FICUNAM / TV UNAM


Edición especial

 

«Prologando las correspondencias con el cine que queremos» fue escrito originalmente por Roberto Fiesco para la Edición especial impresa FICUNAM – TV UNAM.

Mi acercamiento al cine, como el de tantos, ocurrió en la oscuridad de la adolescencia, a través de cientos de jornadas donde la luz de la tarde caía, mientras el resplandor que provenía de un viejo televisor en blanco y negro se hacía más potente. Afirmo entonces que fue la pequeña pantalla la que me formó y no la sala oscura. En el encierro hogareño, la necesidad de prolongar el placer de lo visto, y apenas compartido con mi padre —un cinéfilo empedernido—, pronto me llevó a hurgar entre viejas revistas que él conservaba de su juventud en los sesenta. Recuerdo particularmente las hojas amarillentas de Sucesos para todos, la revista del productor Gustavo Alatriste, donde Tomás Pérez Turrent escribía sobre las películas que veía en los festivales extranjeros y que difícilmente se estrenarían en México. Ahí leí por primera vez los nombres de Pasolini (recordar su ensayo sobre Teorema [1968] aún me estremece), Godard, Wajda, Żuławski, Buñuel y Jancsó, figuras del cine referenciales y veneradas que habían sustituido entonces el culto a la estrella por el culto a la politique des auteurs.

Leer sobre cine se convirtió en una pasión tan irrefrenable como empezar a perseguir películas desde la sala Fósforo y la Universidad Obrera, en el centro, hasta el «Queso» de Zacatenco o el «Che» Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL), en los extremos de la ciudad que podía abarcar. Los críticos eran una guía que cubría el ansia loca y desordenada por saber más del cine, que era lo único que me importaba entonces; y pronto descubrí que la mayoría de ellos habían abonado a la construcción de la historia del cine nacional a través de textos que no solo arrojaban luces sobre temas, personajes y géneros, sino que en la prosa de algunos se podían leer los caminos formales de tal o cual cineasta y sobre todo «ver» las películas a través de sus palabras ante la imposibilidad de acercarse a ellas, lo cual en mis años de estudiante «cuequero» llevó a alguien a afirmar, maledicente, que sabía más de las películas por lo que había leído que por lo que había visto.

Encontrarme con esta edición de Correspondencias. Cine y pensamiento, me confronta con una nueva generación de críticos y estudiosos del fenómeno cinematográfico, al margen de las batallas entre el gremio de críticos de generaciones precedentes, que incrementan el placer de la experiencia de ver cine, en tiempos donde el análisis riguroso de lo que vemos —y escuchamos— ha cedido su paso a las apreciaciones superficiales y flamígeras que vertimos en las redes sociales en 280 caracteres, o a los influencers pagados a sueldo por las distribuidoras para hablar bien de una película. Leerlos cuestiona el valor de la crítica en el presente y su pertinencia frente a un lector enfrentado cotidianamente a la sobreabundancia de medios que opinan sin control sobre lo que el espectador debe seguir, las recomendaciones hechas con calificaciones de estrellitas, la limitación en los horizontes referenciales que, en muchos casos, no se remontan a más de diez años de cine y la falta de costumbre —acaso propia de los vertiginosos e hiperconectados tiempos en que vivimos— de enfrentarnos a ensayos que cuestionen lo que pensamos, o que iluminen los pasajes más oscuros de nuestro conocimiento cinematográfico, alentando curiosidades que nos introduzcan a otros mundos fílmicos.

En esta edición hay apabullantes textos que permiten establecer un diálogo entre el lector, no importa si avezado o no, y la obra, e incluso con el cineasta (clásicos como Jean-Luc Godard, Raúl Ruiz, Orson Welles, otra vez, siempre, Godard; y miradas en camino de serlo como las de Roee Rosen o Alain Guiraudie). Con estos escritos se puede coincidir, o lo contrario, para verificar nuestra experiencia como espectadores o para aventurarnos en territorios fílmicos ignotos como el cine portugués o el rescate de una película egipcia; o bien se pueden descubrir otras perspectivas de reflexión y análisis desde el punto de vista sonoro, la deconstrucción pura y dura del lenguaje audiovisual, e incluso desde el modelo científico de la botánica. La escritura fílmica realizada a través de las palabras recrea y extiende nuestra pasión por las imágenes en movimiento, ¿acaso puede pedirse más?

Jorge Ayala Blanco, maestro y tótem, afirmó en una entrevista que tuve la oportunidad de realizar en 2011: «Para mí un buen crítico finalmente es el que, consciente o inconscientemente, responsable o irresponsablemente, sin saberlo o sabiéndolo, obedece un dictum de Baudelaire que es: “la única crítica válida es una obra de arte enfrentada a otra obra de arte”. Por supuesto es un ideal, pero hay que perseguir ese ideal, que finalmente es el ideal artístico».

En Correspondencias. Cine y pensamiento ese ideal está cumplido.