que ahora está atrapada aquí, yo, un simple mortal, debo sin más presenciar esto que me cuestiona. ¿Su venganza se justifica? ¿Hay bondad en sus acciones? ¿La muerte trae paz? Park seguramente conoce las respuestas, yo no.

TAMAÑO DE LETRA:

 

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NOTAS Y REFERENCIAS:
[1] Darcy Paquet, New Korean Cinema: Breaking The Waves, Londres, Wallflower Press, 2009, p. 97.